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Posted by : El día del Espectador
febrero 01, 2014
HUGO MUGNAI
“Nunca mires a cámara”. Cualquiera que haya participado en una
grabación con actores amateurs o no-profesionales probablemente haya oído esa
frase en algún momento. Pero, ¿por qué? ¿por qué no puede el actor mirar a
cámara? La respuesta puede convertirse en una disertación muy interesante sobre
el cine y su capacidad para crear mundos
cerrados, pero también puede ser breve y sencilla: “Porque cuando miras a
cámara, miras al espectador”.
Así de primeras, esta
respuesta puede hacer surgir nuevas preguntas “¿Qué supone mirar al espectador?
¿Es eso malo?”. Para entender lo que
supone crear una línea virtual de mirada entre el actor y el espectador es
necesario entender antes el concepto de “diégesis”. Por complejo que pueda
sonar, la diégesis, según nuestra amiga la Wikipedia, no es otra cosa que “El mundo(ficticio) en que las situaciones y
eventos narrados ocurren”. Así
por ejemplo, Narnia sería la diégesis de las películas de dicha saga, o la
Tierra Media sería la de la saga de El Señor de los Anillos; pero el concepto
también puede aplicarse a películas realistas, en las que la diégesis es el
mundo que conocemos.
El problema que
presenta la mirada a cámara es que aunque en el rodaje uno pueda pensar que es
el actor el que mira a cámara en un inocente gesto, lo que el espectador capta
al ver la toma es que es el personaje al que interpreta ese actor el que
mira (no el actor en cuestión) y el objeto de su mirada no es otro que el
propio espectador. Y la primera
consecuencia de esta mirada, de este contacto entre personaje y audiencia no es
otro que la transgresión de esa diégesis,
el hacer sentir al espectador que es percibido desde dentro del filme, romper
la cuarta pared, ese límite que
divide el mundo real del mundo de lo narrado. Y esta ruptura puede ser fatal
para la historia, ya que puede hacerle
perder toda credibilidad de cara a la audiencia.
A pesar de ello, de
que “nunca se debe mirar a cámara”, a lo largo de la historia del cine ha
habido varios directores que por muy diversas razones han decidido hacer que uno de
sus actores mirara a cámara en un momento determinado. En El Día del
Espectador, queremos rendir homenaje a algunos de esos directores, pero sobre
todo, a algunas de esas miradas
transgresoras, que se nos han clavado en las retinas como diciendo “sabemos que
estás ahí”.
EL GRAN ASALTO AL TREN (EDWIN S. PORTER, 1903)
Cuando el cine aún
iba a gatas, Edwin S. Porter, uno de los pioneros de este nuevo arte decidió
hacer uno de los primeros primeros planos (por redundante que suene) no sólo
poniendo a su actor principal cerca de la cámara, sino además haciéndole mirar
hacia ella, e incluso disparar su revolver en esa dirección. El impacto de esta
toma, con la que concluía el filme, asustó terriblemente a sus –en términos cinematográicos-
primitivos espectadores, que temieron recibir el balazo. Una mirada para aprender a mirar.
LA NARANJA MECÁNICA (STANLEY
KUBRICK, 1971)
En su adaptación de la novela
de Anthony Burgess a la gran pantalla,
el genio que diera luz a 2001:Una odisea
del espacio (1968), decidió arrancar la película con su protagonista –el
visceral Alex- mirando al espectador de forma casi animal al ritmo de una
música psicodélica en uno de los travellings de alejamiento más recordados del
cine. Una mirada para provocar.
LOS 400 GOLPES (FRANÇOIS TRUFFAUT, 1959)
A las puertas de los 60, en una
Francia cuyo cine empezaba a romper todas las reglas conocidas para dar paso a
la Nouvelle vague -uno de los
movimientos cinematográficos más importantes de la historia del audiovisual-, François Truffaut decidió acabar su película Los cuatrocientos golpes con una mirada a cámara: la de Antoine
Doinel, el niño protagonista. Una mirada para cambiar el cine.
EL CREPÚSCULO DE LOS DIOSES (BILLY
WILDER, 1950)
La que probablemente sea la mejor película de Billy Wilder (con el permiso de otras tantas) tiene una de
las miradas a cámara más extremas de todas. Y es que en la última secuencia de
la película, cuando todo indica de Norma Desmond, la vieja estrella del cine
mudo, ha tocado fondo en el pozo de su decadencia, ésta se presenta ante los
periodistas y policías que se congregan en su casa como una diva, como el
reflejo de lo que fue. Y con esa misma altivez mira al espectador, como una
diosa. Una mirada para brillar.
AMÉLIE (JEAN-PIERRE JEUNET, 2001)
La dulce Amélie
Poulain nos encandiló con su dulzura y su estrafalaria visión del mundo, pero
quizá el mayor acierto de Jeunet fue hacer que dialogara con nosotros. Con
varias miradas a cámara a modo de confesionario, Amélie tomó a los espectadores
por sus amigos íntimos, abriendo una ventana al diálogo extradiegético. Una mirada para enamorar.
Hemos elegido sólo cinco, pero podrían haber sido
muchísimas más, ya que con el paso del tiempo, esta ruptura de lo tradicional
se ha convertido en algo más común y no tan transgresor. La mirada aterrada de
Cole Sear en El sexto sentido (M. Night Shyamalan,1999), la mirada perdida
de Norman Bates en Psicosis (Alfres Hitchcock, 1960), la mirada cómplice del joven
psicópata en Funny games (Michael Haneke, 1997), la mirada enajenada de Jack
Torrance en El resplandor (Stanley
Kubrick, 1980), la mirada desesperada de Kevin McCallister en Solo
en casa (Chris Columbus, 1990), la mirada insegura de Alvy Singer en Annie
Hall (Woody Allen, 1977)...
Aún así, la mirada al espectador sigue siendo uno de
esos asteriscos dentro de la gran novela que es el cine, un pequeño elemento de magia dentro del séptimo arte.
jajaja, joder Hugo, realmente debemos estar conectados o algo, casualmente tengo que hacer junto con otros compañeros un reportaje-documental para una asignatura y estoy pensando para hacerlo sobre "romper la cuarta pared en el audiovisual", enfocándolo en cine y series sobe todo, desde que el gordo y el flaco miraban y guiñaban un ojo a la cámara después de una trastada hasta la actualidad con géneros como el falso documental. Que grande tio jaja.
ResponderEliminarJorge.
Como decían en Los amantes del círculo Polar: "Podría contar mi vida uniendo casualidades"
EliminarSupongo que en el fondo todos sabemos que no existen.
Un saludo y gracias por leernos,
Hugo Mugnai