Posted by : El día del Espectador noviembre 18, 2013

HIMAR R. AFONSO


Es bastante frecuente que películas de terror de cierto éxito vean continuadas sus historias en sagas que, en ocasiones, parecen interminables. Es posible que esto se deba a los finales clásicos del género, que dan pie a unos códigos de repetición fácilmente reconocibles. En el caso de Insidious, el final permitía una continuidad directa del momento en el que terminaba, sin necesidad de contar una nueva historia.


Las verdades que encierran los villanos de Insidious
Esto permite un voto de confianza a la secuela de estos viajes astrales (primera secuela que el propio James Wan realiza), ya que una historia independiente tendría todas las probabilidades de contar nuevamente lo mismo, mientras que con una continuación parece posible innovar un poco en el argumento. Y en este caso, a pesar de seguir hablando de los mismos temas (pues el mal no ha acabado), sí que consigue hilar muy bien el desenlace y servirse de forma útil del filme anterior, utilizando algo fundamental para la narración: la sorpresa.

Cómo generar terror cuando se traspasa la fábula
En este sentido, explora aun más algo que, al parecer, no tuvo demasiada aceptación en la primera entrega: el mundo de las sombras, ese mundo entre el Más Allá y el Reino de los Vivos. Aquí aprovechan las circunstancias de la obra anterior para plantear las condiciones espacio-temporales de ese universo. Al carecer de tiempo, se puede acceder a cualquier momento presente, pasado o futuro del mundo de los vivos, lo cual le sirve a los protagonistas -o a sus proyecciones astrales birladas de sus “recipientes”, de sus cuerpos- para encontrar salida y combatir a esos espíritus que intentan hacer el mal. Lo más interesante de esta condición atemporal es que no la explican, sino que asumen el entendimiento por parte del espectador, o por lo menos “le retan” a comprenderlo; y la mayor fortaleza de explorar este mundo fantástico (y de tener la valentía de desarrollarlo) es que convierte al clásico protagonista del relato de terror en un elemento activo, dispuesto a hacer cosas y a enfrentarse a sus miedos y a un mundo de tinieblas, no como ocurre con demasiada frecuencia en el género de terror: que los protagonistas son pasivos, simplemente huyen de lo inevitable o, dicho de otro modo, “esperan a la muerte”.


Personalmente, no me sorprenden las críticas en referencia a ese “universo de los muertos” que en Insidious se decide mostrar y que en Insidious: Capítulo 2 se sigue desarrollando. Parece que al mostrar lo que debemos construir en nuestra fábula, se pierde el sentido del terror... sin embargo, en este caso y dada la importancia de este otro universo, diría que es necesario y de agradecer que propongan un esbozo de lo que sería ese mundo de incertidumbre e inseguridad, y cómo proyecciones astrales que no deberían estar allí (pues son seres aún vivos) desestabilizan su orden natural. Un tema fácilmente traspasable al “mundo vivo” actual, dicho sea de paso. En este sentido, la puesta en escena resulta determinante en esa transgresión de la fábula en favor de lo tangible, y la articulación del trauma infantil y de los recuerdos como origen del mal, como "sombra del enemigo" personalizado en la madre del villano.

El elemento 'geek' insertado en el relato de terror
Lástima por ese desafortunado epílogo que reabre una nueva historia (ahora sí que acudimos a la repetición de códigos) tras finalizar de forma satisfactoria la iniciada en la primera entrega. Con James Wan ya fuera de lo que parece ser una nueva saga interminable (como su inagotable Saw), cabe lamentar esta molesta costumbre de la industria por alargar en el tiempo lo que bien hubiera podido terminar, recordándonos que este medio, antes que un arte, sigue considerándose un negocio de entretenimiento.

Leave a Reply

Subscribe to Posts | Subscribe to Comments

- Copyright © El Día del Espectador - Date A Live - Powered by Blogger - Designed by Johanes Djogan -