Posted by : El día del Espectador octubre 20, 2012



HIMAR R. AFONSO

En el contexto económico actual hay varias realidades a tener en cuenta: la primera es que el mundo, cada vez más, está sometiéndose al sistema financiero; la segunda, que la sociedad no lo entiende. Lo que ha implantado el Sistema es un conjunto de plataformas informativas que mantienen al ciudadano medio desinformado, y al ejecutor económico desubicado.

Algo así le ocurre al protagonista de la novela de Don DeLillo, Eric Packer, un joven prodigio de las inversiones y un especulador nato; en la nueva película de David Cronenberg difícilmente se percibe algo tangible en el primer nivel narrativo, en el que Packer apuesta por la subida del Yuan chino desde su limusina al mismo tiempo que quiere ir a cortarse el pelo pero, por distintas razones, a su objetivo le surgen complicaciones. Más que complicaciones, contratiempos: hay manifestaciones que cortan el tráfico, la llegada del Presidente a la ciudad, sus encuentros con su matrimonio de conveniencia y con varias personas que mantienen conversaciones con él en la limusina, o su revisión médica diaria, en la que le informan de que tiene la próstata asimétrica.

Para “entrar” en la película no hay que atender explícitamente a los acontecimientos, que son francamente surrealistas. La descontextualización de la “historia” (por así llamarla) nos da una pista de cuál debe ser nuestra posición: Cronenberg prácticamente no nos deja salir de esa limusina ultramoderna, hasta el punto de ser asfixiante a veces y, cuando salimos, suceden cosas extrañas y difíciles de asimilar, como el “natero” que estampa contra la cara de Packer una tarta de nata a modo de “reivindicación”. No, para introducirse en la película hay que sumergirse en la dialéctica de los personajes (diálogos que Cronenberg transcribió de la novela casi tal cual) relacionándolas con el contexto de una forma, diría, irónica. Packer se muestra preocupado por su próstata asimétrica en varios momentos en los que vemos que desde fuera de su limusina hermetizada (literal y metafóricamente) están pasando cosas, los ciudadanos protestan, surgen movimientos reivindicativos... el personaje de Samantha Morton le dice en un momento determinado algo así como “ya no hay lugares”; lo que busca el filme del director canadiense es generar sensaciones.

Para ello toma importancia la puesta en escena, fría e inexpresiva, mezcla del mundo contemporáneo y las nuevas tecnologías. A ello unimos el importante trabajo de los actores, frío también (notable Robert Pattinson y la mencionada Samantha Morton), que desdeña esa insensibilidad generalizada entorno a la Economía, manteniendo conversaciones importantes, reflexivas, pero sin un atisbo de emoción. Es el personaje de Paul Giamatti (la película incrementa exponencialmente su fuerza con su aparición) el que contrasta esa frialdad, en una larga escena de una intensidad sobrecogedora. Benno Levin (Giamatti) sería la antítesis de Packer, el ciudadano medio, abandonado, fracasado. El final es emocionante, fuerte; pero más allá de eso, la atención se debe plasmar en un conjunto que pueda evocar a las distintas particularidades del filme, porque Cosmopolis es dialéctica pero no literal, como los últimos trabajos de Cronenberg donde dejaba a un lado la ciencia-ficción y la metamorfosis carnal de Scanners (1981), Videodrome ((1982) o eXistenZ (1999); en esta película el protagonista es un espectador consciente que, de repente, busca su propio cometido existencial, pero sin dejar de mirar a su alrededor con la frialdad del espectador despreocupado, interesado por ambas partes de la verdad, si es que solo hay dos.

¿Qué es, pues, Cosmopolis? En primer lugar, la película de Cronenberg más abstracta y profunda y, probablemente, más importante de lo que pensamos al salir del cine. Es una película que requeriría de varios visionados más, a parte de la posterior reflexión personal que se haga de ella. No puede negarse que es complicada, incluso molesta en ocasiones, pero el resultado global es sorprendente, la interacción entre lo abstracto del planteamiento y lo explícito de los diálogos desemboca en un híbrido imponente y, en celebrados momentos puntuales, sobrecogedor.

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