Posted by : El día del Espectador diciembre 12, 2012

HIMAR R. AFONSO


Lo primero de todo, destacar la última película de Ang Lee como otra producción que pone de manifiesto la polivalencia de su obra, lo cual le otorga mucho más interés; lo segundo, me uno a la celebración prácticamente unánime de la crítica alrededor de la película del director taiwanés, pues desde Avatar en 2009 no había visto un espectáculo audiovisual como este. Y más allá del ataque masivo que se realizó contra el guión de la película de Cameron (injustificado, en mi opinión), creo que son muchas las semejanzas de ambas películas en cuanto a las pretensiones económicas y muchas las diferencias en cuanto a las intenciones artísticas.

Life of Pi cuenta la impresionante historia de un chico que sobrevivió a un naufragio, siendo el único superviviente, perdiendo a toda su familia y sufriendo toda la ira de la devastadora Naturaleza. El elemento narrativo inquietante es la presencia de un tigre de bengala como acompañante del bote, algo difícil de creer incluso para el propio protagonista, que acepta con total normalidad cualquier tipo de escepticismo. Ése es el primer detalle interesante del planteamiento, la sutil invitación a creer en un relato fantástico. El otro detalle importante es que, desde el comienzo de la obra, nos informan del carácter metafísico que va a buscar la historia.


La narración toma forma de biopic durante la primera media hora, incluso algo más, hasta que realiza un giro absoluto, transportándote a un universo conmovedor, de imágenes imperiales y escenas sobrecogedoras, en una especie de nueva película formada únicamente por metáforas visuales. Y es aquí donde empieza a elaborarse el discurso principal que busca La vida de Pi, una declaración de intenciones en torno a la fe, la esperanza y, sobretodo, la reflexión casi espiritual del propio individuo y su lucha interna para decidirse a volver a la realidad; porque, en el momento en que se activa el instinto de supervivencia, unido a la convivencia con un animal, perdemos la noción de nuestra condición antropológica y nuestra identidad social. Se trata de la adaptación a un medio concreto que es hostil contigo y diferente a lo antes visto. ¿Cómo desarrolla esto la película? A través de la imaginación, de los recursos estilísticos y efectos visuales, utilizados con el fin de crear esa especie de visión mágica de un doloroso drama, sin dejarlo de lado, ni mucho menos (el 3D parece ser que por fin alcanza el nivel artístico que se buscaba, yo le di la última oportunidad con La invención de Hugo [Hugo, 2011], de Scorsese, así que no puedo hablar de ello).
Hay que aclarar varios aspectos: lo primero que la película no renuncia a contar una historia, a pesar de su exploración de temas metafísicos como la fe o el contacto con Dios, algo de lo que se habla literalmente durante el relato, quizás en una cierta falta de ingenio en cuanto al guión. Por suerte, la historia parece tener la misma importancia que los temas trascendentales; como he dicho, a veces el guión resulta demasiado evidente en los diálogos o en las “espontáneas” explosiones de pasión que el protagonista experimenta ante las duras pruebas a las que se somete (no convence tampoco el debutante Suraj Sharma, quizás le quedó grande el papel, muy difícil de interpretar, por otro lado). Pero narrativamente queda demostrado de forma incuestionable el talento descomunal de Ang Lee para generar la tensión más insufrible posible, consiguiendo que te sumerjas totalmente en el horror de las devastadoras tormentas, el miedo a los depredadores y el asombro ante la inmensidad del océano; es en la parte emocional donde no termina de cuajar y, ciertamente, no sé por qué.

Es posible que sea una cuestión personal, pero diría que el gran resultado que consiguen las imágenes, auténticos cuadros por sí mismas, no lo consigue al mismo nivel en cuanto a empatizar con el protagonista, y eso que tiene todos los ingredientes necesarios para hacerlo. En cualquier caso, sí que se logra una potente relación entre el chico y el tigre y aquí reside la mayor fortaleza para establecer la exploración del individuo, su vasta formación religiosa, la doble posibilidad de una relación entre dos seres vivos o uno solo, o el hecho de que Richard Parker finalmente se despida o no, y cómo eso puede afectar al protagonista.


Una compleja obra “encantada” que apela a la estética y a la impecable composición para sumergirse en las diferentes realidades que pueden interpretarse en una historia fantástica, cuya narración no pierde importancia entre tanta grandilocuencia y con un final a la altura de la propuesta, algo más difícil de lo que pueda parecer.

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