Posted by : El día del Espectador abril 23, 2013



HUGO MUGNAI


La extracción de gas natural mediante la técnica del fracking o fracturación es una técnica muy habitual en gran parte del mundo y especialmente en las áreas rurales de Estados Unidos.

Tierra Prometida, la última película de Gus Van Sant, relata la historia de Steve Butler (Matt Damon), un empleado de Global, una de las mayores empresas americanas dedicadas al fracking. El film arranca con la llegada de Steve y su compañera Sue (Frances Mcdormand) a uno de los miles de pueblos hundidos en la pobreza por la decadencia de la actividad rural en el medio oeste. Su misión: convencer a la población de que el fracking es la solución a todos sus problemas y que permitan la extracción de gas en sus terrenos a cambio de más dinero del que jamás han visto juntos. Todo arranca de forma rutinaria, los pueblerinos se dejan convencer con facilidad ante la perspectiva de un buen fajo; e incluso Sue llega a afirmar que “es tan fácil que se hace aburrido”.  Pero cuando todo va sobre ruedas, la aparición de un profesor de escuela y un ecologista que plantean la posibilidad de que el proceso tal vez no sea tan rápido y limpio como lo venden.

Pero Tierra Prometida no pretende ser una película sobre el fracking, sobre el impacto ambiental de las nuevas tecnologías o sobre cómo las grandes corporaciones se aprovechan de la ignorancia de la gente para obtener beneficios económicos. El film busca ahondar en el conflicto interno de alguien que se gana la vida de forma poco honesta. Y es que si algo bueno tiene Tierra Prometida no es la historia en sí misma, sino cómo el personaje protagonista representa los intereses de una de esas grandes empresas (consideradas hoy día casi como demoniacas) encarnados en una persona con la que el espectador puede identificarse con facilidad.


Si bien puede que el argumento no sea precisamente novedoso y el dilema moral pueda estar algo manido, es de agradecer el planteamiento de este tipo de situaciones dado nuestro estado actual, tanto económica como socialmente. Tratando de evitar caer en la casposidad ética habitual del cine americano, la película transcurre con una acción algo lenta para el estilo Hollywood, tal vez por eso recuerde a films europeos como En un mundo libre (Ken Loach, 2007) con el que comparte el estilo crítico aunque sin acercarse ni de lejos a la crudeza del británico. Así, lo interesante de Tierra Prometida es la tesitura en la que pone al espectador, que, habituado a la polarización de las partes de un conflicto en buenos y malos, ofrece perfiles humanos complejos, sin grandes convicciones éticas y repletos de dudas, como cualquier persona normal. No hay corporaciones malvadas compuestas por pérfidos hombres trajeados ni pobres y bondadosos granjeros oprimidos por éstos; hay personas, de ahí su virtud.

Aunque por otro lado no es oro todo lo que reluce, y si bien es cierto que el film alcanza momentos muy interesantes hacia el final de la primera hora, el guión escrito por Matt Damon y John Krasinski se hunde en un giro final sorprendente y algo decepcionante. Así, lo que podía haber sido una gran muestra de cine social se queda en agua de borrajas, en algo fácil de olvidar.

El elenco está encabezado por un polivalente Matt Damon (también coguionista) tal vez algo plano para las exigencias de un papel como el que se le presenta y magistralmente acompañado por la siempre cumplidora Frances McDormand. La que fuera habitual del os Coen plasma a la perfección a una secundaria de lujo, la irónica compañera de Steve, que desgraciadamente queda algo relegada al olvido en el último tercio del film.

Así, el decimosexto film de Gus Van Sant pasa sin pena ni gloria, sin el éxito que le reportó su otra colaboración con Damon en El indomable Will Hunting (Gus Van Sant, 1997). Una película bastante olvidable que tal vez deje decepcionado al espectador que tenga más expectativas de uno de los cineastas americanos que más saben escapar de las decadentes garras de Hollywood.


NOTA: 6,5

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