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Posted by : El día del Espectador
abril 29, 2013
HIMAR
R. AFONSO
La
tercera y, presumiblemente, última entrega de la saga Iron Man es,
cuanto menos, novedosa. En
una época en la que los superhéroes están en su “Edad de Oro”
y no es difícil confundir unas películas con otras, en Iron
Man 3 han jugado al
despiste, al engaño. Como
si de una conspiración se tratase, toda la fase de promoción ha
servido para prometer un producto que, finalmente, es todo lo
contrario; algo arriesgado, cierto es, pero aparentemente efectivo.
Desde luego, no parece que la taquilla vaya a resentirse de ningún
modo.
Esta
“novedad” tiene que ver con una decisión: acercar al
personaje, Tony Stark, a la oscuridad o “seriedad” (si se quiere)
de las últimas películas del género, o explotar del todo su
parte cómica, extendiéndola al resto de personajes y a la
estructura del relato, en un desarrollo peligrosamente parecido
al Sherlock Holmes de Guy Ritchie. En este caso, se ha optado por la
segunda opción. ¿El resultado? Una parodia de Marvel, una
comedia de acción con momentos tan absurdos que cuesta creer que
hicieran los trailers que hicieron para presentarnos este filme.
No es un nefasto resultado, ni mucho menos; consigue lo que busca:
entretener y vender.
Pero
cuando tomas una decisión, desechas otras. Es en este punto donde
cabe mencionar lo que la película pierde. La construcción de un
villano tan potente (con Sir Ben Kingsley no podía ser diferente)
garantizaba una solidez importante en los conflictos a los que el
protagonista se tendría que enfrentar, pero el aspecto rabiosamente
cómico coarta todas sus posibilidades (las del villano) y por
consiguiente, las del resto de subtramas. Esto supone un
ejercicio narrativo francamente extraño, en el que se intenta dar
mucha información en no menos tiempo pero con un estilo directo,
demasiado directo, y poco desarrollado. No se ve un discurso
claro en el devenir de la historia, en cuanto a los motivos de los
personajes. Lo único claro de la película es su vocación cómica
que, por otro lado, sirve para tomarse la historia como lo que es:
una película de superhéroes. Quizás no esté de más plantearlo
como un mero entretenimiento sin mayor importancia; lo interesante
ha sido ese engaño premeditado para crear cierto impacto. Y lo que
parece evidente es que con la primera película hubiese bastado.
En
cualquier caso, el resultado es más bien flojo, da para unas cuantas
carcajadas, algún guiño ventajista al “fenómeno Vengadores” y
poco más. Probablemente eso sea lo que se deba esperar de ella y
probablemente, el hecho de apostar por esa decisión hasta sus
últimas consecuencias, sea su mayor virtud.