Posted by : El día del Espectador mayo 29, 2013


HIMAR R. AFONSO


En el momento en que el género bélico vuelve a florecer en la "vertiente" medieval, romana o griega, parece que por inercia se establece un nuevo tipo de películas que pueden ser catalogadas como “épicas”, y cuya estética o ambientación se inspira en la época antigua o medieval. Gladiator (2000), Troya (Troy, 2004), Alejandro Magno (Alexander, 2004), El reino de los cielos (Kingdom of Heaven, 2005), 300 (2006) Robin Hood (2010), Centurión (Centurion, 2010), Templario (Ironclad, 2011), La legión del Águila (The Eagle, 2011), Immortals (2011)... no todas son películas esencialmente bélicas, pero sí que buscan ser esencialmente épicas.

Este fenómeno ha hecho que en ocasiones se pierda o se descuide la rigurosidad histórica en favor de una mayor vocación épica, una decisión, cuanto menos, discutible. La épica se ha superpuesto a lo histórico, elemento que parecía fortalecer, como plus añadido, el cine bélico “de época”. No solo casos voluntariamente ahistóricos como 300 o Immortals, también películas bastante contextualizadas como Gladiator, Alejando Magno, El reino de los cielos o Robin Hood, que en algún momento ceden en el guión concediéndose licencias que restan o anulan cualquier tipo de verosimilitud.

Todo son decisiones, en manos del espectador está el aceptarlas o no. En esta ocasión, vamos a hablar de un producto atípico que cabe incluir en esta “corriente épica” desde la perspectiva del contexto, de la ambientación, pero que se desmarca totalmente en el discurso, tanto por el estilo formal como a través del estilo narrativo: Black Death

Dirigida por Christopher Smith, fue estrenada en 2010, pero no llegó a España, tragedia que trataremos de remediar aquí recomendándola y dándola a conocer. La película se desarrolla en la Edad Media y nos narra una historia oscura y misteriosa, dibujando una época que, de hecho, era bastante oscura y misteriosa. Ulrich, un caballero cristiano (interpretado por Sean Bean), se servirá de la ayuda de un joven monje, Osmund, que está enamorado (Eddie Redmayne) para encontrar una aldea que, al parecer, ha sido azotada por la peste, y el canibalismo y la locura reinan en ella. Lo que no se pueden imaginar es lo que realmente se van a encontrar allí. 

Frente a la épica, Black Death es una película que denota el malestar propio de una época convulsa, donde las supersticiones y el fanatismo religioso afloraban de una punta a otra de los distintos reinos. Ese malestar, esa incertidumbre, se percibe en la falta de confianza de los personajes, que persiguen una verdad categórica entre tanta confusión y luchan contra las fuerzas oscuras y paganas, contra el mismísimo diablo y sus armas (la peste, los infieles…). El fanatismo de Ulrich, el dilema moral de Osmund y el miedo de los demás, se ven envueltos en la ambigüedad de la magia negra, el paganismo y la enfermedad. El miedo como signo identificativo de una etapa de la Historia, y no el valor; el miedo conducirá a la tragedia humana, y no la enfermedad o el castigo de Dios. 

La niebla y la espesura en la puesta en escena, la frialdad de colores y de composición o la propia paranoia narrativa, esa que te envuelve en un objetivo ambiguo, consiguen atraparte entre sus redes para sentir en primera persona esa falta de credibilidad y de seguridad que sienten los propios personajes, perdidos en un mundo enfermado, impuro, perdido en la decadencia social y moral. Mientras que la épica vende una “Edad Dorada” de héroes clásicos y causas nobles, esta “realista” –término siempre polémico, también aquí, pues la película juega en una doble dimensión entre el fanatismo y la superstición, confundiendo a personajes y espectadores- y cruda historia te introduce en un viaje sin destino, en una “Edad de la Perdición” que plantea las problemáticas del fanatismo religioso, la incultura y, sobretodo, la intolerancia. 

   

Es fácil pensar las razones de su no estreno en España o de su fracaso comercial en el resto del mundo. Es una película que va a contracorriente frente a sus “compañeras de grupo”; la épica como signo identitario de una determinada línea de filmes comerciales (y alguno independiente) y su evidente aceptación, hace que para una sola obra sea demasiado duro hacerles frente. Y, francamente, Black Death genera un discurso que hace frente al modelo épico, no solo por lo evidente del planteamiento formal y narrativo, sino por elementos estructurales más complejos y perversos, como amenazar y poner en tela de juicio la integridad de los personajes protagonistas, escudriñando en la doble moral que encierran sus motivaciones más oscuras, sus conflictos más internos. Son demasiadas brazadas en dirección contraria al “género”, si nos atrevemos a llamar así a la épica. 

El estilo formal también se torna radical frente a las convenciones del género (me tomo la licencia de llamarlo así finalmente), sin apenas planos generales de grandes llanuras durante el “viaje”, un doble recurso tanto formal como económico, pues el presupuesto era limitado. Añadiendo algún detalle magistral de guión y de dirección (sin entrar en materia, destacable la secuencia de la chica resucitada y su posterior ejecución), además del talento de los actores (de prácticamente todos), el resultado es verdaderamente impresionante, único y, ¿por qué no?, necesario.

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