Posted by : El día del Espectador abril 22, 2013


HIMAR R. AFONSO



Diría que una de las fortalezas de la ciencia-ficción está en su posibilidad, frente a otros géneros, de sugerir explícitamente el fin de la Humanidad, el fin de nuestros días y de la especie, en la medida en que puede crear distopías de diversa índole, presentando mundos decadentes, apocalípticos. Es un recurso ultraexplotado, pero ciertamente no dejan de ser interesantes las reflexiones que permiten plantear en referencia a nuestro comportamiento global. Por ello, parece que es de esos recursos -el fin del mundo- que no termina de secarse. En Oblivion, de Joseph Kosinski, se recurre a la amenaza externa, por lo que se libera al Hombre de toda responsabilidad y se genera otro tipo de discurso, más relacionado con la nostalgia, la identidad o la patria (entendida como el hogar, como la Tierra). Es otra opción.

Cuando estas sencillas ideas establecen el punto de partida de un relato, las expectativas son altas, por lo que es interesante plantearse en qué momento el guión de Oblivion perdió el norte. No es simplemente que haya decidido complicar tanto la historia para pretender, en la última media hora, resolverlo de forma satisfactoria; el gran problema de la película es que sustenta sus altas (altísimas) pretensiones en diálogos y acciones extremadamente superficiales. Es ese momento en que una película se olvida de contarnos algo para preocuparse más por conseguir encadenar una serie de “frases perfectas”, las temidas “frases perfectas” de Hollywood. Deja esa sensación de estar ante un guión cuyo embrión ha sido alguna escena concreta y que pretende justificar el resto de la historia en esa idea, frase o momento que pone la guinda del pastel, como el bochornoso “comandante” que Morgan Freeman suelta así, como si lo estuviésemos esperando, acompañado de una música empalago-penosa (gran Freeman, por cierto, cuya presencia en la pantalla es incuestionable). Pero este es un ejemplo de tantos que hay en la cinta. Esa frase que pone la guinda debe salir sola como inercia de un guión sólido, y no al revés, pretendiendo eso: sustentar todo el relato.

A esto añadimos la ya insufrible “estética Nolan”. La propuesta del director de Origen (Inception, 2010) no solo ha influenciado el “arte del trailer” (como diría Alvaro Tejero) en Hollywood, con una misma estructura musical y una oscuridad palpable, sino que ahora parece que su cine es una tendencia visual en todas las películas comerciales. Es un poco ridículo tener que hablar de referente con un director al que le queda tantísima carrera (por suerte, dicho sea de paso).

Por último, es destacable también la faceta sobreactuada del irregular Tom Cruise, o más bien, del polivalente. No cabe duda que es un valor seguro para el cine de acción, pero resulta mucho más reconfortante el Tom Cruise de Jerry Maguire (1996, Cameron Crowe), Algunos hombres buenos (A Few Good Men, 1992; Rob Reiner), Collateral (2004, Michael Man) o Nacido el 4 de julio (Born of the Fourth of July, 1989; Oliver Stone), que el Cruise de cualquiera de sus películas de acción. Y en este caso, complementa en la misma línea el frágil producto que podemos encontrar hoy en cartelera.

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  1. No puedo decir si Oblivion es buena o mala ya que no he tenido oportunidad de verla para criticarla lo que si se es que Hollywood gasta millones en puros bodrios porque pocos llegan a tener éxito, el nuevo mega bodrio es Curse of Chucky la última entrega de la saga del muñeco que no puede estar en paz sino que tiene que matar a alguien cada vez que está en pantalla, esta película está de más decir que es una mierda, pésimas actuaciones y el gran fallo de la familia que come la cena envenenada y ninguno siente malestares y para terminar la plasta está la breve pero pésima actuación de Jeniffer Tilly que asumo que la dejarían de último para que la cagada no fuese tan evidente o tan escandalosa, en fin una basura de película y a ver Oblivion a ver que tal me resulta.

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