Posted by : El día del Espectador febrero 12, 2014

ÁLVARO TEJERO

Nebraska tiene 105 minutos maravillosos, pero es en sus últimos 5 minutos donde alcanza la grandeza que diferencia las buenas películas de las maravillosas. Una escena poco habitual en la que la Payne brinda un homenaje a su personaje y en un acto tan humano como extraño en la pantalla le ofrece la oportunidad de decirle a todo el mundo: ¡JODEROS! ¡Ahora soy alguien y os lo restriego en la cara!

Que nadie espere sorpresas en Nebraska, es un película de Alexander Payne, perfeccionada al máximo para el que escribe. Vuelve a hablar de la vida; algo tan sencillo y tan difícil a la vez, a partir de un pequeño detalle, una mínima historia. Esta vez el viaje de un anciano con demencia junto a su hijo menor para cobrar un supuesto millón de dólares en la ciudad de Lincoln, Nebraska. Es un timo publicitario, por supuesto, pero es la última oportunidad de redención para un viejo alcohólico fracasado.
La nominada al Oscar  June Squibb

Encantadoramente triste en todo momento es el desvío obligado de los protagonistas al pueblo natal del protagonista (un Bruce Dern inmenso y totalmente expuesto) lo que provoca la definición de la película. Aquí aparece el pasado, la familia, los viejos conocidos y los secretos aparcados. Permite conocer al hijo menor (Will Forte a la altura de Bruce Dern) y junto a él a los espectadores la vida de su padre. Acercarse a las razones de su estado actual, intentar entender su pasado. El protagonista nunca cuenta nada sobre su vida, son los demás los que le van definiendo: desde su desencantada y sincera esposa hasta sus silenciosa familia (hasta que aparece el tema del dinero, por supuesto) pasando por su primera novia o su antiguo socio y amigo.


Todo esto le permite a Payne desarrollar su agudo humanismo (por primera vez con guión ajeno) frenando un tanto su sarcástica mirada para volverse algo más enternecedora. Patetismo, vulgaridad, comedia, drama...todo se junta bajo la fantástica mirada en blanco y negro de la fotografía de Phedon Papamichael que puede recodarnos a La última película de Peter Bogdanovich.

Bruce Dern y Stacy Keach: dos grandes
Es un retrato de la América Profunda, de su estilo de vida marcado por la televisión y los coches (ojo a los dos antológicos sobrinos de Bruce Dern), sumida en un vacío existencial y temporal no solo por la crisis económica. Pero si bien este mundo siempre había sido tratado con cierta mirada cinematográfica (en el sentido de cierta nostalgia sobre una época que no va a volver que si aparecen en obras como Un mundo perfecto) aquí ya no existe nada de eso: no rugen los motores como en American Graffiti, ya no hay tiempo para subir las faldas de las chicas como en la de Bogdanovich e incluso la depresión económica no tiene una mirada lírica como en las primeras cintas de Malick. Aquí los ancianos guardan la memoria colectiva que no le interesa a nadie salvo a Payne.

Todos deseamos ser en algún momento u ofrecer  nuestros padres un momento como el que vive al final Bruce Dern. Conducir por el barrio en que nos criamos con una sonrisa de suficiencia en la cara mientras observamos los asombradas rostros de nuestro pasado, como el del gran Stacy Keach hundido finalmente.


NOTA: 10

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