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Posted by : El día del Espectador
diciembre 02, 2012
ÁLVARO TEJERO
Después
del fallido remake de Tim Burton observe con hastío la noticia de una nueva
vuelta de tuerca al universo de la mítica película protagonizada por Charlton
Heston. Decían que no era un remake, más bien una precuela que se basaba más en
la novela de Pierre Boulle. Tras el estreno llegaron las críticas tremendamente
positivas (no es otro "sacacuartos" de Hollywood) y el apoyo del
público. Por tanto, me decidí a verla a pesar de conservar todavía ciertas
reticencias y prejuicios.
Prejuicios,
sí. Todos los tenemos. En este caso debido a que El planeta de los simios (Franklin J. Schaffner, 1968) es una de mis
películas favoritas. No es sólo una de las obras cumbres de la ciencia ficción,
sino una de las mejores cinta de la historia. Su importancia no descansa
únicamente en la fuerza de su mensaje, si ha sobrevivido al tiempo es debido a
que conserva intacto su poderio formal y narrativo: no ha envejecido. Pero es normal, su
director Franklin J Schaffner sabía
lo que hacía; ha dejado para la historia dos obras maestras atemporales: El señor de la guerra (1965) y la ya
citada.
Heston en El señor de la guerra |
La
ópera prima de Rupert Wyatt ofrece una primera hora interesante, con cierto
ritmo y varios momentos de gran fuerza, intentando sembrar varias reflexiones.
El problema es que tira todo lo conseguido en la última media hora al
convertirse en una cinta de catástrofes con unos simios convertidos en máquinas
de guerra con "superpoderes".
Eso
es lo más preocupante de la cinta, se olvida de la ciencia ficción para convertirse
en otro blockbuster industrial más. Lo aterrador de la original era el discurso
que planteaba (los simios alcanzaron el poder debido a la estupidez del ser
humano, capaz de destruir su propio planeta), aquí, todo se reduce a una
venganza de César y sus compañeros debido al maltrato animal. Una simple
venganza. Lo ejemplifica perfectamente el crítico Owen Gleiberman en su crítica
para Entertainment Weekly, en la que afirma: "La película es más vigorosa
que el remake extrañamente abúlico de Tim Burton, pero a diferencia de la buena
ciencia-ficción, no significa nada, o ni siquiera lo intenta".
Además,
lo remata con la cobarde propuesta para explicar el fin de nuestra existencia
(mediante un virus de la mano del maltratado vecino durante todo el metraje) y la existencia de un final abierto para una secuela ya
confirmada.
James Franco con cara de sufrimiento |
A
todo esto se une un fallo formal bastante grave: en el refugio hay alrededor de
40 simios y nada más escapar de él, un plano nos muestra corriendo por la
colina una auténtica manada de 100 ejemplares. Sin olvidar al personaje (si
podemos llamarlo así) interpretado por Freida Pinto; auténtica mujer florero
con apenas un par de líneas de diálogo introducido para besar al protagonista
(el sufridor James Franco) y recordarle tímidamente que no juegue a ser Dios.
No
quiero que parezca que estoy destruyendo la película. Es un decente
entretenimiento con algunas ideas buenas y escenas impactantes (el ataque de
César para defender al padre de James Franco, la rebelión del simio al grito de
"¡NO!") pero que termina transformándose en una variación del capítulo
de Los Simpsons en el que los delfines nos esclavizaban.
Destacar
por supuesto los efectos de Weta Digital y una vez más, la impresionante labor
de Andy Serkis dando vida a César. Algún día se reconocerá la labor de este
actor, tan importante para el avance técnico del cine como lo son George Lucas
o James Cameron. Un Oscar para Andy, por favor.