Posted by : El día del Espectador julio 06, 2013

 


            De niño me encantaban los grandes blockbusters veraniegos como Godzilla (Roland Emmerich, 1998) o Armageddon (Michael Bay, 1998), me imaginaba siendo el héroe de la película y me fascinaban los universos que creaban. Luego me encantaba jugar con las figuras de acción, que el protagonista se llamase siempre Jack o John y salvase a su mejor amigo de caer en el abismo que había entre la mesa y el suelo. Pero a medida que me fui haciendo mayor fue desapareciendo el interés, empecé a fijarme en la verosimilitud y en lo fantasiosas que podían resultar muchas escenas. Me desencanté. A pesar de que he seguido viendo blockbusters (menos, todo hay que decirlo), ninguno ha conseguido que me volviese a sentir tan fascinado.


            Star Trek: en la oscuridad tiene todos los elementos de aquellas películas y es la primera en mucho tiempo que me hace volver a sentir como aquel niño fantasioso. Por tanto no podemos prestarnos a un análisis intelectualoide, hay que estudiar la película desde lo que es: un blockbuster veraniego. En primer lugar, la película es visualmente apabullante y tiene una estética mucho más atractiva que la de Star Trek (2009) (a pesar del amor que le tiene Abrams a los lens flares (esos dichosos destellos de luz que provocan las lentes de la cámara: para verlo no os perdáis este vídeo)). El diseño de producción es impecable, Abrams recrea todo un universo poblado de máquinas incomprensibles, botones de colores y cachivaches a cuál más tecnológico e inesperado (SPOILER - véase el contenido de los torpedos - FIN DE SPOILER). Este universo del siglo XXIII está aderezado con unas escenas de acción genialmente rodadas (un poco mareantes a veces, pero bueno): la cámara nos sumerge en la acción y nos hace partícipes del caos continuo que hay en casa secuencia, nos hace sentir uno más de la tripulación del Enterprise. Y todo rodado en uno de los mejores 3D desde Avatar: imaginativo, bien llevado y nada intrusivo.

            La ambientación es impresionante pero sus personajes son quienes le dan vida. El primero y más logrado es el villano Khan, de sobra conocido para cualquier trekkie. Benedict Cumberbatch utiliza ese estilo suyo tan hierático y misterioso para dotar a Khan de una ambigüedad que hace plantearse al espectador: ¿de verdad es él el malo de la película? Sobresale especialmente cuando se mide dialécticamente a Kirk o a Spock, porque es cuando su personaje adquiere mayor profundidad y es más creíble. El otro gran personaje de la película es Spock y no Kirk, pese a quien pese. Spock se mantiene en la línea de la serie original, con ese constante conflicto entre su parte vulcana y su parte humana. Zacary Quinto consigue que veamos la lucha interior para que los sentimientos puedan (a veces, no siempre) con la lógica. En cuanto a James Kirk, voy a ser sincero: es el héroe, sí, y como tal hay que apoyarle, pero a veces es exasperante. El Kirk original de William Shatner no era ni tan infantil ni tan inseguro, sabía bien cuando y donde golpear a un Gorn. Puede que los personajes sean planos, pero al menos están bien delimitados y sabemos qué papel tiene cada uno en la trama. El resto del cast está correcto con la distinción especial del siempre divertido Simon Pegg que sabe bien cómo colocar los chistes. El humor de Star Trek:… es una de los elementos mejor llevados de la película. La última que vi con supuestas dosis de humor fue la para mí fallida Iron Man 3 (Shane Black, 2013). Esta, en comparación, sabe perfectamente dónde ha lugar un chascarrillo y donde no, haciendo reír con una buena dosificación que no distrae de lo esencial.

            Al ver Star Trek:… uno no puede dejar de buscar alguna pista sobre cómo abordará  Abrams su versión de Star Wars. ¿Tirará de lens flares? ¿mostrará el universo sucio y ajado de George Lucas o preferirá la pulcritud y perfección del de Gene Rodenberry? A día de hoy son preguntas sin respuestas, pero hay que tener en cuenta que Star Wars: episodio VII será comparado inevitablemente con la última entrega de Star Trek. Después de esta, yo tengo fe: J.J. Abrams sabe como despertar al niño que hay en mí, por tanto deposito mi confianza y una tímida esperanza en que su saber hacer se demuestre también en su próximo film. Pero hasta entonces, disfrutad de un genuino e inofensivo blockbuster que cumple con creces su labor: entretener durante dos horas al respetable público. Saludos terrícolas.


NOTA (en la escala de los blockbusters): 8

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