Posted by : El día del Espectador diciembre 14, 2012


MARCO BARADA

Es un anhelo de todo artista: que su obra cobre vida. Al crear nos enamoramos de nuestras obras, pero no de una manera romántica, si no visceral, salpicada de cierto odio. La obra provoca a la vez atracción y repulsión, placer y dolor, amor y odio. Crear es así. Entonces ¿cómo reaccionaríamos si el producto de nuestra mente cobrase vida por arte de magia? Eso es precisamente lo que se plantean los directores de Little Miss Sunshine Jonathan Dayton y Valerie Faris en su última película: Ruby Sparks. Calvin es un joven escritor de éxito prematuro con un bloqueo mental que no le permite escribir. Con tendencia a la soledad y al auto-encumbramiento, un día sueña con una chica. La impresión es tal para Calvin que su bloqueo mental se desvanece y escribe páginas y páginas sobre ella, Ruby, construyéndole toda una vida. Hasta que un día, sin más, Ruby aparece en la cocina de Calvin cambiando su vida.

Estamos ante una película pequeña, intima, indie en el sentido más literal: poco presupuesto y centrado en las relaciones personales. La película explora el funcionamiento de las relaciones de pareja pero sobre todo los peligros de idealizar al otro. Calvin cree que puede mantener una relación estable con Ruby modificando cada aspecto de ella que no le gusta. Sin embargo, descubre que reescribir a Ruby con éxito es algo mucho más difícil de lo que parece. Y es que Zoe Kazan, guionista y co-protagonista, define con acierto las psicologías de Calvin y Ruby, ahondando en lo que los caracteriza y que, por tanto, condiciona su modo de relacionarse. El personaje de Calvin tiene una idea muy concreta de Ruby (la ha creado él mismo) lo que le impide aceptar la decisión que toma ella de alejarse de él. Calvin sabe exactamente como quiere que sea ella, como quiere que se comporte y que relación mantenga con él. En cuanto a Ruby, no sabe que Calvin puede reescribir cualquier aspecto de ella. A medida que avanza la película el espectador va perdiendo empatía con Calvin y dirigiéndola hacia Ruby, en cierta forma más humana que él, quien acabará convirtiéndose en un villano.

La película tiene una estética minimalista muy cuidada (excepto en la excéntrica casa del personaje de Antonio Banderas) en la que el espacio es importante a la hora de dar esa sensación de soledad que caracteriza a Calvin. Vive solo en una casa de dos pisos, grande, diáfana y aislada en lo alto de una colina. La única compañía que tiene Calvin antes de Ruby es su perro y las visitas esporádicas de su hermano y su cuñada. Al crear a Ruby cree solucionar el problema que tiene con los demás, a quienes considera inferiores en cierta manera, ya que la ha creado él como él ha querido y no necesita “rebajarse” a su nivel. Ése es el error que comete ya que Ruby es una persona de carne y hueso y Calvin no es capaz de considerarla una igual. Kazan hace que el personaje experimente un arco muy definido, volviéndose cada vez más mezquino. Por eso la película desemboca en una desgarradora y triste escena en la que, desesperado pero en el fondo resignado, intenta demostrar a Ruby todo el poder que tiene sobre ella para conseguir que se quede con él. Pero ella se va aun así. Se intentan salvar los muebles de la situación desesperada a la que se ha llegado redimiendo al personaje de Calvin (que permite a Ruby empezar de nuevo) aunque se consigue un final correcto, sin mas.

Le experiencia de ver Ruby Sparks es totalmente satisfactoria. Posiblemente no sea una película excelente, pero sí mantiene al espectador con una sonrisa en la cara y sensación de bienestar durante la proyección. Lo que la hace buena es su original planteamiento y la interpretación de Paul Dano, divertida y profunda. Aunque no hay que dejar de seguir la trayectoria de Zoe Kazan, tanto como actriz como guionista, ya que teniendo a un abuelo como Elia Kazan se esperarán grandes cosas de ella.

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