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Posted by : El día del Espectador
septiembre 29, 2012
Duelo familiar
ÁLVARO TEJERO
Gavin
O'Connor comparte junto al también neoyorquino James Gray su obsesión por los
dramones familiares protagonizados por los miembros masculinos de las mismas.
Pero a diferencia del director de Two Lovers (James Gray, 2008) no permite que la intensidad
sature sus obras y asfixie el ritmo narrativo, envolviendo la catarsis familiar
de genuino cine de género, ofreciendo espectáculo a los espectadores. Así
ocurre de nuevo con su última película: Warrior (Gavin O'Connor, 2011)
Película
que lleva camino de convertirse en cinta de culto por ser reflejo de la
realidad de su país y por su falta de éxito en su estreno. Incluso aquí en
España no ha sido estrenada en cines ni editada en DVD. Y su calidad no se
merece tal trato. Pero no nos confundamos, no es una obra maestra ni pretende
serlo; es una modélica cinta de boxeo, un intenso drama que cambia los guantes
por las manos desnudas de las artes marciales mixtas y ofrece dos horas y
veinte de energía.
La
mayor virtud de Warrior es que funciona por igual en dos niveles distintos y
contentará a una amplia variedad de espectadores. Como historia de peleas en un
ring es simplemente acojonante, quien busque golpes y sangre de verdad
terminará saltando en el sofá de su casa; pero quien además demande un drama familiar
con crítica social no quedará defraudado de la intensidad de las situaciones.
Intensidad y energía por parte de un director que debería ser ejemplo en las
escuelas de cine y un reparto que borda sus papeles.
Todos
ellos están perfectos, en especial Nick Nolte como el padre que empuja a sus
dos hijos a enfrentarse entre sí y el menor de los dos, esa bestia llamada Tom
Hardy que parece un bisonte en estampida. Ambos nos regalan una escena brutal
que resume todo lo que hay entre un hijo y su viejo a lo largo de la vida. Al
lado de ellos y sin desmerecer se encuentran el hijo mayor y su sufrida esposa:
el incipiente Joel Edgerton y la bella Jennifer Morrison más conocida por interpretar a la Doctora Cameron en House M.D. Mi agradecimiento personal a Gavin por ofrecerle por
fin un papel destacado en la pantalla grande a una de las mujeres de mi vida.
La
cinta comienza homenajeando a El cazador (Michael Cimino, 1978) e introduciéndonos la analogía con
Moby Dick que nos acompañará durante el resto del metraje, esa historia de
autodestrucción contra una ballena. La primera escena ya nos avisa de que es un
auténtico drama social en el que los personajes hablan con la misma fiereza con
que luchan en el ring para después terminar de componer el triángulo masculino
que conformará el armazón de la historia al igual que sucedía en la obra
maestra del director, Cuestión de honor (Gavin O'Connor, 2008).
A
partir de aquí se suceden los tópicos de toda película de boxeo, no exentos de
arriesgados recursos formales de O'Connor (la pantallas partidas para mostrar
el entrenamiento son un gran acierto), se definen las razones para combatir de
cada hermano ( económica y familiar por un lado y como válvula de escape para
el animal herido) hasta llegar al comienzo del torneo de artes marciales final
que ocupa cerca de la mitad de la película.
Cualquier
duda que arrastrara el filme queda olvidada a partir de este momento, con una
sucesión de combates que van aumentando en tensión, emoción y dificultad
(lástima ese rival ruso que recuerda a Rocky IV [Sylvester Stallone, 1985]) hasta llegar a la terrible
batalla fraternal en la que oiremos el crujir de los huesos y nos situaremos en
la piel de esos dos gigantes divididos por la figura paterna. Es una hora de
ejemplar labor técnica y una lección de como rodar luchas cuerpo a cuerpo
(destacar sobre todo la labor de los cuatro montadores, simplemente brutal).
Y
es en ese tremendo final al límite dónde termina de coger forma la acertada
metáfora que plantea O´Connor. Una crítica a la situación de América en la piel
de esos dos hermanos que representan a la sociedad destruida del país. Unos
hijos enfrentados y olvidados por el padre (la patria), cada uno en una
dirección y obligados a luchar solos (en Irak uno y contra la crisis económica que
acecha a su familia el otro) que deberán mirarse a los ojos y olvidar sus
diferencias aunque sea en un ring, mientras golpean su espíritu
inquebrantable. Un final épico y lleno de lírica que
el director convierte en puro cine sirviéndose de la canción adecuada (el siguiente video es el FINAL de la película)
O'Connor
nos habla de la necesidad de unión, de no dejar de luchar nunca por lo que
creemos y de la redención y el sacrificio familiar. Menos ambigua que Cuestión
de Honor pero también más directa, el director de Warrior nos vuelve a demostrar
que junto a James Mangold y en ocasiones Peter Berg forman un triángulo de
directores absorbidos por Hollywood que dentro del cine de género son capaces
de ofrecer algo más, de dejar su sello y reflejar sus inquietudes en cada
proyecto; de hacerlo suyo en definitiva. Son artesanos, son autores, son los
últimos clásicos.