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Posted by : El día del Espectador
julio 28, 2012
HIMAR R. AFONSO
Las reformas sociales tienen
efectividad a largo plazo cuando son ejercidas desde el poder. Los barrios
marginales nunca saldrán del infierno en la tierra sin el apoyo político pero,
ante su ausencia, queda la esperanza que hombres como el padre Julián inspira
con su obra, en este caso en un barrio marginal de Buenos Aires, donde lleva
diez años ocupando ilegalmente una obra que comenzó el gobierno y que dejó a
medias. "Elefante blanco" (2012, Pablo Trapero), el título de esta película que ha pasado
desapercibida, pone nombre también a ese proyecto y que representa, además, la
lucha contra la opresión y la marginación social que estos sacerdotes llevan a
cabo.
Tres son los personajes que
conforman la trama y que constituyen un triángulo de estabilidad que, sin
embargo, es inestable por momentos: el padre Julián (interpretado
espléndidamente por Ricardo Darín), líder religioso del proyecto y de esas
personas desamparadas; Luciana (Martina Gusmán), una trabajadora social atea
que lucha codo con codo por toda esa gente; y el personaje clave (tanto para
Julián como para el relato), Nicolás (muy buen papel de Jérémie Renier),
sacerdote también que vivió en el Tercer Mundo un suceso trágico que le tortura
el alma día tras día.
Julián ofrece a Nicolás trabajar
con ellos en la Villa Virgen, donde las viviendas son chozas, los niños están
metidos en drogas, la mafia local golpea con fuerza y el gobierno presiona para
mantener el gueto cerrado. Poco a poco, Nicolás irá tomando la responsabilidad
que moralmente siente por la causa, por tener el valor y el coraje de actuar
pese a las consecuencias, sin saber que además es la última esperanza de Julián
de que su proyecto perdure. Sin embargo, los problemas empezarán entre ellos,
que tienen visiones distintas de cómo cambiar las cosas. Mientras que Julián
pelea en los despachos del obispado por obtener recursos, Nicolás y Luciana
correrán las calles junto a su gente, siendo esto el verdadero refugio que
Nicolás encuentra, ya que la auténtica responsabilidad que él mismo sabe que
tiene que tomar, pasa por entregarse a la causa renunciando a sus deseos...
Y es aquí donde comienza el mayor
interés de la película: bajo el plantel social de una multitud oprimida y
desamparada, apoyada por unas pocas “buenas almas” que trabajan por mejorar la
situación, el director Pablo Trapero centra la atención poco a poco y de forma
muy acertada en el conflicto interno que tiene Nicolás, un hombre que ha
dedicado su vida a los pobres, que sabe que tiene capacidad para seguir
haciéndolo pero que, tras lo vivido, no está seguro de que ésa deba ser su
vida. Por otro lado, Julián (destacar nuevamente a Darín como ese actor que no
actúa), quien comienza a sentir el temor a la muerte que todos tenemos y que
está volcado a la causa, lo que realmente es otra forma de evadirse a sí mismo,
de perdonarse.
El río de este relato irá
desembocando hacia un final impactante, brillante incluso, pero con un epílogo
que, a título personal, resulta incoherente. Unos personajes con una profundidad
muy interesante y sin llegar a ser empalagosa, una música que pretende ser
rompedora y resulta algo forzada y un montaje exquisito donde se unen las
oraciones con las duras imágenes del infierno en la tierra, como en "Ciudad
de Dios" de Fernando Meirelles y Kátia Lund, solo que aquí no es el la
tierra de los hombres el único infierno, sino también el corazón de quienes
tienen un conflicto moral, Nicolás y Julián, el primero no renuncia a su vida y
el segundo siente que la Iglesia debe tomar partido. Una película muy
recomendable.