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Posted by : El día del Espectador
marzo 10, 2013
HIMAR
R. AFONSO
La
práctica continua del relato fantástico que toma las bases del cine
negro requiere de alguna innovación o variación con cierta
urgencia, pues no es un género poco habitual, precisamente, como
para generar tantas y tantas producciones sin diferenciación alguna.
La
trama (Broken City en inglés, un título mucho más
pretencioso), de Allen Hughes, es un claro ejemplo de ese número
casi infinito de obras de cine negro que no serían si quiera
llamadas “del montón”, pues la forma de definirlas estaría más
vinculada a la idea de “repetición”, repetición de estructuras,
códigos o “tramas”. Claro está que el género ofrece un
esqueleto básico a partir del cual se elaboran las historias, pero
asusta la falta de ingenio para reelaborar o para jugar con esas
estructuras, un proceso al parecer mal entendido a menudo (como en
este caso) con la opción de enredar todo lo posible un nudo que
luego cuesta desenredar de forma convincente. No es esto lo que
ocurre exactamente en La trama, aquí se ve que todos los
cabos sueltos se cubren, o esa es la sensación; pero definitivamente
le falta claridad, las explicaciones quedan algo confusas y esa
cantidad de nombres y “tramas conspiratorias” hacen que lo más
fácil y probable sea perder el hilo.
Más
allá de esto, la película no parece darle demasiada importancia
a los personajes que, se supone, son cruciales para esta trama de
corrupción e intrigas, salvo reducir toda la dimensión psicológica
del protagonista a un hecho del pasado que le perseguirá hasta que
decida hacerle frente (vuelta a la chuleta del colegio) o engrandecer
la figura malvada de un alcalde pasado de rayos uva.
Salvo estos dos personajes, bien solventados por ese repartos estelar
(quizás el único incentivo de la película), los demás solo tienen
un paso testimonial, para cumplir una función y con poco más que
decir.
Y
por desgracia, generalmente lo que se dice es extremadamente
superficial, los diálogos desde el principio parecen llamados a ser
el eslogan de un brillante spot publicitario, donde todo encaja a la
perfección (claro ejemplo es la primera conversación del
protagonista y su novia), y desde luego como nunca se hablará en el
mundo real. Y sin embargo, de eso pretende ir el filme, de la vida
real, la corrupción política y la decadencia del sistema. Es
difícil tomarse en serio una película tan impersonal y con un uso
tan poco dominado de los límites del film noir.
Y
a pesar de todo, la película entretiene. El protagonista cae
bien (a pesar de Mark Wahlberg), se consigue crear tensión y el
final, más que evidente, salva las papeletas. Incluso los
diálogos mejoran un poco en el tramo final, con un buen cara a cara
dialéctico entre Wahlberg y Crowe, una tensa conversación mucho
más espontánea y creíble, con un buen tono emocional. Molesta
la falta de resolución con la novia, pues podía dar más de sí, y
la poca relevancia que toma el personaje de Catherine Zeta-Jones de
repente, a pesar de ser el principal conflicto en un principio.
Al
final, las sensaciones son igual de arquetípicas que estas
películas, el resultado supone un discurso algo incoherente e
impertinente, chirrían ya los fraudes inmobiliarios y el recurso de
un cadáver para agrandar el problema. No es una abominación,
entretiene bastante, pero cuando otras buscan solo eso, molestan
menos que cuando pretenden ser importantes, y esta tiene tales
pretensiones. Una trama que hace que lo más honesto de la película
sea el título en español.