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Posted by : El día del Espectador
diciembre 29, 2012
HIMAR R. AFONSO
No he leído aún la obra
de Victor Hugo, aunque siempre escuché que el musical no reflejaba
exactamente el espíritu del libro. Lo que sí puedo decir es que la
película es una adaptación fotográfica del musical. Esto trae
consigo una serie de implicaciones que dotan de algunas novedades
a la estructura narrativa del musical clásico de Hollywood,
empezando por el vehículo narrativo, los diálogos: en Los
miserables (Les Misérables, 2012), de Tom Hooper, prácticamente
no hay diálogo, casi todo es cantado.
Esta decisión (porque se
trata de eso, de decidir hasta qué punto se va a adaptar al cine un
musical de teatro) supone el segundo riesgo de la película; el
primero es, directamente, apostar por el género musical en una
época en la que el arte está desquiciado de las “grandes obras”,
el postmodernismo se burla de los viejos valores y la crisis
económica y social se trasluce en medios como el cine a través de
“tendencias del desencanto”, interesantes obras con discursos
irónicos o de denuncia. El lugar que ocupa Los miserables es,
aunque no quiera, el de esa amalgama de grandes producciones cuyo
objetivo industrial (industrial) va encaminado a difundir una
serie de mensajes de esperanza por parte de infraestructuras
políticas concretas en tiempos de decadencia social (las cansinas
pero innegables teorías conspiratorias). Más allá de esta función
industrial de la que creo no es responsable la propia película,
parece que la cinta de Hooper no ha fracasado, ni mucho menos, en
esas decisiones que fue tomando, pues la taquilla está siendo
realmente buena y pocas películas pueden presumir de levantar a los
espectadores de sus asientos y romper en aplausos. Pocos pueden
decir eso.
Y pensar en la obra como
un ejercicio de intelectualidad en cuanto a recursos estilísticos
(no se me ocurren otros) no solo supone un piropo para ese gran
elenco de espectadores que está pagando en el cine, sino una
incoherencia importante si observamos la cantidad de números
musicales y explosiones interpretativas por parte, esta vez sí, de
todos los personajes de la película, que no son pocos. Lo cierto
es que la estética feísta que practica Tom Hooper le convierte en
el director idóneo para esta nueva elaboración del musical
cinematográfico, a través de una historia como Los
miserables, fácil de descontextualizar para servir de
narración contemporánea de cualquier época de la Historia.
Totalmente encajada en nuestro momento y con una propuesta formal
diferenciada, solo me queda rendirme ante su majestuosidad, dejo las
críticas vacías para mi querido colega Néstor Sánchez, quien sin
duda destripará la película con todos los frágiles argumentos que
su tarantiniana imaginación le proporcione.
En cuanto a la película,
lo más destacable con diferencia es el trabajo de los actores.
Salvo Russell Crowe, el más grande monstruo interpretativo de
nuestra época y de quien no se esperaba menos en su encarnación de
Javert, muchas expectativas se habían puesto en el resto de actores
y actrices, por ser debutantes en obras dramáticas más cercanas al
teatro (en cuanto a interpretación) que al cine sensacionalista al
que nos tenían acostumbrados. Destacable por encima de todos,
parece poco discutible que está Hugh Jackman, no tanto por su
voz, que también, como por su papel protagonista y sus soberbios
monólogos. Evidentemente, una gran sorpresa ha sido Anne
Hathaway, cuyo número de I dreamed a dream sea,
probablemente, el más emocionante y más íntimo de la película;
papeles sorprendentes también los de Eddi Redmayne,
Samantha Barks y Aaron Tveit, siendo, quizás, el de
Amanda Seyfried el único que plantea alguna pega, quizás por
su extremada pureza y perfección; pero no deja de realizar un
trabajo formidable y no deja de ser una actriz perfectamente bien
elegida para el personaje.
En la línea estética,
es necesario hablar de Hooper como el máximo responsable del
universo de Los miserables, donde ha recurrido
como en su exitosa El discurso del Rey (The
King´s Speech, 2010) o su impresionante mini-serie John
Adams (2008), a los planos imperfectos, los saltos de eje
y los primerísimos primeros planos para intimar con los personajes.
Es en estos recursos de puesta en escena en los que se aleja del
musical clásico, pasando en varias ocasiones de los números
musicales grandilocuentes a los intimistas de Jackman o la citada
Hathaway. Y el hecho de que el 95% del filme sea cantado supone
que cualquier tipo de diálogo es otra canción, y esto permite
alejarse definitivamente de conceptos sobre el realismo más o
menos convenidos.
A parte de esto, la
música que compusiera Claude-Michel Schönberg y la letra de Alain
Boublil y Jean-Marc Natel conforma el auténtico ADN tanto del
musical como de la película, y constituye el eje de unión entre
ambos universos, permitiendo establecerse entre los signos
identitarios de una y otra manifestaciones artísticas. Ante las
evidentes limitaciones que tiene el teatro frente al cine, su puesta
en escena no deja de ser espectacular y su condición de espacio
físico único le permite adquirir un espíritu dramático
desprovisto de cadenas realistas, algo de lo que el cine, en su
concepción ontológica, se ve atado y preso sin opción alguna. La
fábula que se genera en torno al musical de teatro le otorga ese
signo distintivo (además de contar con cantantes profesionales); y
por su parte, el cine se ve incapaz de lograr esa “magia del
directo”, esa fábula clásica basada en el imaginario del teatro
como arte espacial, pero le permite otras muchas posibilidades
diferenciadoras, empezando por la extensión espacio-temporal y los
límites traspasables de los efectos visuales. Y aún así, la
maestría de Hooper y de la obra está en su apuesta por la
teatralidad, precisamente. A pesar de la puesta en escena
ambientada en la Francia postrrevolucionaria, no deja de percibirse
tanto en los actores (que cantan en directo, por primera vez)
como en los escenarios, cierta vocación teatral en cuanto a la
narración.
Y en esta base teatral
que se construye, a través de monólogos musicales
cuasi-shakespearianos (que, representados en cine, evocan a
los ideales de la dramaturgia), los principales protagonistas
adquieren una profundidad realmente emotiva, empezando por Jean
Valjean y su tragedia simbólica en cuanto a “la voz del pueblo”,
sus fantasmas del pasado y la carga imperdonable de la que su propia
alma le responsabiliza; Javert como el villano perfecto, cuya
diversidad de dimensiones le convierte en uno de los más
interesantes que puedan verse, dadas sus convicciones y su conflicto
interno, algo que solo la mirada de Crowe podía expresar.
Sin olvidar la propia
historia y la épica que tanto tedio parece producir según en qué
momentos, Los miserables no solo es un trabajo
impecable, es, a mi juicio, una de las mejores películas del año.
Tras los grandes estrenos esperados para 2012 desde Hollywood El
caballero oscuro. La leyenda renace (The Dark Knight Rises, C.
Nolan), Prometheus (R. Scott) y El hobbit: un viaje
inesperado (The Hobbit: An Unexpected Journey, P. Jackson), creo
que la gran sorpresa la ha dado Tom Hooper y “sus miserables”.
Gran puesta en escena y vestuario y medios y también buenas canciones para que todo en 'Los Miserables' acabe sonando huero, vacío, hueco.... Una lástima. Un saludo!
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