Posted by : El día del Espectador marzo 12, 2014

HIMAR R. AFONSO


La última película de Stephen Frears cuenta la historia de una anciana a la que, 50 años atrás, le arrebataron a su hijo. Ahora, un periodista en horas bajas, decide contar su historia y ayudarle a encontrarlo.

Basada en hechos reales, esta película corría el riesgo de convertirse en, como suele decirse, un “pastel”, en una historia que hiciera apología de la justicia y la injusticia, y que juzgase en términos de buenos y malos. Algo de esto hay, algo de esto se percibe -y, en realidad, no es impertinente-, pero lo cierto es que resulta bastante comedida en este sentido, lo cual nos lleva al hecho de que sea una cinta con cierta falta de intensidad.

A través de un exquisito uso de la comedia y de su forma de complementarla con el drama, se construye un discurso fresco y vitalista, con un tratamiento “relajado”, diría, que evita que se enrede en la lágrima fácil o en el enjuiciamiento incontestable. Las monjas, que en este caso son las “malas de la película”, reciben el ataque del periodista (y la película no las salva tampoco), pero obtienen el beneficio de la transparencia, del no-juicio por parte de la protagonista, quien nunca olvida que su objetivo es su hijo, saber qué vida ha llevado.

Las dimensiones que otorga Judi Dench
Lo más interesante es el personaje de ella, que pasados los años sigue teniendo interiorizado el sentimiento de culpa y el pecado, y que constantemente “disculpa” la actuación de las monjas o las razones que les dan de por qué no pueden ayudarles, o la buena vida que llevó su hijo y que ella no le hubiese podido dar. Lo más acertado de la película -y buena parte de la responsabilidad es de Judi Dench- es la exploración de las dimensiones de Philomena, que resulta ser un personaje carismático, entrañable y poderoso. Su forma de reflexionar sobre los patrones culturales que han regido su comportamiento, es ilustrativa de lo que supone enfrentarse a la búsqueda de tu descendencia, y a la legitimidad cultural -cristiana- de los comportamientos naturales -es interesante la forma en que Philomena habla del sexo- y de los comportamientos ideológicos.

Novelas románticas
Por su parte, el personaje del periodista, si bien supone una gran interpretación de Steve Coogan, resulta más soso. Quizás el fallo esté en pensar que la película trata de ambos personajes y del recorrido -inverso- que se supone deben hacer, pero es difícil no plantearse la historia así cuando ambos van de la mano en esta lucha. Al final, más allá de esto, lo que parece claro es que la película tiene pocos “peros”, salvo que al ser tan políticamente correcta, le ha faltado algo de emoción. Con una premisa así, podía haber sido un desastre monumental o una obra mayor; Philomena es, al final, una película que está bien.

Leave a Reply

Subscribe to Posts | Subscribe to Comments

- Copyright © El Día del Espectador - Date A Live - Powered by Blogger - Designed by Johanes Djogan -