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Posted by : El día del Espectador
julio 20, 2012
ÁLVARO TEJERO
El
fuego arrasa con todo, poco a poco, pero de manera inexorable. Trás él quedan
las cenizas pero también la esperanza de un nuevo renacer. Destrucción y creación en un mismo lugar, a
la vez.
Incendies
es cómo el fuego: brillante, hipnótico, crece lentamente y es hermoso en su
destrucción. En la edición de los Oscar de 2011 la danesa "En un mundo
mejor" se llevó la estatuilla a mejor película extranjera derrotando a
Incendies; sin embargo la ganadora moral es "La mujer que cantaba"
(así es el apropiado título en el mercado mexicano). Ganadora moral porque
nunca podría haber ganado el premio con semejante dureza y desnudez de alma.
Este
drama familiar está concebido como una cinta de misterio, resuelta en forma de
odisea a través de un viaje hacia los infiernos, hacia el pasado que condiciona
el presente. A pesar de su frialdad y de su ritmo pausado engancha desde el
primer momento, planteando un problema de atrayente solución: tras la muerte de
una mujer árabe en tierras canadienses, el notario para el que trabajaba
entregará dos cartas a sus hijos gemelos. Debe entregarlas a su hermano y a su
padre, cuyo paradero desconocen e incluso su misma existencia.
Aquí
comienza el viaje, la búsqueda de una verdad tan dolorosa como necesaria según
la propuesta del filme. Es una de sus mayores cualidades, la honestidad. La
película plantea la necesidad y el valor de la verdad (por muy tremenda que
sea) para cerrar las heridas, y a ello se aplicará junto a su personaje
principal (la hija de la mujer árabe, increíblemente interpretada por Mélissa Désormeaux-Poulin),
perdida en la oscuridad del una tierra que no conoce y a pesar de las
obstáculos y de las necesidades del espectador.
Incendies es una adaptación
de una obra teatral, pero el director Dennis Villeneuve realiza puro cine.
Apuesta por una dureza y frialdad emocional; una contención que evita que su
obra se convierte en un folletín, y a pesar de los planos largos y fijos
consigue un ritmo uniforme y creciente. Consigue planos de gran estilismo con
una fotografía que transmite el polvo y el calor de los escenarios y ofrece una
clase magistral de puesta en en escena (profundidad, acción fuera de plano...)
y utilizando en cada momento la técnica cinematográfica que corresponde
(ralentización, cámara al hombro, plano secuencia...).
A ello se une un guión
cerrado, que dosifica los datos y hace uso de la elípsis de forma magistral,
además de alternar los distintos idiomas con sentido narrativo. Combinando dos
líneas temporales sin necesidad de utilizar recursos visuales y dividiendo la
obra en capítulos a cada cual más intenso. Resolviendo los enigmas con calma,
dando pistas al espectador antes que a los personajes, que intuye la terrible
verdad pero necesita mirarla a los ojos.
El único fallo reprochable
es la falta de indicaciones temporales y geográficas que ofrece. La película
transcurre en el Líbano, durante la contienda civil de las décadas de 1970-1980
que enfrentaron a musulmanes y cristianos (una explicación generalizada y
simple por mi parte). A pesar de algunos
problemas iniciales que puede provocar al final se traduce en un acierto, ya
que no es otra denuncia de una matanza, sino una fábula universal que podría
ocurrir en cualquier lugar. El odio es universal y la guerra entre hermanos y
religiones algo histórico. Consigue así retratar el significado de una guerra
civil de forma ejemplar; ese fanatismo y odio irracional que se transmite de
generación en generación, esa ocultación del pasado que se realiza para seguir
adelante, la perdida en el tiempo de las razones para matar (si alguna vez las
hubo). Y todo esto acompañado del melódico nombre en la ficción de la mujer
árabe: Nawal Marwan o "la mujer que canta" (sin palabras el trabajo
de Lubna Azabal)
Es una película de una
dureza terrible, más aun porque es algo real, basada en multitud de casos
reales. Mostrada de forma directa, de una belleza trágica similar a la
conseguida en La lista de Schindler (la mayor alusión en la escena en que un
francotirador abate uno a uno a varios niños sin ningún tipo de pestañeo). Todo
ello hasta llegar a este tremendo e indescriptible final que vamos intuyendo,
pero no por ello menos devastador. Un final y una verdad que los personajes no
rehuyen, que cierra su pasado y les permite vivir en paz, seguir adelante; algo
que jamás podrá hacer ese niño que mira a la cámara al principio y al final del
metraje perdido en ese odio que le inculcan desde la cuna.