Posted by : El día del Espectador diciembre 18, 2012


MARCO BARADA

            Para quien no lo sepa, Lech Majewski empezó como poeta y pintor y más tarde se sintió atraído por la imagen en movimiento. La poesía y la pintura son dos artes que, combinadas, pueden dar lugar a obras trascendentales. Y si además se combinan con éxito con el cine, se obtiene arte en estado puro. Hablamos de El molino y la cruz, la adaptación al cine del ensayo homónimo de Michael Francis Gibson. Nos encontramos ante la versión en movimiento del cuadro de Pieter Bruegel Camino al calvario (1564) en el que se basa el ensayo de Gibson. Sin embargo, es importante tener en cuenta que la película no es narrativa en un sentido convencional, si no que transmite una serie de ideas: habla de cosas pero no cuenta.

Para entender la película, primero hay que entender el cuadro. Bruegel traslada la Pasión de Cristo al Flandes bajo la dominación española en el siglo XVI: los soldados romanos son ahora soldados españoles y los crucificados son protestantes considerados herejes. A partir de esta premisa, Majewski muestra, como si de un estudio sociológico se tratara, la vida de algunos de los mas de quinientos personajes que pueblan el cuadro. La película empieza al amanecer y termina al anochecer. A lo largo de ese día vamos viendo como es la vida de los ricos, sin quehaceres y pudiendo dedicarse a la contemplación. Pero sobre todo se ve la vida de los pobres, todo el día trabajando y sujetos a las injusticias de la vida. Y sin embargo, a pesar de las diferencias sociales, hay algo que no cambia: los niños, no importa de que clase social sean, siempre están riendo y jugando, para ellos no existen las ataduras de la vida adulta. Sin embargo, por encima de estos personajes escogidos hay tres que sobresalen: Pieter Bruegel, su amigo Nicholas Jonghelinck y el molinero.


            Bruegel no sale en el cuadro, pero no se le podía dejar fuera de la película. Interpetado por Rutger Hauer, el pintor sirve como una lupa a través de la cual se estudia el cuadro. Bruegel explica aspectos de la pintura, como la organización de los elementos en el lienzo (como una telaraña) o qué significado yace bajo cada elemento. Su personaje señala aspectos del cuadro y explica el porqué de trasladar el calvario de Cristo al presente. Su amigo Nicholas Jonghelinck (Michael York), indignado por la brutalidad y las injusticias de los españoles, incita indirectamente a Bruegel a hacerlo. Él es su mecenas y sirve como canalizador de la crítica política del filme. Su personaje presencia la brutalidad de los españoles y al ser un hombre instruido es, junto al pintor, la única oposición al régimen con cierto poder. 

En contraposición a Jonghelinck está el molinero, quien juega el papel poético de la película. Desde las alturas es capaz de verlo todo y él es quien proporciona el pan al pueblo. Majewski muestra una gran sensibilidad respecto a la figura del molinero, representante a la vez de la de dios y del pintor. La película empieza con una secuencia impresionante de las entrañas del molino en la que se muestra como es su funcionamiento: ruedas dentadas, ejes, muelas… El molino es muy complejo, pero el molinero lo entiende a la perfección, igual que dios entiende el mundo. El plano en el que pone su mano sobre la gran rueda dentada, sintiendo su obra y satisfecho por su funcionamiento, contiene una enorme carga poética y demuestra un gran amor por su obra. El molinero es omnisciente gracias a su posición elevada. Casi desde las nubes observa en silencio la vida de las personas. Fue Bruegel quien hizo del molinero la encarnación de dios en el cuadro, pero es Majewski quien convierte al pintor en el molinero de la realidad del cuadro. Bruegel, en calidad de pintor, tiene el poder de detener el tiempo, congelando a todos los personajes para pasear entre ellos. No hay que olvidar que en última instancia, todo lo que pasa en el cuadro (y por tanto en la película) sale de su mente, por tanto él es todopoderoso sobre su creación. Y para parar el tiempo le hace un gesto al molinero, quien detiene las aspas del molino deteniendo efectivamente el tiempo.

            Toda esta parte poética no sería posible sin la parte visual de El molino y la cruz. Realmente estamos ante un cuadro de Bruegel ya que Majewski consigue las mismas texturas, la misma luz y las mismas composiciones pero con elementos vivos. Estamos ante un juego con la realidad para asemejarla a la pintura. El propio Majewski habla de un “tapiz digital” en el que se pintó durante tres años para conseguir el resultado final. El juego de luces a lo largo del día que dura la película es impresionante aunque le falta verosimilitud en el momento álgido (la crucifixión). Estéticamente la película es impresionante y la fotografía es fascinante. Tiene mayor mérito cuando se representan imágenes ajenas al cuadro, como los hijos de Bruegel o el interior de las casas, aunque se nota con demasiada evidencia cuando hay un tratamiento digital y cuando no.

Camino al calvario (1564)
            La única conclusión posible para este artículo sería una invitación a ir al cine a disfrutar de esta maravilla visual y disfrutar de la pedagogía que contiene. Hay que tener en cuenta que no es una película para todo el mundo pero si se aprecia el arte no decepciona. El molino y la cruz es una joya de la pintura y una declaración de amor hacia Brueghel.

NOTA: 8

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