Posted by : El día del Espectador marzo 13, 2013





Hay películas que nacen con una cruz sobre sus cabezas. Están predestinadas al fracaso y las críticas preconcebidas por atreverse a enfrentarse a un mito. No importa su calidad ni sus méritos, solo el odio ciego de sus fans. Y en esta época de constantes remakes el odio aumenta.  Cierto es que muchos de esos remakes son innecesarios y que solo intentan explotar comercialmente el filón, pero su valor debe medirse por sus aportaciones propias y el estado de la obra precedente. Muchos de esos mitos que profanan no han aguantado bien el tiempo o pueden mejorarse. Y aquí entra la subjetividad, por supuesto.

"Perros de paja" de Sam Peckinpah es una cinta impactante, cuyo primer visionado  te deja con la boca abierta y los ojos como platos, bien sea por la violencia llevada hasta el extremo o por esa violación que no se olvida. Peckinpah quiere jugar al impacto y lo consigue. Sin embargo es una cinta con fallos: un ritmo irregular que hasta la media hora final se hace pesado en ocasiones, una falta de justificación del uso de la violencia final, unos personajes desdibujados o extremos y esa realización propia de los 70 que a veces chirría. Para varios de mis compañeros de lo mejor de Peckinpah. Para mí fuera de su top 5. Aun así, una gran película en su efectismo y potencia pero menor en el fondo a las grandes obras de Sam.

40 años después de que Peckinpah hiciera tambalear a gran parte del estamento cinematográfico se plantea y realiza un remake. De ello se encarga el competente Rod Lurie en una misión suicida. Y sin embargo. Lurie no sale  escaldado como alguno de los personajes, es más, consigue superar en varios aspectos al maestro del western crepuscular. ¿Y cómo lo consigue?

Copia la estructura, la mayoría de personaje y situaciones de la cinta original pero introduce pequeños cambios claves. Su mayor acierto es adaptarla al tiempo y las circunstancias actuales (algo que olvidan la mayoría de remakes, que solo copian) y darle una localización que potencia el mensaje de la novela original.

Sitúa la acción en la América profunda, en un pequeño pueblo de Mississippi que aporta lógica a las acciones de los lugareños. Una tierra dónde la caza y la hombría sigue predominando, dónde es obligación acudir los domingos a la iglesia y los viernes al campo de fútbol americano (Friday Night Lights). Y dónde lo diferente se sigue penalizando. Consigue así una atmósfera tan asfixiante como la humedad de sus pantanos, en la que el alcohol y el sudor empapan la ropa y le permiten tocar de refilón ciertos temas propios de su país (Irak, el racismo aun imperante, el fanatismo ya sea religioso o deportivo, etc).


También desarrolla mejor los personajes y sus motivaciones, dotando de sentido sus acciones. Su guión se toma más tiempo en preparar la explosión final y en presentar la degradación moral del  lugar (es ejemplar la primera escena en el bar del pueblo y el camping dominical) en el que ninguna persona se salva por completo y todos esconden un pasado. Y aquí entran los dos protagonistas, David y Amy (James Marsden y Kate Bosworth) y lo más polémico de este remake (espero que no se me entienda mal):


Aquí David no parece un autentico gilipollas que no se entera de nada como era Dustin Hoffman. Es un intelectual progresista de ciudad (gran acierto que ahora sea guionista de películas) que rehuye el enfrentamiento y al final se verá obligado a ello. Un hombre civilizado que deberá retroceder para defender sus principios. Y Amy no es, con perdón, una "zorra" que provoca sin sentido. Aquí es una chica de pueblo que ha conseguido salir de allí y asentarse en Hollywood y que no quiere regresar a ese lugar que quiere detestar. Solo quiere que David se comporté como su hombre para que ella conserve su libertad recién adquirida. Y en está ocasión si es completamente violada, ya que en la cinta de Peckinpah se deja a una interpretación gratuitamente provocadora.


Además, Rod Lurie lleva a cabo una dirección sin fallos y con escenas realmente perturbadora que supera también a la de Sam.  Tenía difícil elegir entre el exceso o el defecto a la hora de mostrar violencia y sexo, quedándose al final en el punto correcto. Cuidadoso en lo segundo y contundente en lo primero. Convierte el relato en una película "malrollera", cercana al terror y con una media hora final acojonante en la que juega con los nervios del espectador hasta dejarle con una incómoda sensación.


Para terminar, destacar las interpretaciones de todo el reparto y el montaje. Desde los dos protagonistas hasta los antagonistas, un inmenso James Woods y la imponente presencia del vampiro sueco Alexander Skasrgard. El montaje es sencillamente increíble, merecedor de todos los premios por no limitarse a unir un plano con otro, sino por atreverse a crear sentido con las imágenes, a formar parte de la historia y jugar con las metáforas visuales.

Véanla y "disfruten".


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