Posted by : El día del Espectador diciembre 15, 2012


 HUGO MUGNAI

Un anillo inalcanzable
El Hobbit: Un viaje inesperado se nos presenta como una película más que esperada desde su anuncio y que llegó a parecer imposible en ciertos momentos de la preproducción (especialmente con los problemas planteados durante la presencia de Guillermo del Toro como director). Se trata de la primera de una trilogía capitaneada de nuevo por el incombustible Peter Jackson, que se termina perfilando como el director con el perfil ideal para hacer de El Hobbit una gran trilogía, tanto por sus cualidades como director como por su garantía como creador de la Trilogía del anillo.

Y uno de los principales problemas con los que se enfrentan Jackson y el equipo de guión es ese mismo, luchar contra el precedente, enfrentarse a la referencia previa que ellos mismos crearon, que no es sino el hito de la trilogía El Señor de los Anillos. Se enfrentan a su propia creación y a hordas de fans, con el abismo del fracaso (tomando por ejemplo como referente a Star Wars y el aguillotinamiento de Lucas por sus propios fans). Y lo cierto es que consiguen realizar un gran trabajo, que convence y gusta, aunque no llegue a alcanzar en ningún momento el nivel narrativo de las películas previas.

Aunque cabe destacar que la tarea era muy difícil si no imposible, debido a varios hechos; el primero, una cuestión de duraciones. Jackson tiene que conseguir realizar tres películas sobre un libro de una trescientas páginas, mientras que la Trilogía del Anillo era la adaptación de tres tomos considerablemente mayores, que incluso deberían ser considerados como seis libros, debido a que cada tomo está dividido en dos novelas por el propio Tolkien. Eso constriñe seriamente las posibilidades de la narración principal.


Tolkien no lo pone fácil
Y el segundo punto es el hecho de que la novela El Hobbit es una novela mucho más descafeinada que la trilogía de Tolkien, con un tono bastante más infantil, y que siendo una gran novela carece de ese punto de interés, de ese objetivo y ese antagonismo que contenían La Comunidad del anillo, Las dos Torres y El retorno del Rey, haciendo de la expectativa un listón infranqueable.

Es ese efecto light del libro lo que hace de la película lo que es, una gran cinta de aventuras y fantasía en la Tierra Media que sólo dejará de serlo si se la compara con su precedente. Y es que ya de primera mano, el protagonista de El Hobbit: Un viaje insperado, Bilbo Bolsón, no tiene el mismo carisma que su sobrino Frodo, lo cual hace que el interés sea menor. No es esta una consecuencia de la novela, ya que el personaje de Bilbo en ésta si es una de sus principales bazas, sino que es una cuestión de adaptación, una adaptación en la que el personaje gana fuerza y profundidad a partir de la segunda mitad (como toda la película en general).

Tal vez uno de los mayores aciertos de Jackson sea la referencia a La Comunidad del Anillo con la escena inicial de Frodo y un maduro Bilbo, que hace comenzar la proyección con una sensación de familiaridad y recuerdos en el espectador muy acertada. No es el único caso de referencia durante el metraje, ya que éste está plagado de otras menores (que omitiré por evitar Spoilers) que buscan (y logran) la complicidad de su espectador más fiel.

Por otro lado, el grupo de enanos protagonista colectivo del film es otro gran acierto de guión, pues está compuesto de tal manera que el hecho de que sean trece no impide al espectador entenderlos como entidad en ningún momento, sabiendo también discernirlos sin problemas a pesar de que no haya una aburrida presentación explícita en el planteamiento. Y es curiosamente (o no tanto) Gandalf el personaje que menos complace al espectador por su distanciamiento con el Gandalf que ya todos conocíamos; y es que el mago de El Hobbit es un personaje muy activo físicamente, que actúa como continuo motor de la acción, como un ‘luchador’ más, y no tanto como el viejo sabio y reflexivo que guía a Frodo. Pero no se debe culpar de esto a Tolkien y a la cronología de la Tierra Media, pues no deja de ser lógico que Gandalf, más de sesenta años antes del comienzo de La Comunidad del Anillo, sea un personaje más jovial y activo; aunque cueste aceptar el cambio en un personaje tan referencial.


¿Pero aquí quién es el malo? Una narración algo atascada
Uno de los principales problemas de El Hobbit: Un viaje inesperado como historia es la falta de un claro antagonista, un enemigo a batir, lo que todos conocemos como “El malo final”; y es que la novela de Tolkien no tiene una fuerza negativa clara contra los protagonistas, excepto tal vez Smaug, y no la requiere tanto como la exige la película. Y ahí aparece Bolgo, el líder de los orcos, que se postula como antagonista de la trilogía, pero que aún así, si se compara con Sauron o incluso Saruman sabe a bastante poco. Otra de las razones por las que comparar el film con su precedente no hace sino restarle mérito.

Incluso antagonistas secundarios, como el repugnante jefe de los trasgos, quedan algo disminuidos por su actitud simplista, a veces casi infantil, que le resta oscuridad al conflicto. Sin embargo, en el mismo tramo de la historia nos encontramos con un viejo conocido, Gollum, que en uno de las escenas más brillantes del film nos saca de la trama principal para recordarnos lo grande que es Tolkien y lo mucho que Jackson cuida su obra, introduciendo además el elemento “por todos conocido” (que no nombraré por si hubiera algún despistado).

Smaug el dragón, por último, que en teoría debería haber sido uno de los obstáculos principales  queda relegado a un estado latente, preparando al espectador para su presencia en las próximas entregas.

Esa ausencia de antagonistas con interés que representen una verdadera amenaza, hace que la historia de El Hobbit empuje a Bilbo, Gandalf y los enanos hacia abajo, en una escalera de pequeños conflictos, de pequeños obstáculos, que sin suponer prácticamente ninguno de ellos una verdadera amenaza, impiden su avance. Es por ello que la primera mitad del film se hace pesado, porque no entra en el tema principal, sino que se encuentra con vallas en medio de la pista, que los héroes saltan sin despeinarse demasiado. También es cierto que en la primera mitad del metraje existe un aura de inocencia e infantilismo tal vez excesivos, que hacen que el espectador más maduro (o más exigente, según se mire) sienta ganas de mirar el reloj pensando en cuánto tiempo faltará para que la cosa ‘se ponga seria’.

Todo esto queda perfectamente reflejado en las escenas del mago Radagast, que en ciertos momentos (léase el ‘momento erizo’) roza el sello Disney, buscando un ‘pastelismo’ impropio de este tipo de películas. Por momentos, la sombra del efecto de La amenaza fantasma se cierne sobre el espectador, que ve como la precuela de la Trilogía del anillo puede caer sobre sus ilusiones como jarro de agua fría. Pero el miedo se diluye a partir de una escena vital, tras pasar el ecuador de la película, cuando tras una profunda conversación entre Gandalf y algunos viejos conocidos en un sitio más que familiar (y hasta aquí puedo leer) ‘la cosa se pone seria’ y la película entra en un in crescendo imparable hasta su final.

Otro de los problemas de los que adolece El Hobbit: Un viaje inesperado es la cuestión de que el espectador es consciente previamente de que lo que está viendo es el primer episodio de una trilogía, por lo que el film no va a acabar con el final de la historia, sino a medio camino, si no antes. Eso, sumado al hecho de que la película dura casi tres horas, produce un efecto curioso en la audiencia, y es que en varias ocasiones da la sensación de la escena que se está presenciando es la conclusión de este primer episodio de la trilogía, creando una sensación cuanto menos curiosa. Y cuando uno se acomoda para esperar el fundido a negro con algo (o más que algo) de decepción, la trama se retoma con mayor fuerza y ganas; lo cual se agradece, porque una vez terminada la película uno se da cuenta de que el momento en el que acaba era, con diferencia, el mejor de entre los posibles.


HFR, 3D, LSD y otros psicotrópicos
Con respecto a cuestiones técnicas, cabe destacar el famoso HFR o High Frame Rate. Para los que anden cortos de inglés o simplemente no sepan esto ‘qué es lo que es’, no es sino duplicar el número de imágenes por segundo que se proyectan. Frente a los 24 fotogramas por segundo del cine ‘de toda la vida de dios’, El Hobbit tiene 48, es decir, el doble. ¿Esto qué le supone al espectador aparte de otro golpe para el bolsillo? Pues teóricamente la sensación de fluidez de la imagen debería ser mayor, transmitiendo mayor sensación de realidad. Y realmente... realmente las sensaciones son curiosas; al principio uno siente que los personajes van como acelerados, ‘que se mueven raro’, porque no estamos habituados a esa fluidez, y con el paso de la película uno deja de percibirlo, y simplemente se olvida.

Por otro lado está el denostado 3D, siempre en el centro de la polémica, ¿Compensa el 3D?¿Es una nueva forma de narrativa? ¿Es un sacacuartos? Pues cada uno tendrá su opinión, pero lo que está claro es que Peter Jackson cabe como rodar con cámara estereoscópicas como el mejor, y  consigue rodar de forma que aprovecha la tercera dimensión de manera magnífica, sin poner nunca la historia al servicio de la imagen. Probablemente estemos ante la película mejor rodada en 3D desde Avatar (y es que, guste o no, a Cameron, papá del nuevo sistema estereoscópico, no hay que le quite del trono). Se puede decir que es de las pocas películas por las que compensa pagar ese extra sobre el ya desmedido precio de las entradas en nuestras salas.

Probablemente la técnica usada en El Hobbit sea un paso más en el desarrollo audiovisual hacia una narrativa de hiperrealidad (que no hiperrealismo), en la que la imagen supera a la realidad en todos los aspectos, generando un mundo más tallado y detallado que el mundo que conocemos (a pesar de lo imposible de la tarea). Pero es un futuro que aún está por llegar...


A lo que íbamos, ¿Me merece el pastón de la entrada?
En resumidas cuentas, se puede decir que a pesar de todo El Hobbit: Un viaje inesperado es una gran película, en la que lo mejor que se puede hacer es sentarse a disfrutar en la sala sin prejuicios de ningún tipo, evitando a priori todo tipo de comparaciones que no hagan sino amargarnos. Se trata de una historia bien contada, que va de menos a más y deja al espectador con ganas de más.

Por todo esto podemos decir que Peter Jackson vuelve a cumplir con creces (aunque el marco que Tolkien le plantea sea bastante más accidentado), y que la gran mayoría de los espectadores probablemente correrán a las salas cuando se estrene la segunda edición de El Hobbit.


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