Posted by : El día del Espectador octubre 03, 2013

@MARCOBARADA y HUGO MUGNAI


            Se acabó. Walt y Jesse no volverán a cocinar juntos. Ningún yonki volverá a colocarse con su meta azul. Nunca más se enfrentarán a narcotraficantes o al cartel. No morirá más gente por su culpa. Breaking Bad ha terminado su andadura tras cinco temporadas, provocando una desoladora sensación de vacío en los fans de todo el mundo. Esta conclusión, decidida por los guionistas y no forzada por una bajada de audiencia, hace que nos planteemos algunas  preguntas: ¿Ha sido un final a la altura? ¿Es Breaking Bad la mejor serie de la historia? Y de cara al futuro, ¿cuál es su legado?

El reto de un final a la altura no era fácil.
Sin duda se trata de un gran final. Tras los últimos dos episodios (Ozymandias y Granite state) en los que todo el panorama de la serie quedaba hecho un cisco, irreconocible, el reto era grandioso. El último episodio, FeLiNa (anagrama de finale mediante elementos químicos), tenía la obligación de darle un cierre a la trama, de saber apagar el cigarrillo a tiempo, antes de quemarse los dedos y sin mancharlo todo de ceniza. Y podemos decir sin ninguna duda que Vince Gilligan ha cumplido con creces. Las tramas concluyen, los personajes cumple un ciclo (para bien o para mal) y al espectador le queda una sensación de cierre, de complacencia y de que ha invertido horas de su vida en una gran historia que ha acabado como debía.

Algunos retweets de Damon Lindelof sobre el final de Lost.
Llegados a este punto es inevitable hacer referencia a otros finales de series que quizá no convencieron tanto, como es el caso de la paralela Dexter, que vio su final una semana antes dejando a la mayoría de sus fans sumidos en una decepción terrible, especialmente por su secuencia final (y hasta ahí podemos leer). Pero quizá el caso más sonado sea el de Lost; el hijo pródigo de Damon Lindelof nos dejaba hace más de tres años y medio y se despedía dejando a casi todos los losties más indignados que satisfechos. Incluso el propio Lindelof se dedicó la noche de la finale a retwittear desde su cuenta los tweets que le echaban en cara el buen final de la serie de Gilligan en comparación con la suya.

            Pero pasó todo lo que tenía que pasar (y acertamos en algunascosas): Walter se dirigió de forma inevitable a un destino elegido por él mismo. Contra todo pronóstico se “reconcilió” con sus antiguos compañeros Gretchen y Elliott, a los que incluso confía el dinero que le queda para que se lo entreguen a Walter Jr. en su momento. Se reúne con Skyler, a la que confiesa que todo lo hizo por él mismo, que en realidad su familia era lo de menos; que eso lo hacía sentir vivo. Tras despedirse para siempre de ella y de Holly, su pequeña, Walt pone fin a lo que él empezó: envenena a Lydia con la ricina -cortando para siempre el suministro de meta azul (la fórmula que él mismo inventó)-, y lo más importante; masacra a la banda de Jack, artífices de su reciente caída en desgracia. Pero Walt hace algo que le redime en cierta manera: antes de activar su robot-ametralladora, se abalanza sobre Jesse para protegerlo de las balas, recibiendo un impacto como consecuencia. Tras una reconfortante escena en la que Jesse mata a Todd y Walt a Jack, el último encuentro entre el antiguo profesor y su alumno es desgarrador pero necesario: Jesse dice “no” y Walt se queda solo. Y el fatal desenlace no podía suceder de otra forma más que con Walt en su amado laboratorio, el mismo que le ha llevado a la ruina, el mismo que le ha hecho sentir tan pleno. Al ritmo de Baby Blue de Badfinger, la herida de bala acaba con él de forma poética, y un plano cenital alejándose es lo último que vemos de Breaking Bad.


Tras este atropello de sucesos, esta serie de tropelías que nos han tenido hipnotizados durante unos fantásticos 75 minutos, sabemos cómo ha acabado nuestro antihéroe Walter White/Heisenberg, pero...¿Qué ha sido de los demás? Por un lado, Walt pudo despedirse de Skyler, que junto a Walter Jr. y Holly parece que podrán enfrentarse a una vida sin la figura de su conflictivo padre y marido con todo lo que eso conlleva (nada de drogas, amenazas, matones latinos, etc.). El caso de Marie, también viuda (aunque una viudedad muy diferente) quizá necesite más terapia... Pero la gran incógnita es Jesse. Le dejamos gritando y conduciendo desbocado hacia su libertad, y quién sabe lo que puede ser de él. Tal vez la policía lo atrapara al final de la calle, o como dijo el propio Gilligan “el romántico que hay en mí prefiere creer que consigue escapar y se traslada a Alaska, donde tiene una pacífica vida en comunidad con la naturaleza”. Desde aquí, le deseamos lo mejor.

El hecho de que la serie avance hacia adelante ha sido decisivo.
         Ahora bien ¿realmente es Breaking Bad la mejor serie de la historia de la televisión? Varios elementos apuntan en esa dirección, y el primero de todos se llama Walter White. Al concebir la idea, Vince Gilligan  describió el arco que experimenta el personaje como si “Mr. Chips se convirtiese en Scarface”, es decir, se trataba de contar como un héroe se convertía en villano. Y no hay personajes en la televisión que experimenten una evolución tan pronunciada, ni el Jimmy McNulty de The Wire ni el Tony Soprano de Los Sopranos, criaturas psicológicamente muy complejas pero estáticas. Porque este arco no podría haberse dado en una serie convencional, en la que se establecen unas circunstancias y unos personajes que pueden prolongarse hasta el infinito. En cambio Gilligan sabía ya cómo iba a acabar su historia, ya estaban pensados el planteamiento, nudo y desenlace. Se trata de una estructura básica a la hora de narrar pero que es violada continuamente por la ficción televisiva. El otro factor decisivo en el éxito de Breaking Bad es toda la parte visual, con una estética de las más cuidadas en televisión (con alguna excepción). Normalmente cuando una serie es así buena se dice que es “cinematográfica”, pero quizá debería crearse un adjetivo nuevo, porque la pantalla pequeña es su hogar y no tienen nada que envidiar al cine.

Aaron Paul se ha ganado nuestros corazones. 
Y por último hay que destacar el trabajo interpretativo de sus actores. Desde la profunda, aterradora y firme interpretación de Bryan Cranston (que acaba de ser ascendido al olimpo televisivo), pasando por un Aaron Paul que tendrá problemas para hacer algo mejor, hasta llegar a Anna Gunn y el bonachón de Dean Norris. Todos y cada uno de los actores han dado el do de pecho y contribuido a crear un producto de calidad. En cualquier caso, se están vertiendo ríos de tinta y aun es difícil determinar el lugar que se merece.  Sólo el tiempo dirá si Breaking Bad es o no la mejor serie. Lo que es seguro es que ha sentado un antes y un después en la historia televisiva e influirá en los proyectos por llegar.

¿Estará el spin-off de Saul a la altura de Breaking Bad?
¿Y ahora qué? ¿Qué nos queda después de la serie? Pues principalmente una agridulce sensación de vacío. Porque va a ser difícil que veamos una serie tan bien construida y que sumerja tanto al espectador en sus tramas. Pero el mundo no se acaba aquí y como seriéfilos que somos, tenemos que buscar una nueva presa. Hay quienes hablan de Hannibal como saciante (quizá algo verde aún), otros recomiendan Mad Men ahora que está cerca de su final (quizá algo lenta para los amigos de Heisenberg) y luego siempre están los que recomiendan The Wire por encima de todo (quizá demasiado HBO). Lo que tenemos por seguro es que en cuanto se emita correremos a ver Better Call Saul, la serie que ya ha confirmado Vince Gilligan y que será una precuela de Breaking Bad. Y es que si algún personaje apetecía conocer mejor era indudablemente Saul Goodman, el abogado más corrupto de Albuquerque. La esperaremos con ansias.


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