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Posted by : El día del Espectador
diciembre 02, 2013
HIMAR
R. AFONSO
Cuando
analizas una obra audiovisual, siempre procuras ser objetivo en los
argumentos, pero no deja de ser tu propia visión. Sin embargo,
cuando decides opinar
sobre el resultado de una obra o su repercusión, ya no estás
realizando un análisis, por mucho que fundamentes tus argumentos.
¡Qué menos que fundamentarlos! Pero aún así, es una opinión
personal.
Dicho
esto, que no era otra cosa que “excusarme” por mis opiniones -si
es que hay que excusarse por ello-, paso a comentar el último regalo
de Disney: cuesta entender la gran acogida que ha tenido Frozen
en la crítica internacional, considerándola un canto al Disney
clásico, a las grandes películas de antaño, cargadas de magia,
acción y romance. Cuesta entender que suene para los Oscar 2013 y,
en fin, cuesta entender que le haya gustado a alguien.
Ya
no es condenable a estas alturas que una película animada conforme
un discurso manido, cursi y
estancado en los espacios comunes
que fomentan los valores tradicionales, ni siquiera que busquen una
forma más o menos recurrente de alcanzar un mensaje
bochornoso, cercano a la
alienación,
como que el amor es “anteponer las necesidades del otro a las de
uno mismo”. Poco se puede esperar ya de la animación respecto a la
renovación de discursos, así que tampoco es demasiado relevante
criticar esta faceta de Frozen,
porque habría que hacerlo con la inmensa mayoría.
Siempre
queda el aspecto narrativo, la historia. Es bastante frustrante
encontrarse con películas de manual, cintas de animación que cogen
la escaleta general para contarte lo mismo de siempre con nuevos
bichos y monigotes graciosos. Pero casi es preferible eso a
encontrarse con un guion
carente de cualquier tipo de coherencia o línea a seguir.
Desde los primeros compases de Frozen,
hay una extraña sensación de desconexión y una cantidad de
secuencias “informativas” totalmente inservibles. Y esto, que se
intenta aderezar con una canción tras otra -único síntoma claro de
esa voluntad por regresar a los orígenes Disney-, resulta que allana
el camino para que la película se estampe contra sí misma en cada
giro narrativo que decide dar. Esos giros que, en general, son
totalmente impertinentes, hacen un flaco favor a la narración, que
en esos momentos se saca de la manga algún nuevo rumbo a seguir,
dejando la sensación de
estar absolutamente improvisada.
Así,
parece complicado no solo seguir la historia, sino conectar con los
personajes. Directamente, cuesta
saber quién es el protagonista y quién es el villano, y
definitivamente es una película “de buenos y malos”, así
que no hay excusa; diría
que la definición de personajes era tan difícil para los propios
creadores, que tuvieron que elegir como antagonista a uno que ni
siquiera podría considerarse “personaje secundario”, y que al
final se revelará como el malo “malísimo” (de forma
ofensivamente predecible, encima) al que todos llevábamos ya casi
dos horas tratando de definir. En cuanto a personajes innecesarios,
que ni si quiera ayudan a desatascar la narración con algo de humor,
mejor ni mencionarlos, porque son más que los que podríamos conocer
en una serie de televisión.
Volviendo
al tema musical (que ha sido comparado con clásicos Disney), no
sería un problema tener una canción cada cinco minutos si al menos
una de ellas fuera decente; muy al contrario, las
canciones son francamente malas, con melodías forzadas y estructuras
incomprensibles. No tenían
gancho y no ayudaban a la narración, así que pueden incluirse en el
saco de los personajes irrelevantes.
Lo
que más me ha asombrado es la falta de variedad en las opiniones
sobre la película, ya que prácticamente todas reman en la misma
dirección; quizás eso sea lo único que no convierte el visionado
de Frozen
en una completa pérdida de tiempo; hay otras películas que ni si
quiera te dan para hablar.