Posted by : El día del Espectador agosto 10, 2012



HIMAR R. AFONSO

Lo que supone Alien, el octavo pasajero (Alien, 1979) para la historia del cine es equivalente a lo que ha supuesto para el público su antología, atendiendo a las obras de Ridley Scott y James Cameron y a las de David Fincher y Jean-Pierre Jeunet (y omitiendo las fusiones posteriores con otros personajes como Predator, por ser cintas destinadas a explotar más aún la mina lucrativa de la saga, alejándose incluso de su historia original). Porque el personaje del alien no solo es uno de los personajes de terror más importantes e influyentes, generando grandes masas de aficionados y convirtiendo a su obra en cine de culto, sino que supone una cadena de ideas y repeticiones en sus películas (no necesariamente de carácter lucrativo) que han creado una fábula en el público con mecanismos identificables mediante los cuales se accede no solo al miedo y a la fascinación de los espectadores, sino que también, después de casi tres décadas de Alien, se ha accedido a la veneración y a la nostalgia.

 No es solo un fenómeno social lo que generaron las películas de Alien, sobretodo la original de Ridley Scott y la secuela, para muchos mejor, de Cameron: Aliens: el regreso (Aliens, 1986), sino que en su contexto histórico representan un momento muy importante para el cine, el modernismo, la recuperación del cine de género y la gran innovación de la mezcla de géneros; en este caso, terror y ciencia ficción, un depredador alienígena, un organismo superior, que consigue entrar en la nave de carga Nostromo, donde la teniente Ripley (la mítica protagonista interpretada por Sigourney Weaver), junto a su tripulación, tendrá que enfrentarse al terrorífico nuevo huésped. Y como decíamos antes, las siguientes entregas se han  servido de la idea original y su estructura para entrar en una dinámica de repetición que no solo hace que el espectador sepa lo que va a ver, sino que, de alguna manera, se entristece por lo que ya no “es”.

No conocemos la vida de Ripley, solo su carácter y personalidad en la toma de decisiones que realiza en el corto espacio de tiempo que dura el presente ficticio del filme, lo mismo que en la segunda entrega, donde habrán pasado unos cincuenta años desde que consiguió librarse del alien y criogenizarse esperando ser encontrada por alguien. Por tanto, la concepción de la obra tiene un único nivel narrativo, sin profundizar en los personajes o en sus problemas internos; Alien es supervivencia, la forma más real de conocer a las personas.

A esta premisa se añaden en cada entrega elementos imprescindibles como son el androide y La Compañía. El androide que va con cada tripulación que se embarca en las misiones de La Compañía (desde las obras de Scott y Cameron hasta la reciente Prometheus), tiene una importancia capital, por representar los intereses de La Compañía, unos intereses a menudo carentes de moralidad, de humanidad (prevalece siempre el valor de la carga -el alien- sobre la vida de los tripulantes), para los cuales supone un gran acierto utilizar a un robot. Mucho más odiado el de la primera película que el de la segunda, Bishop, con el que se empatiza con facilidad, sobretodo porque al final hace lo “humanamente correcto”; además, tendrá su protagonismo en la tercera película, Alien 3, la ópera prima de David Fincher, en la que se atrevieron no con muy buen resultado a utilizar la tecnología digital para crear al alien, en una película que pretende ser demasiado trascendental, resultando por el contrario, bastante aburrida y donde únicamente vale la pena el gran final que cierra incluso la saga, de una forma triste, épica y nostálgica, escuchando en Off la última retransmisión que dejó Ripley del Nostromo.

Pero entonces se estrena ya en la década de los noventa, Alien resurrección, de Jeunet (¡director de Amelie!). Bastante, bastante innecesaria, esta cuarta entrega, ya con más ambiciones lucrativas que artísticas, supone un auténtico despropósito, donde únicamente tiene algo de interés una extraña escena “de amor” entre un alien repugnante y Ripley, o por lo menos la nueva Ripley, una reencarnación mitad humana mitad alien que ha creado La Compañía, no se sabe muy bien para qué. Se intenta, de alguna manera, evocar a esa idea que durante la saga se va generando de que, tras tanta lucha, el terror es amor, la relación del alien con Repley (y por extensión, con los espectadores), es bonita (por no hablar del alto contenido sexual). Pero Alien resurrección no termina de justificarse, y solo sirvió para iniciar la explotación masiva del personaje con esas obras de fusión ya mencionadas.


Pero el tiempo pasa y Alien sigue siendo una obra cumbre, de esas que agitaron al público, rompieron la taquilla y aprobaron ante la crítica. Generaron una idea, una premisa, a partir de la cual se podía trabajar un único nivel narrativo (la supervivencia) a la vez que pensar y dar rienda suelta a nuestra imaginación para componer nuestra propia fábula: el pasado de Ripley, quien jamás verá a posibles parientes (en la segunda parte ya es evidente, después de cincuenta años dormida y vagando por el Espacio); la Tierra, que nunca veremos (salvo en Alien resurrección, de forma fallida otra vez); la propia Humanidad en un futuro no tan próximo, de la cual poco sabemos desde las naves en las que viajará Ripley, y esperando que no todos sean como esa poderosa compañía, de la que tampoco sabemos nada.

Con toda esta ausencia de información, anhelada en ocasiones pero nunca necesaria, surge en el presente año (en el presente mes) una obra concreta: Prometheus, la cual tiene varios aspectos a tener en cuenta: el primero y más importante, está dirigida por Ridley Scott, autor de la primera entrega, que 33 años después ha decidido hacer otra película sobre uno de sus mayores logros cinematográficos (junto con Blade Runner y, si se me permite, Black Hawk derribado); lo segundo, que se ha tomado más de un año para hacerla, lo cual es una noticia; y lo tercero y más interesante, en teoría: es una precuela.

Evidentemente, y como dijo James Cameron en su momento, la continuación de la saga ya era inviable, aunque el dinero que generaría cualquier nueva historia de Alien siempre iba a ser rentable. Pero ya puestos, ¿por qué no hacer algo interesante, que aporte alguna novedad? Quizás de ahí surja la idea de hacer una precuela; de alguna manera, toda esa información, todas esas preguntas innecesarias en las primeras películas (ya que lo interesante era lo que ocurría en el momento), puedan ser necesarias ahora, mediante una precuela que cuente lo que ocurrió años antes, desvelando que la propia Compañía tiene bastante que ver en la existencia de ese mortífero ser. Y la película es realmente satisfactoria, no solo por la impecable realización sino por su propuesta: “fuimos en busca de nuestros orígenes y, quizás, hayamos encontrado nuestra destrucción”.

Pero no se queda ahí... Prometheus (donde, por cierto, Ridley Scott hace un pequeño guiño/homenaje a Spielberg como referente de la ciencia ficción -no más que él mismo-) enreda bastante el asunto y da pie a un montón de especulaciones sobre la Humanidad y la vida más allá de la Tierra, ideas siempre interesantes e inquietantes. La obra cuenta con un reparto notable/alto, con la mujer del momento al frente (Charlize Theron) más el impecable Michael Fassbender y enlazando con bastante acierto toda la historia con Alien, el octavo pasajero, dejando, sin embargo, tantas preguntas en el aire como respuestas ofrecidas y dando pie incluso a una posible secuela (de Prometheus, no de Alien) que resulta fastidiosa y gratificante a la par; nadie quiere que Alien se acabe, pero podía haber acabado hace mucho tiempo.

Aún así, parece que es mucho más pertinente esta última historia que las que sucedieron a Aliens: el regreso, de Cameron, en una antología muy irregular pero más que interesante. Y además, Prometheus da salida de forma evidente a esas fábulas que creó la historia original (siempre desde la perspectiva que dan todos estos años después) y es, a título personal, bastante mejor que los “Aliens” post-Cameron.


Porque en su conjunto, resulta frustrante finalizar la posible trilogía que cerraba Alien 3 con tan buen final pero con una película que constituía un “todo” bastante peor que sus predecesoras; y revivir a Ripley definitivamente fue un desacierto, por lo que nos quedamos con las dos primeras y con Prometheus. No sería una mala trilogía, la verdad, finalizando con el encadenado de planos en el que Cameron nos muestra a Ripley y a la niña dormidas... al fin. El sueño comienza, la pesadilla se acaba, y suena en el aire la secuela de la precuela... y resignados, iremos a verla... porque un nuevo personaje se embarca en un viaje como hizo Ripley en 1979 (o como hará en 2122, según se mire), y este nuevo personaje “promete” desvelarnos tantas nuevas preguntas. Si al final se hace dicha secuela (quizás para 2014), probablemente no termine de responder a todo, uno de los secretos de las historias jugosas, pero si no se llega a realizar, tampoco será una tragedia. Alien ya es todo lo que puede ser, que es bastante, y el conjunto, a veces más y a veces menos, supone un regalo de gourmet.

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