Posted by : El día del Espectador mayo 13, 2013


HIMAR R. AFONSO



Dentro del panorama actual, un cineasta del que merece la pena hablar es Michael Mann (a pesar de que lleva unos años sin estrenar nada, salvo en televisión), cuya propuesta cinematográfica ejemplifica, de alguna manera, ese ideal de hibridación entre “lo viejo y lo nuevo”.

Esto se percibe, principalmente, en una línea predominante dentro de su obra: el cine negro. Podría decirse que el director estadounidense ha renovado en cierta medida el género y la forma de presentarlo. Títulos como Heat (1995), Collateral (2004) o Enemigos públicos (Public Enemies, 2009) demuestran una vocación estética muy sugerente, un lenguaje audiovisual que da sentido a la acción y a la trama del thriller y el cine de atracos. De hecho, es evidente que el mayor interés que despierta el cine de Mann reside, a menudo, en su estilo formal, la sensualidad intimista de sus planos y la maestría de sus secuencias de acción.

Por otro lado, su comunión con el cine negro, el cine de ladrones o el thriller policíaco se remonta a sus inicios en televisión, como uno de los responsables de la serie Miami Vice (1984), que además quiso homenajear con su película en 2006, con un resultado algo fallido. No obstante, ha trabajado otros géneros donde deja muestras importantes tanto de su polivalencia como de su obsesión por la verosimilitud o la perfección (algunos críticos han llegado a decir que Michael Mann es el único director que se puede comparar con Stanley Kubrick en su metodología obsesiva, insufrible, durante los rodajes). La primera destacable es El último mohicano (The Last of the Mohicans, 1992), obra de aventuras adaptada de la novela de James F. Cooper, que no solo sería recordada por la banda sonora de Trevor Jones y Randy Edelman, sino que daría ya cierto crédito a Mann en cine (en TV ya lo tenía) tras varios trabajos sin repercusión. También es relevante su película de 2001 Ali, en la que nos narra la vida del mítico boxeador Muhammad Ali, y en cuya pelea contra George Foreman se puede observar esa vocación perfeccionista, pues el combate está rodado prácticamente al milímetro con el verdadero, sobre todo la combinación final que acabaría con Foreman en el suelo. Finalmente, entre estas películas que trabajan otros géneros nos encontramos con un ejemplar que, probablemente, sea uno de los mejores, si no el mejor: El dilema (The Insider, 1999). Esta película, como Ali, está basada en hechos reales y nos cuenta el fraude sanitario de las grandes empresas tabacaleras que ocultaron las consecuencias nocivas del tabaco; se trata de una serie de decisiones que se toman asumiendo todo lo que puede perderse, que es mucho.


Como hemos comentado, los signos de identidad de este director están en el estilo formal, que es más palpable en sus películas de cine noir, ya que introduce planos en primera persona como si de un videojuego se tratase o realiza tiroteos de gran envergadura con una admirable noción del espacio; quiere esto decir que en este tipo de secuencias el espectador tiene claro dónde se encuentra cada personaje, hacia dónde está disparando y, en general, cómo se está desarrollando la situación, algo poco frecuente. El tiroteo de Heat es, probablemente (al 100% seguro en mi opinión), el mejor tiroteo rodado de todos los tiempos (con el permiso de Grupo salvaje [The Wild Bunch, 1969] de Peckinpah), puesto a prueba únicamente por otras de sus películas. Y lo cierto es que, en general, las obras de acción de Mann han creado esa expectativa en cuanto al momento del clímax narrativo que llega con el esperado tiroteo. Tras Heat, son claves el tiroteo de la discoteca en Collateral, el del descampado industrial en Corrupción en Miami (lo único que merece la pena del filme) o el virtuoso tiroteo en la casa de John Dilinger en Enemigos públicos (tal cual ocurrió en la realidad).

A parte de esto, es interesante los diferentes recursos narrativos que utiliza en sus thrillers, con elementos comunes y otros muy distintos, lo cual les otorga por separado valor por sí mismas. En Heat, la pionera en esta línea -película que, por cierto, tiene una predecesora: Corrupción en Los Ángeles (L.A. Takedown, 1989), un telefilm que hizo Mann con intención de ser un piloto de una hipotética serie, y que mejoraría con más presupuesto y mejores actores-, no son los recursos formales los que la convierten en una obra cumbre del género, sino la fortaleza y profundidad de los personajes que, además, son muy numerosos. La importancia de los personajes se demuestra en los sucesivos momentos que se tornan como oportunidades para tomar decisiones, decisiones que serían sencillas de no ser por los grandes intereses que se mueven; el discurso alrededor del la ambición, el bien material o un supuesto código o “modus operandis” en la frenética existencia de ambos bandos (policías y criminales), deja entrever la manera de conocer a los protagonistas, además de sus “felices” encuentros humanos.

Por su parte, Enemigos públicos (su última cinta hasta el momento) recurre a la inmediatez, tanto como un recurso narrativo como en una metáfora de la propia personalidad y vida de Dillinger, despreocupado y poco previsor en una vida de robo y fuga. Esa inmediatez resta, a priori, consistencia a los personajes, que a cambio se desarrollan de una forma más instintiva, más sincera, más real. El interés de esta propuesta está en cómo se adaptan al género y no tratan de insuflarle tintes de drama (que no dramáticos) para acercarse a los personajes, sino que aceptan la estructura narrativa y los presenta dentro de ese discurso.


Por último, en este grupo de filmes noir cabe destacar el elemento del “cara a cara” entre protagonista y antagonista, si bien es cierto que cuesta diferenciar por momentos esta separación, lo cual lo hace más interesante. Y en este caso, la mayoría cumplen este eficaz recurso: Vincent Hana y Neil McCauley en Heat, Vincent y Max en Collateral o John Dillinger y Melvin Purvis en Enemigos públicos. Un recurso que, por un lado, condensa toda la trama en el terreno personal de dos fuerzas contrarias y, por el otro, otorga testimonios personales al abanico de acontecimientos verosímiles pero tan desconocidos que se recrea.

Tras unos años sin presencia en cartelera, volvió a la televisión en 2011 de la mano de HBO para crear Luck, serie que fue cancelada durante el rodaje de su segunda temporada (de la cual tenemos una crítica en El Día del Espectador) para, a día de hoy, tener varios proyectos a mano, si bien no puedo confirmar cuál de ellos saldrá primero a la luz, parece que será un thriller sobre atracos cibernéticos con Chris Hemsworth de protagonista.

No pasa desapercibido la cierta marginación a la que se le ha sometido siempre en Hollywood, a pesar de contar con colosos de la industria (en todos los departamentos) en sus películas. Quiero pensar que esto tiene que ver con su conocido difícil trato personal y, lo que es peor, profesional. Un prototipo de “genio loco” insoportable y encerrado en su propia genialidad que, en cualquier caso, regala al final auténticas maravillas. Hablar de él como maestro del cine negro parece bastante apropiado, aunque no lo es menos en otras obras, por no hablar del máximo rendimiento que estrellas como Will Smith, Russell Crowe, Tom Cruise o Marion Cotillard han demostrado en sus películas. Se trata de un artista visual que consigue hacer cercano, cotidiano, propio, lo que en realidad nos es tan desconocido, tan exótico. Nos hace empatizar con lo inmoral, haciéndonos confundirlo con “libertad”, y nos genera conflictos morales de tal magnitud que no nos quedamos esperando a que el protagonista decida, sino que nos encontramos en el mismo dilema, sin atrevernos a tomar la decisión por él.

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  1. El cine de Michael Mann es justamente lo que escribes, en particular me recuerda más a Peckinpah y Frankenheimer, por el enfoque en la acción a partir del trabajo de los protagonistas, pero entiendo que en planos se acerca a la perfección que buscaba Kubrick. Comparto lo del final, el cine de Mann nos genera conflictos morales, se deben tomar decisiones y, como también lo hace Christopher Nolan en la mayoría de sus películas, hagas lo que hagas lo bueno siempre prevalece.

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