Posted by : El día del Espectador enero 13, 2014

HIMAR R. AFONSO


Los hermanos Coen se adentran en el mundo folk en su última película: A propósito de Llewyn Davis (Inside Llewyn Davis), justo en un momento importante para la música folklórica norteamericana, en esos años difíciles y sin rumbo aparente que, sin embargo, se encontraba a las puertas de lo que sería un auténtico boom.

Podría decirse que es una de las obras más intimistas de Joel y Ethan y, desde luego, perteneciente a esa parte de su obra cinematográfica en la que encajan objetos extraños como Quemar después de leer (2008) o la fantástica Un tipo serio (2009). Son obras en las que se reconoce sin problema la marca de sus autores, esa línea de narración fronteriza o limitadora entre la comedia dramática o el drama cómico, cargada de sarcasmo y de lo absurdo. Pero son obras diferentes a sus más emblemáticos títulos, y permiten contemplar el universo Coen desde un ángulo diferente. En este caso, un músico muy bueno, cantante de folk convencido y comprometido, y sin éxito. Llewyn vaga por las calles frías y grises de un Nueva York triste y desamparado, sin cabida para estos cantantes desprestigiados e infravalorados por el mercado; Llewyn busca junto a un gato, Ulyses, una oportunidad, un camino, una razón de ser. Y en este camino, asistimos a su triste existencia en la que recibe el desprecio y el rencor de toda la gente que le rodea y a la que él quiere.

Es muy interesante cómo en esta obra se integra un discurso universal, contemporáneo, a partir de un nivel temático más concreto. Llewyn Davis se mueve en el pozo de un mundo, el del folk, a punto de emerger, de tal manera que esos que hoy pierden, alcanzarán el éxito mañana. Llewyn busca su Ítaca en este mundo de incertidumbre en el que difícilmente se vislumbra una salida, a pesar de que sabemos que es cuestión de tiempo; extraemos aquí cualquier interpretación de una sociedad decadente y entristecida, económicamente hundida y moralmente apática. Llewyn abandona a su compañero de viaje mirándole a los ojos, sin fuerzas para cuestionarse a sí mismo. Llewyn ya no recuerda cuál era el sueño americano, él pertenece, como dice Ángel Quintana en Caimán CdC Nº 23, a “la América de los perdedores”, cuando éstos no tenían aun popularidad.

Como en sus mejores películas, los Coen configuran unos personajes muy fuertes y muy poderosos, empezando por el protagonista, odiado por todos en la historia, pero inevitablemente querido por el público, ya que pese a vagar sin rumbo y dando la razón a todos los que le cuestionan continuamente, no renuncia a sus convicciones y es honesto en todo momento; es honesto consigo mismo, con su música y con las oportunidades que se le presentan: grabar algún trabajo con el novio de su ex, cantar en el club de siempre, acudir al pueblo en el que, al parecer, tiene un hijo, o ir a Chicago en busca de su última oportunidad, ésta última culminando en una escena fabulosa, capaz de mantener una expectativa y una tensión de peligro de muerte aunque solo sea mediante un productor mirándote, esperando a ver lo que eres capaz de hacer. En todas y cada una de ellas, Llewyn se somete al juicio de los demás, pero sigue adelante.


Sobre escenas como la del productor, Inside Llewyn Davis tiene múltiples momentos magistrales gracias a un extraordinario desarrollo de escenas; diría que una de las mayores cualidades de los Coen siempre ha sido esa: trabajar el conflicto y el subtexto de las escenas; y por supuesto, los personajes, todos especiales e interesantes, sorprendentes y coherentes al mismo tiempo. Quizás lo que hace más poderosa esta historia es el equilibrio que consigue entre el discurso, capaz de ser melancólico y esperanzador al mismo tiempo, y el drama, con momentos de una sensibilidad muy especial, muy personal, como la escena del padre, la despedida del gato o las canciones que Oscar Isaac interpreta en vivo y sin cortes. Una comunión entre la plasticidad de las imágenes y el subtexto de las mismas propia de las obras más exquisitas.

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