Posted by : El día del Espectador marzo 04, 2014

HIMAR R. AFONSO


Hace unos años que la ficción televisiva española está teniendo cierta relevancia en el contexto europeo e, incluso, en el americano. Es evidente que las cadenas generalistas están invirtiendo dinero en grandes producciones a las que el público responde con asombrosa fidelidad. Solo hace falta esperar un poco hasta que se hagan realidad las predicciones que afirman la consolidación, más tarde o más temprano, de los canales de pago, para empezar a ver producciones del corte de las que nos llegan de la televisión de pago norteamericana, cuyos únicos casos en España hasta el momento son algunos como Crematorio, de Jorge Sánchez-Cabezudo, o ¿Qué fue de Jorge Sanz?, de David Trueba, los cuales no he tenido el placer de ver aun.

"¡Juan Soldado ni debe ni teme!"
Este artículo tiene la humilde intención de recordar que la ficción televisiva española tiene también su historia y obras únicas que merecen la pena tener en cuenta. Una de esas piezas -no vamos a realizar un recorrido histórico de la televisión en España- es Juan Soldado, un mediometraje que se emitió en TVE en 1973, escrito por Lola Salvador y protagonizado y dirigido por Fernando Fernán-Gómez.

Esta obra experimental dio suficiente crédito a sus responsables como para recibir una nueva oferta de contrato que daría lugar, un año después, a la célebre El pícaro. Así, diría que es muy interesante pararse a atender este objeto único, sin precedente ni comparación.

Juan Soldado vuelve a la madre patria a cobrar sus 24 años de servicio al Rey, pero resulta que solo tiene derecho a una libra de pan y seis maravedíes. Aún así, muestra enorme caridad compartiendo sus pocas posesiones con Jesús y San Pedro, que en varias ocasiones le piden limosna. Su gran generosidad hará que le recompensen otorgándole un poder del que Juan Soldado se aprovechará para hacer frente al Mal y para revelarse contra el Cielo, en su cerrado sistema de entrada.

Fernán-Gómez y Juan Soldado, dos grandes
En términos generales, diría que Juan Soldado es una obra revolucionaria. Primero, pese a su mala fortuna, muestra bondad con los más necesitados, y cuando consigue un gran poder (ese magnífico morral), lo utiliza para darse a la buena vida, aunque sin hacerle mal a nadie. Resulta que en este cambio, su moralidad se pone en entredicho, mostrando las diversas facetas de la condición humana; pero su carácter natural, su falta de malicia y sus fuertes convicciones, hacen de él un personaje entrañable y sólido; más aun cuando, luchando por sus propios intereses, consigue que todas las almas atemporales -vemos gente de todas las épocas, quizás porque el concepto de “tiempo” no tiene sentido más allá del mundo terrenal- que esperan en esa sala, a las puertas del Cielo, peleen unidos, y hace la lucha de todos ellos su propia lucha. Se convierte en un personaje que adquiere, a través de las canciones, el carácter mítico, el de alguien que cambió las cosas, que las cambió como el viento cambia la posición de las flores, sin que nadie más le vea, sin que nadie más de fe de su obra, como si no hubiera pasado.


Se trata de una pieza formidable, que nada tiene que envidiarle a El ángel exterminador de Buñuel, y de la cual no está mal hablar de vez en cuando. La obra, como su personaje, responde a las canciones de los niños que, de la mano y bailando en corro, cantaban: “Juan Soldado pasó por aquí, y yo no le vi... y yo no le vi”.

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