La leyenda negra de EL MAGO DE OZ

By : El día del Espectador
Diego Real

Tras un tiempo de barbecho, el blog sigue en marcha y lo hacemos con ¿el último? repaso al mundo de Oz. El Mago de Oz es una de tantas en la larga lista de películas malditas de Hollywood por su accidentada producción. En primer lugar cabe destacar el envenenamiento que sufrieron dos actores por el maquillaje. Primeramente, el Hombre de hojalata iba ser interpretado por Buddy Ebsen, pero debido al aluminio de su maquillaje, tuvo que ser hospitalizado en estado grave debido a una intoxicación a causa del mismo. Finalmente fue sustituido por Jack Haley, al que pusieron un revestimiento para protegerle. Por otra parte, la actriz Margaret Hamilton, que interpretaba a la Bruja del Oeste, también sufrió una intoxicación con su maquillaje verde.
El technicolor también causó estragos. Para dar más brillo a los colores se debía iluminar las escenas con unos potentes focos. Estos eran tan potentes que no se podía rodar durante mucho tiempo seguido, ya que a los actores sufrían quemaduras. Pero la que acabó con quemaduras graves fue Margarte Hamilton, que era más gafe que la Pantoja. El mecanismo que le hacía desaparecer entre humo de Munchkiland, falló y por poco se quema viva. Durante el mes de baja, su sustituta, también fallece ardiendo al explotarle la escoba. Pero ni los animales se libran. A Totó le pisó un extra que hacía de guardia y estuvo semanas recuperándose, aunque afortunadamente no falleció.
Hay dos leyendas más oscuras al respecto de la película. Una de ellas, completamente falsa, es la que sostenía que uno de los actores que daba vida a los munchinks aparecía en una escena ahorcado en un árbol. En realidad es solamente un pájaro moviendo las alas. Aquí podéis ver la imagen para que juguéis vosotros mismos:


Por último, hablar de la excelente leyenda que cuenta que si se visiona El Mago de Oz, mientras se escucha el vinilo de The dark side of the moon de Pink Floyd, la coordinación es perfecta, llegando la música a ser parte de la narración. Este fenómeno se ha denominado “The dark side of the rainbow”, una curiosidad que sea cierta o no, es una delicia. 

NOÉ, ¿UN PERSONAJE CINEMATOGRÁFICO?

By : El día del Espectador
HIMAR R. AFONSO


La última película de Aronofsky es extraña, realmente extraña. Tiene tintes “de autor”, con todos los matices que queramos darle a este concepto, aderezados con el potencial de una superproducción.


El último caso más o menos parecido a Noé (Noah) podría ser La vida de Pi (Ang Lee, 2012), aunque aquí se podía ver bastante más claro cómo el potencial visual y los efectos especiales estaban al servicio de un discurso más o menos trascendental, articulado a través de reflexiones en off y de un artefacto audiovisual de alta calidad. En Noé es diferente, no encontramos esta comunión entre la voluntad de un discurso complejo y ambicioso y la épica audiovisual respaldada por las millonarias cantidades a las que se ha acostumbrado Hollywood. No existe esa comunión y no parece haber relación ni, por tanto, justificación de esta doble intencionalidad de la obra.

Creo que podríamos convenir, sin demasiada discusión y sin que se entienda en un sentido negativo -por lo menos en términos creativos-, que Noé es una película fallida. Creo que si, tras la resaca y la contrariedad inicial, somos capaces de aceptar esto, puede ser interesante reflexionar sobre el “por qué”. Quizás los motivos del fallo tengan que ver con esta falta de comunión entre épica y reflexión. A ello se le puede incluir una serie de decisiones -seguro, difíciles de tomar- narrativas legítimas, pero verdaderamente arriesgadas, como el elemento fantástico de su universo: basándose en la premisa de que el Diluvio da lugar a un nuevo mundo, al nuevo mundo que ahora conocemos, se podría convenir que el periodo prediluvial constaba de diferentes elementos, de distintas categorías biológicas o de criaturas diferentes. El acierto está en plantear esto desde el minuto uno, para que el espectador tenga claro desde el principio lo que va a ver; el desacierto, si es que lo hay, es evidente.

Además, la historia se encuentra con una serie de problemas narrativos en cuanto al desarrollo que, en parte, parece haber intentado solventarlos con el elemento fantástico. Por ejemplo, la construcción del arca; gracias a los gigantes de roca -que pueden haberlos sacado de El hobbit-, podemos aceptar la creación del arca; o las hierbas con las que Noé y su familia duermen -hacen hibernar- a los animales según van llegando. Probablemente, el verdadero problema esté desde el planteamiento inicial de la película; resulta difícil querer reflexionar sobre la búsqueda de la condición humana, de poner a prueba la doble moral del juez, y al mismo tiempo querer explicitar “el arca de Noé”. Ése es el origen de todas las problemáticas de esta cinta. Y por eso no comulgan las dos líneas discursivas -la reflexión y la épica-, porque no puedes reflexionar sobre la metáfora del arca explicitándola.

También es desconcertante las vueltas que da la película en esta búsqueda de los conceptos que “El Creador” trata de inculcar a Noé, o los secretos que Noé intenta encontrar en su interior, para que al final todo quede en un mensaje dolorosamente simplista o, por lo menos, trasmitido con una simpleza molestamente didáctica. Y esto, además, es apoyado por la propuesta formal, dándole un tono “de cuento” que nada tiene que envidiarle a las biblias infantiles de dibujos.

La Dinastía de Caín
Y por último, la película no funciona en lo narrativo porque, probablemente, la historia de Noé no sea especialmente cinematográfica. Dicho a grosso modo: no da para tanto. Es por eso que incluyan la “épica” batalla -aunque bien sembrada, todo hay que decirlo, por el prólogo que habla de las dinastías de Set y Caín- o predecibles tramas de todos los personajes secundarios, tan bien construidos que con solo verlos la primera vez, ya sabes qué función va a cumplir cada uno de ellos. Al menos eran buenos actores.

Esta cantidad de dificultades narrativas hace que, a ratos, la película sea incluso aburrida. Sobre todo a partir del Diluvio, donde asistimos a la asfixiante estancia de Noé y su familia -y el villano convertido en polizón- y su transformación moral que, siendo el tipo de producto que es, no había espacio para la incógnita.
Connelly y Crowe, célebre pareja de baile
No todo es negativo. Como hemos dicho, el adjetivo “fallida” no tiene por qué ser peyorativo aquí. Lo cierto es que la película tiene gusto y tiene personalidad. Tiene buenos actores y buenas imágenes, pero difícilmente emociona y deja la sensación de estar todo cogido con pinzas: desde la idea de enlazar la “forma Hollywood” con el discurso “independiente” hasta la narración de una historia, creo, muy poco cinematográfica, por lo menos en los términos que Aronofsky ha planteado.

10 de los 20 en El Día del Espectador

By : El día del Espectador
EL DÍA DEL ESPECTADOR
Los felices años 20. Mientras Estados Unidos se las prometía felices en una década de bonanza económica y liberación social, la Europa de entreguerras trataba de recuperarse de las secuelas del primer conflicto bélico a escala mundial. Las vanguardias estaban en su apogeo con París como su epicentro y el arte avanzaba a pasos agigantados. En este variopinto contexto, el cine parece consolidarse como una nueva forma de expresión para algunos artistas europeos, pero también como una gran industria del entretenimiento por explotar al otro lado del Atlántico.

Los años 20 suponen para el séptimo arte su primer primer gran paso, convirtiéndose poco a poco en un medio cercano a la gente, en un soporte para contar historias y no tanto en una curiosidad de feria. Imágenes en movimiento, en blanco y negro y sin sonido hasta 1927 (o1926 según hallazgos de los últimos años), ése era el cine de los veinte. Pero también un joven formato que buscaba conocerse y conocer el mundo, en el que había miles de historias por contar, encuadres que hacer, personajes que mostrar, planos que encajar…

El cine de los años veinte era un joven prometedor con todo el mundo por delante.


Los Cuatro Cocos (Joseph Santley y Robert Florey, 1929)

En 1929, cuando la década acabado y la crisis se acercaba, los Hermanos Marx dieron el salto a la gran pantalla con su comedia musical “Los cuatros cocos”. Considerándose de las primeras adaptaciones de musical a cine. Pero no sólo es importante por ésto, sino que dio comienzo a la magnífica carrera cinematográfica de estos hermanos nacidos para el humor.
La trama nos lleva a Florida, a un hotel en bancarrota, con un director (Groucho) que no hace nada para remediarlo y unos huéspedes (Chico y Harpo) que se lo pondrán más difícil.
Claro está que no es la mejor de los Hermanos Marx, aun quedan unas pocas, para definen bien su humor, pero por algo tenían que empezar, ¿no? Por lo tanto 1929 se convierte en un año esencial para esta familia, la cual comienza su magnífico paso por delante de las cámaras haciendo reír al mundo entero con sus gags refinados y absurdos, al mismo tiempo. Algo único que nadie ha podido imitar.


El Acorazado Potemkin (Sergei Eisenstein, 1925)
Toda persona que haya estudiado cine o tenga algún profesor entendido del tema, le habrá obligado a ver esta película. Es un visionado obligatorio en todos los sentidos. Y mucha gente dirá que la ha visto sin haberlo hecho… pero ¿por qué es tan obligatoria?
Este film (y el movimiento cinematográfico que lo precede) creó las bases del montaje en el cine. Es decir, creo los puntos y las comas de este lenguaje audiovisual.
Sergéi Eisenstein nos dejó grabadas en nuestra retina e imaginario colectivo, escenas tan famosas como la de “las escaleras”. Escena repetida hasta la saciedad en todo film que se aprecie: “Los intocables de Eliot Ness”, “Los Simpsons”...
Sin duda esta película marcó un antes y después en la manera de contar las historias y creo referencias culturales muy marcadas, las cuales han sido repetidas hasta hoy en día.


La quimera del oro (Charles Chaplin, 1925)

Si hay algo reconocible de la era del cine mudo, es Chaplin; o Charlot, ya que difícil es separar al personaje del genio, y viceversa. Y en la década de los 20, son varios los títulos de importancia que dejó. Aquí nos decantamos por La quimera del oro, probablemente una de las comedias más importante de todos los tiempos. No solo el hecho de que la avaricia -y la fiebre del oro- sea un tema trascendental en la historia norteamericana -con diversas películas como testimonio, desde John Huston hasta Paul Thomas Anderson-, sino que la ironía y la burla que se percibe en la cinta de Chaplin, era tan avanzada en su tiempo como singular sigue siendo hoy en día. Una comedia única, brillante y perteneciente a ese “arte físico” que unos pocos elegidos sabían desarrollar, y que tenía mucho más de talento innato que de técnica. Simplemente con ver a Charlot comiéndose el zapato, entendemos lo inmenso que podía llegar a ser su cine.


Metrópolis (Fritz Lang, 1927)
Quizás la primera película de Ciencia-Ficción que entendió el potencial épico del género. La posibilidad de presentar un futuro apocalíptico como metáfora de una sociedad corrompida, la lucha de clases y la revolución social como única salida. Y llevada a cabo por el hijo del dueño de la ciudad... ¿quién, si no, debía ser el elegido? No puede entenderse la Ciencia-Ficción sin la obra del cineasta alemán, y no deja de ser sorprendente que en 1927 se plantearan relatos de esta potencia dramática, de esta carga social y de esta fuerza narrativa. Con la estética del expresionismo alemán, el trabajo de puesta en escena es embaucador, estilizado y plástico. Otra de esas grandes obras de arte que perduran en la historia por lo que fueron, pero sobre todo por su longevidad, por lo que siguen siendo.


Häxan: La brujería a través de los tiempos 
(Benjamin Christensen, 1922)
Häxan es una de esas películas que a veces tristemente se olvidan cuando hablamos de clásicos del cine mudo y siempre es una tarea grata reivindicarla por ser un film totalmente valiente, fresco y original. Para empezar, estamos hablando de una delirante película de terror con toques de falso documental basado en un relato de inquisidores alemanes del siglo XV. Dividida en siete capítulos, se hará un repaso exhaustivo de lo que es la brujería y su violenta represión (mensaje que se puede extrapolar a otros colectivos) y  lo hará con un virtuosismo hipnótico. Muchas de sus escenas se graban a fuego en la retina gracias a unos fascinante efectos especiales que te harán ver a un grupo de brujas volando, un pequeño demonio destrozando una puerta o una de las apariciones más icónicas del Maligno en el cine. La fuerza de las imágenes terroríficas del danés Benjamin Christensen está a medio camino entre las linternas mágicas fantasmagóricas y el cine de Dreyer o del posterior Bergman de El séptimo sello. Unas imágenes tan alucinantes que las películas se reestrenó con éxito en los 60, en pleno apogeo del LSD, con un remontaje con música de jazz y narrado por…¡William S. Burroughs!

En resumen, una visión de la brujería y el satanismo como pocas veces se ha visto en el cine, más próximo a las mejores obras de Kenneth Anger que del satanismo light que nos ofreció Rob Zombie en la simpática The Lords of Salem.
Steamboat Willie (Walt Disney y Ub Iweks, 1928)
Vale que antes estaba Alice (raruna y deliciosa mezcla de animación e imagen real) y Oswald (personaje que desapareció cuando Disney perdió los derechos del personaje en favor de Charles Mintz), pero un ratón fue el origen como tal de un Imperio: el Imperio Disney. Eso sí, en contra de lo que muchos creen, no fue la primera aparición de Mickey y Minnie Mouse. Anteriormente, se produjeron dos cortometrajes con la pareja de ratones como protagonistas: Plane Crazy (1928) y Gallopin´ Gaucho (1929). El primero tuvo problemas con la distribución y el segundo fue estrenado después de Steamboat Willie. El cortometraje del barco de vapor, supuso todo un hito en la Historia del cine puesto que se trata del primer cortometraje animado que sincronizó imagen y sonido. La historia cuenta que Walt Disney y Ub Iwerks (el olvidado en toda la historia de la Disney) quedaron fascinaron tras ver El cantor de Jazz y querían repetir algo similar. Así nació este sublime hito de la animación cuyo nombre es una parodia de la comedia de Buster Keaton Steamboat Bill Jr. (1928).

Un corto en el que queda en el recuerdo la parte en el que un Mickey Mouse con mala leche, acompañado de Minnie,  improvisan música con unos pobres animalitos en un momento slapstick que demuestra que una patada en el culo sigue siendo más divertida y atemporal que todos los juegos de palabras del mundo. Un cortometraje histórico que ingresó en 1998 en el National Film Registry.


Siete Ocasiones (Buster Keaton, 1925)
Buster Keaton es el mejor comediante físico de todos los tiempos. Con un humor que no pasa de moda y ayudado por una época en la que no existían las reglas, los riesgos laborales en el cine y ser especialista era una profesión tan apasionante como mortal (ahí está el fantástico homenaje a esos héroes en The Fall, 2006).

En menos de una hora (para que se necesita más) Keaton nos contará con un ritmo frenético las andanzas de un joven obligado a casarse para obtener una herencia. Carreras, saltos, persecuciones, risas continuas y la salud física puesta en peligro en cada acrobacia. La prueba indeleble de lo atemporal del humor de Keaton es que sigue funcionando igual de bien hoy en día y no hay nada mejor para entretener a un niño durante una hora.


Amanecer (F.W. Murnau, 1927)
En el mismo año que El cantor de Jazz traía el sonido al cine se estrenaba Amanecer. Considerada por muchos como una de las grandes películas de la historia, la obra de Murnau muestra la perfección alcanzada por el cine mudo con una cantidad de registros obligados por la necesidad de contar únicamente con imágenes. Una preciosa historia de amor y pasiones de la que han bebido innumerables películas posteriores.

Poesía y lirismo en manos de unos de los maestros del expresionismo alemán, que demuestra aquí uno de los primeros ejemplos de lo que la industria norteamericana del cine consigue cuando une su enorme potencial a los mejores talentos europeos. Una colaboración que ha dado numerosos frutos a lo largo de la historia del cine y que se traduce en una sola palabra: arte.


El gabinete del Dr. Caligari (Robert Wiene, 1920)
En pleno auge en pintura y literatura, el movimiento expresionista encontró en Robert Wiene el perfecto traductor de ese sorprendente imaginario a imágenes en movimiento. Decorados que deforman el espacio escénico, interpretaciones histriónicas y dramáticas, un maquillaje casi pictórico y un formidable uso de la luz convierten a El gabinete del Dr. Caligari en el primero y máximo representante de un movimiento imprescindible de la cinematografía europea. La forma en que la realidad se deforma y toma tintes misteriosos, inquietantes y perversos altera la percepción del espectador, que se siente extraño pero morbosamente fascinado por ese universo. Nada es lo que parece y todo puede inducir a engaño. Por prácticamente vez primera una película abrió el debate sobre el cine como arte o entretenimiento. Y si el debate se abrió, solo significa una cosa: el cine es un arte al nivel de la pintura o la literatura. Si no, díganselo a Robert Wiene.
Un perro andaluz (Luis Buñuel, 1929)
En una década marcada por un grandísimo deseo de abandonar préstamos de otras artes y encontrar un lenguaje puramente cinematográfico, Luis Buñuel y Salvador Dalí alumbraron una de las obras más polémicas y turbadoras que se han hecho: Un perro andaluz. En cierta ocasión, allá por 1929, Buñuel se reunió con su amigo Dalí para hacer una película. Su premisa al escribir el guión fue la siguiente: ninguna de las imágenes debe tener una explicación racional. Así, sugerencia tras sugerencia, entre los dos escribieron una “historia” (si es que lo es) plagada de hechos incomprensibles como burros descompuestos sobre pianos, manos amputadas en cajas y, sobre todo, ojos seccionados por navajas. La polémica fue instantánea y el éxito inevitable. Había nacido uno de los mayores cineastas de la historia. Y Un perro andaluz sería solo la primera de sus provocaciones.


Desde Buñuel hasta Disney, pasando por Buster Keaton o Fritz Lang, ese era el cine de los años veinte. Quizá las películas que hayamos elegido no sean las mejores, ni las más impescindibles, pero son las diez que hemos elegido porque tienen algo que las hace especiales, y referentes de su época. Otras muchas han quedado fuera, porque todo tiene que acabar en algún punto.

Lo que es evidente es que por ajeno que nos pueda resultar un cine de hace noventa años, uno puede reírse como lo haría alguien de hace un siglo con una película de Chaplin , estremecerse con el corte en el ojo de Un perro andaluz o sufrir con el carrito cayendo por las escaleras de El acorazado Potemkin, porque las obras maestras no tienen fecha de caducidad.
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Come out, come out. EL MAGO DE OZ como estandarte del mundo gay. Parte 2.

By : El día del Espectador

Diego Real

Desde El día del espectador seguimos con el particular homenaje a El Mago de Oz, y con más razón después del homenaje que se hizo a la película en la ceremonia de los Oscar.

Hemos hablado de Dororthy, pero no fue el único personaje en que la comunidad gay pudo verse reflejada. También podemos hablar del subtexto en el personaje del León Cobarde interpretado por Bert Lahr (de cierto parecido con Arévalo) . La canción If I had the nerve que le cantan es toda una declaración de intenciones. Si a esto le sumamos su interpretación en la canción If I were King of the Forest la referencia es evidente. Además de estas canciones debemos tener en cuenta la canción Come Out! Come Out! y sobre todo Over the Rainbow.

Cuando Dorothy aparece en Oz y mata por error a la Bruja Malvada del Oeste, la Bruja Buena del Norte llama a los asustados Munchkins con la canción Come Out! Come Out! Esta expresión se utilizó para que los que ocultaban su condición sexual la hiciesen pública sin miedo durante los 70, gran época de reconocimiento de los derechos de los gays. El término derivó en outing, de ahí viene la expresión “salir del armario”. Pero, sin lugar a dudas la canción más emblemática del film fue Over the Rainbow. Esta canción es todo un himno gay que según una encuesta internacional, realizada por la web australiana www.samesame.com.au, se encuentra en el puesto 15 de las 50 canciones más emblemáticas del mundo homosexual. Esta canción también ha dado lugar al nacimiento de otro emblema gay, su bandera de seis colores. Debido a todo lo que simbolizaba el film, el activista Gilber Baker, creó una bandera de siete colores que representaba el arcoiris del film, para darla a conocer el Día del Orgullo Gay, 29 de junio de 1978, en San Francisco. Empezó con ocho colores, pero se redujo finalmente a seis.

El Mago de Oz, también ha aportado mucho en el argot norteamericano, con expresiones como: “I don’t think we’re in Kansas anymore “, para referirse a la salida del armario. Oz también ha sido fruto de estudio debido a su significado kitsch y camp (deformación paródica para plasmar una realidad seria). Desde su colorido, sus decorados de cartón, piedra, los fondos pintados, pasando por los exagerados maquillajes y vestimentas (el Hada es un icono en el mundo de los drag queens) todo es emblemático.
Por último es destacable el cierto lesbianismo imperante en Oz, ya que su líder, el Mago, es solo un farsante y los demás personajes masculinos son meramente cómicos e incompletos, frente al poder de Dorothy, la Bruja y el Hada.

Y hasta aquí el repaso sobre la influencia de Oz en el colectivo homosexual. Próximamente, otro sobre la leyenda negra que rodea al film.



“PHILOMENA” PUDO SER MÁS, PERO TAMBIÉN MUCHO MENOS

By : El día del Espectador
HIMAR R. AFONSO


La última película de Stephen Frears cuenta la historia de una anciana a la que, 50 años atrás, le arrebataron a su hijo. Ahora, un periodista en horas bajas, decide contar su historia y ayudarle a encontrarlo.

Basada en hechos reales, esta película corría el riesgo de convertirse en, como suele decirse, un “pastel”, en una historia que hiciera apología de la justicia y la injusticia, y que juzgase en términos de buenos y malos. Algo de esto hay, algo de esto se percibe -y, en realidad, no es impertinente-, pero lo cierto es que resulta bastante comedida en este sentido, lo cual nos lleva al hecho de que sea una cinta con cierta falta de intensidad.

A través de un exquisito uso de la comedia y de su forma de complementarla con el drama, se construye un discurso fresco y vitalista, con un tratamiento “relajado”, diría, que evita que se enrede en la lágrima fácil o en el enjuiciamiento incontestable. Las monjas, que en este caso son las “malas de la película”, reciben el ataque del periodista (y la película no las salva tampoco), pero obtienen el beneficio de la transparencia, del no-juicio por parte de la protagonista, quien nunca olvida que su objetivo es su hijo, saber qué vida ha llevado.

Las dimensiones que otorga Judi Dench
Lo más interesante es el personaje de ella, que pasados los años sigue teniendo interiorizado el sentimiento de culpa y el pecado, y que constantemente “disculpa” la actuación de las monjas o las razones que les dan de por qué no pueden ayudarles, o la buena vida que llevó su hijo y que ella no le hubiese podido dar. Lo más acertado de la película -y buena parte de la responsabilidad es de Judi Dench- es la exploración de las dimensiones de Philomena, que resulta ser un personaje carismático, entrañable y poderoso. Su forma de reflexionar sobre los patrones culturales que han regido su comportamiento, es ilustrativa de lo que supone enfrentarse a la búsqueda de tu descendencia, y a la legitimidad cultural -cristiana- de los comportamientos naturales -es interesante la forma en que Philomena habla del sexo- y de los comportamientos ideológicos.

Novelas románticas
Por su parte, el personaje del periodista, si bien supone una gran interpretación de Steve Coogan, resulta más soso. Quizás el fallo esté en pensar que la película trata de ambos personajes y del recorrido -inverso- que se supone deben hacer, pero es difícil no plantearse la historia así cuando ambos van de la mano en esta lucha. Al final, más allá de esto, lo que parece claro es que la película tiene pocos “peros”, salvo que al ser tan políticamente correcta, le ha faltado algo de emoción. Con una premisa así, podía haber sido un desastre monumental o una obra mayor; Philomena es, al final, una película que está bien.

TRUE DETECTIVE: LOS ÁRBOLES NOS IMPIDEN VER EL BOSQUE

By : El día del Espectador
ÁLVARO TEJERO



True Detective lo tenía todo para ser una gran serie: el actor del momento (con esto no quiero dejar de lado a Woody Harrelson), unos avances misteriosos y espectaculares, un único guionista y un solo director para los 8 capítulos, la marca HBO y unas críticas soberbias desde su primer capítulo. Esa es la sensación general que ha quedado, ayudado con una campaña de seguimiento y ensalzamiento en las redes sociales brutal, a pesar de que en opinión de quién escribe el último capítulo es un desastre que termina acentuando los errores de los capítulos previos y destruyendo sus anteriores aciertos.

Primero hay que hablar del enorme hype que ha creado convirtiéndose semana a semana en un acontecimiento de obligado visionado para no quedarse aislado. True Detective ha aparecido en el momento perfecto, en medio del vacío que había dejado Breaking Bad. Era necesaria otra serie que ocupara su lugar como centro de atención y locura seriéfila; lo que unido a la desesperación de HBO por encontrar otro producto que la situara en la élite cultural del momento (Juego de Tronos no es eso, Treme es para una minoría y Boardwalk Empire nunca ha conseguido los resultados esperados por la cadena) han provocado el boom inmediato de la serie.
Mathew ganará el Emmyy el Globo de Oro sin ninguna duda

Además, su estreno ha coincidido con unas fechas en las que las series de las que más se habla estaban descansando por lo que ha sido abrazada con locura por todos los medios y analistas de series. La única que podía hacerle frente en estos momentos era House of Cards, pero la táctica de emisión de Netflix (todos los capítulos disponibles de golpe) le ha perjudicado mediáticamente en está ocasión a pesar de subir ampliamente su nivel. Así, True Detective ha desmontado la creciente idea de que la emisión de series de manera semanal estaba acabada ya que de otra manera no habría conseguido la popularidad alcanzada al lograr convertirse en un evento.

Pasemos a la serie en sí. La serie creada por Nic Pizzolatto se presentó en su primer capítulo como una historia sobre la investigación de un asesino en serie ritual de jóvenes mujeres por medio de dos detectives totalmente antagónicos capaces de mantener conversaciones metafísicas y discutir sobre nada más y nada menos que el sentido de la humanidad y todos sus recovecos. De hecho, lo segundo es la parte más importante de la serie y lo que ha terminado por hundirla. Todo esto mezclando dos tiempos narrativos: conocemos el pasado por lo que nos cuentan en el presente.

Una atmósfera agobiante (pero no tanto como se pretende), los pegajosos escenarios de Louisiana ejerciendo de personajes, una fotografía espectacular, actuaciones magnéticas y profundas, una dirección con pretensiones (habitual en Fukunaga), un diseño de producción acojonante y sobre todo una selección musical a cargo de T Bone Burnett sencillamente perfecta que culmina con la canción de los increíbles títulos de crédito iniciales. A esto le unimos momentos enigmáticos, ligeras críticas al fanatismo religioso, el desnudo de Alexandra Daddario y un plano secuencia tan espectacular como artificial; y ya tenemos un coctel explosivo que arrasará con todo.


Pero yo no creo que esos elementos hagan una buena serie por si solos. Se necesita una buena historia, un guión sólido (no confundir con grandes frases y conversaciones grandilocuentes),un fondo que convierta esa forma en algo útil. Algo que si hacía Texas Killing Fields, película del 2011 que hablaba sobre estos crímenes que se dan en las zonas pantanosas con mucha mayor solidez.

Ya que True Detective quiere jugar en las grandes ligas y se la observa como tal hay que analizarla igual. El caso, misterio/crímen que presentan e investigan se va derrumbando con el paso de los capítulos. No ya solo que no sea lo principal de la serie (esto no es en absoluto negativo) ni que no le importe mucho a los creadores de la misma; el principal problema es que termina resolviéndose de manera chapucera sin ahondar en él, resuelto atropelladamente y lleno de casualidades que no se perdonarían en cualquier otra producción.

Durante los primeros capítulos juegan a despistar al espectador con 50 minutos centrados en los personajes principales y teorías sobre el universo que requerían toda tu atención para acabar en los últimos 5 con algún dato nuevo que nos pilla en fuera de juego y aparenta hacer avanzar el caso. A esto se le une momentos y frases como "the yellow king" o "carcosa", que sí, molan mucho, referencias para que la gente se coma la cabeza pero que no han tenido realmente ninguna fuerza o importancia en la resolución de la trama.

Perfecta factura técnica

SPOILERS  a partir de aquí:

Si bien los personajes de McConaughey y Harrelson están perfectamente construidos, el primero termina convirtiéndose en un superpolicía (es el mejor en homicidios, narcóticos, robos) y ambos acaban resolviendo el caso casi por inspiración divina.

Y llegamos por fin al desastroso último capítulo en el que el ritmo sosegado anterior da paso a un atropello de los acontecimientos para resolver el caso (el increíble recordatorio de Harrelson de la casa pintada de verde, la frase lapidaria de Rust al llegar a la casa del asesino: "este es el sitio") en el que aparecen lo peor (esto hay que saber hacerlo) de Jodorowsky y Moebius puesto de peyote para acabar viendo las estrellas, voces de ultratumba y un enemigo de fuerza mitológica en una orgía de excesos de todo tipo. Antes ya habíamos tenido que asistir a tonterías del calibre del francotirador y lugares comunes como los paquetes preparados para los medios de información.

Esta escena tuvo casi tanta repercusión como un capítulo entero
Pero esto no es lo peor, aun olvidando que no se ahonda en el asesino que no se nos presenta al final del capítulo previo en un recurso impropio de una serie que pretende ser tan inteligente (le habíamos visto en el capítulo 2 pero sin mostrar cicatrices de forma clara), ni que Pizzolatto pase de las conexiones con los altos cargos administrativos y centros de poder (muy valientes para mostrar desnudos pero cobarde para meterse en temas de verdad escabrosos) o que nos escamotea lo que pase en esa cinta que tanto perturba a los personajes. En resumen, han resuelto el caso como si no conocieran la existencia de David Fincher y como había cambiado ya las reglas del juego en Seven y Zodiac (dos películas que si te remueven por dentro)


Lo peor es la cobardía final, ese inesperado happy ending que traiciona la visión de los personajes (de Rusty Cohle principalmente) e intenta ofrecer un rayo de luz después de 7 horas hablándonos de la oscuridad del mundo y de la imposibilidad de salvación de las personas. Cohle se salva milagrosamente, obtiene su redención personal (al final lo único que quiere es unirse con su hija en el cielo aunque este sea oscuro en su caso, no vayamos a abrazar la religión en este punto) y parece que se vaya a vivir con Marty en una especie de Arma Letal en Louisiana. Ahora resulta que la luz está ganando terreno a la oscuridad. Una cobardía que no me esperaba de esta serie.

"Emperador" El fin de la guerra contra Japón

By : El día del Espectador
Néstor Sánchez

La Segunda Guerra Mundial siempre le ha dado a Hollywood mucho material para realizar películas. Se podría crear una nueva categoría dentro del cine bélico que fuese para este evento. Hemos visto guerras, historias de amor, momentos decisivos, situaciones políticas, puntos de vistas sobre un mismo conflicto… así podríamos estar todo el artículo. La nueva película de Peter Webber toca un tema que ha sido poco explotado en el cine, el fin de la Segunda Guerra Mundial, el exacto momento en el que se puede zanjar las disputas políticas.

La historia nos sitúa en Japón tras la caída de las bombas atómicas, el general Douglas MacArthur (Tommy Lee Jones) y un capitán (Matthew Fox), tendrán que tomar la dura decisión si el emperador de Japón, Hirohito, es declarado prisionero de guerra o no. Con este buen planteamiento se añade una historia de amor del capitán con una japonesa, contada a través de flashbacks.

Históricamente hablando es una buena película, muy interesante, ya que cuenta hechos que son poco conocidos para las personas. La moralidad de la decisión es palpable en el film y en ocasiones te hace dudar quien empezó la guerra. Los diálogos son los que te transmiten el horror de la guerra y hacen que el corazón se te encoja, luego las imágenes de las ciudades japonesas destruidas son meros refuerzos a lo que ya te han contado. Siguiendo con el tema de los diálogos, son los que hacen que Matthew Fox comience a destacar como actor, ya que en ocasiones la fuerza decae un poco cuando lleva mucho tiempo en pantalla, le queda un largo camino para ser tan buen actor como su compañero Tommy Lee Jones, el cual no hay palabras para describirle.

Uno de los principales problemas que tiene la película es la historia de amor, con ello no quiero decir que no me guste, sino que no está bien contada. Alguien tuvo que creer que sino la metían en el guion, se iba a quedar cojo. La intención está clara, darle un trasfondo al capitán para que le cueste más tomar una decisión, pero tiene menos química con la novia japonesa, que no llega a cumplir su intención. Y en ningún momento te preocupas por ellos y solo quieres ver que le pasará al Emperador.


En general es una muy buena película, se deja ver y te mantiene interesado hasta el final, en el que descubres el destino de Hirohito. Esperemos que esta película sea un llamamiento a Hollywood para que desarrollen más películas bélicas de este estilo, y que empiecen a mostrar otros lados de la guerra nunca antes vistos.


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