Posted by : El día del Espectador septiembre 27, 2012



HIMAR R. AFONSO

Resulta que la compleja y restrictiva industria de Hollywood deja siempre la puerta entreabierta a artistas que no forman parte de su cultura y su metodología de producción, pero que realmente tienen algo que aportar dentro de su negocio. Resulta que la libertad que tienen los directores más independientes (en cuanto consigan dinero) es gratificante en el trabajo más que en los resultados económicos, por lo que hay un grupo, un colectivo determinado en la industria mundial del cine que se mantiene en un podio tembloroso en el que les pueden entregar medallas como tirar tomates podridos: los actores.
 
Cada año o en fechas determinadas (verano, navidad...) el trabajo de algunos de ellos (y las estrategias de marketing de las majors) se ve recompensado con un salto cualitativo de fama o popularidad, acompañado de diversos trabajos con equipos humanos de alto nivel; sea el caso, por ejemplo, de la mujer del momento Charlize Theron, a quien me rindo igual que la mayoría, al igual que me rendí hace tiempo y seguiré haciendo en su decadencia que, esperemos, nunca llegue. La actriz sudafricana lleva muchos años en Hollywood trabajando con actores con escaparate como Johnny Depp, Keanu Reeves o Will Smith y manteniéndose en la élite de la Meca del cine, con un Oscar de la Academia incluido. Aún así, siempre he tenido la sensación de que no se ha tenido en cuenta su trabajo tanto como debería, hasta ahora. Parece que este año ha terminado de explotar su fama (que no su talento, del cual ya éramos testigos) con dos películas: Blancanieves y la leyenda del cazador, de Rupert Sanders y Prometheus de Ridley Scott. La primera una película muy interesante y la segunda, una de las más esperadas del presente año, por lo que definitivamente Theron se ha consagrado.



Pero desgraciadamente, no pasa lo mismo con algunos actores y actrices que también llevan años y años dejando trabajos exquisitos para la gran pantalla pero que, misteriosamente, no cuentan con el beneplácito de la industria como para darles papeles importantes (económicamente hablando) ni con la demanda necesaria del público. Y no parece que vaya a llegar ese día. Un viejo conocido como Edward Norton, que siempre se le es reconocido y respetado pero que, a pesar de ello, yo no recuerdo que le hayan dado una oportunidad de altura después de su salto a la fama con American history X (salvo la cuestionable El club de la lucha o El velo pintado), a pesar de tener el mismo perfil de actor imperial de los que encarnan la fama hoy como Viggo Mortensen, Christian Bale, Robert Downey Jr. o Michael Fassbender. Se intentó con la nueva versión de El increíble Hulk en 2008, pero fue un fracaso; por lo demás, papeles protagonistas para películas poco ambiciosas y demasiados secundarios. Hablamos siempre desde la perspectiva de “gran industria” de Hollywood pues, en realidad, la filmografía de Norton es amplia y su trabajo más que gratificante, incluso en despropósitos como la obra de Spike Lee La última noche, donde nos ilustra con una soberbia actuación (pueden ver un clip de vídeo en el artículo de Néstor Sánchez.TOP 10:DISCURSOS)

Un caso, no obstante, no tan dramático el de Norton. Hay actrices como la espléndida Jennifer Conelly que tuvo su merecido reconocimiento (Oscar y Globo de Oro) por su papel en Una mente maravillosa, a la altura de un coloso como Russell Crowe, pero que a partir de ahí se acabó. Poco hemos podido ver de esta actriz, en realidad, y demasiado de la bellísima y plástica Scarlett Johansson, por nombrar alguna diva. Sin menospreciar a las grandes estrellas (Theron es hoy una de ellas), lo que me chirría es la poca importancia que da Hollywood al talento para atender únicamente a las ventas, desperdiciando a actrices como Connelly o actores como Eric Bana (con quien coincidió Connelly en Hulk, de Ang Lee); un actor que ha tenido la suerte de trabajar con grandes como Spielberg o Scott, o con gente de renombre como Wolfgang Petersen o Curtis Hanson, pero sin reconocimiento alguno.

Y siguiendo con los “condenados de la industria”, pasamos al caso que para mí es más clamoroso y evidente. Clamoroso por ser, a título personal, uno de los mejores actores contemporáneos; y evidente, porque no creo que haya un caso más claro que el de Paul Giamatti para explicar por qué Brad Pitt (excelente actor) puede protagonizar Moneyball y Giamatti se tiene que contentar con Win win. Da lo mismo. Paul Giamatti no tiene cuerpo ni cara para ser un héroe clásico, pero cada papel que hace, sea secundario o protagonista, es brillante, exquisito. Jamás vi una interpretación igual a la que realiza en la miniserie de Tom Hooper John Adams, ni papeles tan escandalosamente perfectos como los que realiza en El mundo según Barney o Entre copas... por no hablar de mi predilecta La joven del agua. Paul Giamatti es un catedrático de la interpretación que tendrá que soportar las miradas despreciativas de gente que no le llega ni al chicle pegado en la suela del zapato.

       

Junto a él, reclamaría a Laura Linney, una actriz capaz de desquiciarte en una película como El show de Truman y capaz de enamorarte como en John Adams. Una actriz que es bella por lo que trasmiten sus ojos y no por el resto de su cuerpo, una actriz brillante, que puede presumir de haber trabajado con Peter Weir, lo cual no significa mucho en Hollywood, y con una filmografía bastante amplia, pese a todo. Muchos casos como estos quedan, muchos talentos desperdiciados por la industria líder del mundo aunque aprovechados por otros que a veces son incluso más interesantes. Un caso demasiado evidente, también, es el del gigante Duncan, homenajeado aquí por Álvaro Tejero a propósito de su muerte este verano, relegado siempre a papeles secundarios en películas intrascendentes.

Para finalizar, un caso diferente pero donde también se plasma, en menor medida, el despiste de Hollywood: Marion Cotillard, una de las mejores actrices que ha pisado Los Ángeles en las últimas décadas. Una mujer con una alta reputación en Francia y que ha trabajado con los grandes de Hollywood, como Crowe o Di Caprio, o con Ridley Scott, Michael Mann o con el popular Christopher Nolan, famoso a día de hoy e infame en artículos como el de Jaime Pastor, escrito para este blog. Tiene también su estatuilla, aunque podría tener más. Pero la actriz francesa no tiene, fuera de Francia y de Europa (y en mi opinión) toda la importancia que debería. No veo que haya una actriz mejor que ella caminando por las pasarelas de cada ceremonia que se celebra, ni papeles que dejen más huella que los que ella dejó en, por ejemplo, Enemigos públicos o Pequeñas mentiras sin importancia. Está bien colocada, por supuesto, pero, una vez más, menos valorada de lo que siento que debería.

Son los talentos mantenidos en la luz del soñado Hollywood y perdidos en la sombra de la ley de las estrellas.

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