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Posted by : El día del Espectador
diciembre 27, 2012
ÁLVARO TEJERO
Los
década de los 80 del siglo pasado es considerada como una de las más pobres de
la historia del cine, la consolidación del cine vacío y de espectáculo que
domina Hollywood en la actualidad. Spielberg, Zemeckis o Lucas como
destructores del buen cine para muchos intelectuales. Pero también es la época
en que la fantasía vivió su apogeo con una gran cantidad de obras que se
instalaron en nuestro imaginario: Willow,
La princesa prometida, Lady Halcón, Legend o La historia interminable.
En
ese ambiente surgió un director y guionista irlandés que con el paso del tiempo
se ha convertido en uno de los mejores cineastas vivos y que espero el tiempo
ponga en el lugar que se merece. Se trata de Neil Jordan, dueño de ese cine tan
turbador y sensible, lleno de ambigüedad y claroscuros.
Había
debutado en 1982 con Danny Boy a la
vez que ayudaba a convertir Excalibur
en una de las obras de mayor poder visual que se han hecho. Y ya en 1984 se
atrevió con la arriesgada tarea de llevar a la pantalla una reinterpretación
moderna de Caperucita Roja. Una labor completada con éxito que le abrió las
puertas de USA a la vez que le convirtió en un director maldito.
El
resultado fue En compañía de lobos, la
mejor y más pura adaptación de un cuento que se ha realizado. Entendiendo lo
que significa los cuentos clásicos, huyendo de la lectura auspiciada por Disney
y la cultura occidental durante el último siglo; recordando el carácter gótico,
moralista, oscuro y adulto que les rodeaba. Y por supuesto todo lo contrario a
la última versión de Caperucita Roja perpetrada
por Catherine Hardwicke, esa visión hipervitaminada, videoclipera y con
erotismo de parvulario.
Neil
Jordan y Ángela Carter (co-guionista y autora del relato en que se basa la
película) comprenden la esencia del cuento de Perrault y lo adaptan a los
nuevos tiempos. Caperucita sigue siendo una historia sobre el despertar sexual,
sobre el paso de la niñez a la pubertad, de entrada en lo desconocido, a la vez
que un aviso de los peligros de salirse de la seguridad del camino marcado.
Pero
Jordan y Carter añaden un feminismo latente a lo largo de todo el metraje, una
fascinación por lo diferente, la necesidad y los peligros de desviarse del
camino y una dura visión sobre el ser humano, más cerca de lo animal de lo que
podríamos pensar; escogiendo al licántropo como símbolo.
El
hombre lobo como eslabón que une lo animal con lo humano, el salvajismo y la
civilización en el mismo cuerpo. Maldito y perseguido para siempre, obligado a
vivir entre el cielo y el infierno.
Sarah Patterson |
Y
como compañera final del licántropo
aparece la Caperucita protagonista del cuento. Interpretada a la perfección por
la angelical y provocadora Sarah Patterson, capaz de convertir a todos los
hombres en lobos hambrientos deseosos del trofeo que se esconde tras el pecado.
Representación de la virginidad y el despertar sexual, excitadora en su
curiosidad y atrevida en su timidez.
La
cinta está llena de símbolos y momentos de abstracción que darían para toda una
lección de psicoanálisis (la capa roja, la rosa, el cuchillo) que no me
corresponden, y que en todo caso serían más propicios para el experto en
simbolismo del blog, Himar Reyes.
Si
por algo destaca En compañía de lobos es por su apartado estético. Jordan
consigue como siempre una atmósfera inquietante a través de los elementos
básicos de la puesta en escena (decorados, vestuario, maquillaje o fotografía)
y unos impresionantes efectos especiales para la época (si bien ahora se han
quedado un tanto atrasados) que consiguen crear una estética de cuento propia
de las ilustraciones que los decoraban. Escenarios acartonados, fondos
pintados, barroquismo visual,
interpretaciones ingenuas, banda sonora sencilla pero mágica y una
impresionante labor de fotografía de Bryan Loftus hacen el resto: un cuento
puro y oscuro.
Es
una película salvaje, animal, llena de momentos perturbadores y sensuales que
provocan no saber si se trata de realidad o fantasía, si nosotros estamos
soñando o son los personajes. Llena de momentos oníricos que transcienden el
propio cuento e impregnan la narración. Jordan refuerza estas sensaciones mediante un
malabarismo narrativo que resuelve con maestría: construye tres niveles
narrativos (realidad, sueño y cuentos dentro del segundo) que se mezclan a la
perfección simplemente a través de elementos visuales, sin necesidad de
transiciones.
Una
película hipnótica y olvidada en la que destaca a parte de la protagonista la
encantadora abuelita interpretada por Angela Lansbury y que demuestra el poder
de la artesanía frente a lo digital. No es perfecta pero de gran influencia
posterior (el Drácula de Coppola no
existiría sin ella), reutilizada posteriormente por Jordan para realizar posiblemente
su obra maestra absoluta: Entrevista con
el vampiro.
Y
que por último ofrece una doble interpretación final si cabe más problemática
con esa adolescente que llora sus pesadillas en la cama: bien por todo lo que
su cuerpo y mente están experimentando o por haber sido forzada la noche
anterior por algún lobo humano.