Posted by : El día del Espectador abril 08, 2014

HIMAR R. AFONSO


La última película de Aronofsky es extraña, realmente extraña. Tiene tintes “de autor”, con todos los matices que queramos darle a este concepto, aderezados con el potencial de una superproducción.


El último caso más o menos parecido a Noé (Noah) podría ser La vida de Pi (Ang Lee, 2012), aunque aquí se podía ver bastante más claro cómo el potencial visual y los efectos especiales estaban al servicio de un discurso más o menos trascendental, articulado a través de reflexiones en off y de un artefacto audiovisual de alta calidad. En Noé es diferente, no encontramos esta comunión entre la voluntad de un discurso complejo y ambicioso y la épica audiovisual respaldada por las millonarias cantidades a las que se ha acostumbrado Hollywood. No existe esa comunión y no parece haber relación ni, por tanto, justificación de esta doble intencionalidad de la obra.

Creo que podríamos convenir, sin demasiada discusión y sin que se entienda en un sentido negativo -por lo menos en términos creativos-, que Noé es una película fallida. Creo que si, tras la resaca y la contrariedad inicial, somos capaces de aceptar esto, puede ser interesante reflexionar sobre el “por qué”. Quizás los motivos del fallo tengan que ver con esta falta de comunión entre épica y reflexión. A ello se le puede incluir una serie de decisiones -seguro, difíciles de tomar- narrativas legítimas, pero verdaderamente arriesgadas, como el elemento fantástico de su universo: basándose en la premisa de que el Diluvio da lugar a un nuevo mundo, al nuevo mundo que ahora conocemos, se podría convenir que el periodo prediluvial constaba de diferentes elementos, de distintas categorías biológicas o de criaturas diferentes. El acierto está en plantear esto desde el minuto uno, para que el espectador tenga claro desde el principio lo que va a ver; el desacierto, si es que lo hay, es evidente.

Además, la historia se encuentra con una serie de problemas narrativos en cuanto al desarrollo que, en parte, parece haber intentado solventarlos con el elemento fantástico. Por ejemplo, la construcción del arca; gracias a los gigantes de roca -que pueden haberlos sacado de El hobbit-, podemos aceptar la creación del arca; o las hierbas con las que Noé y su familia duermen -hacen hibernar- a los animales según van llegando. Probablemente, el verdadero problema esté desde el planteamiento inicial de la película; resulta difícil querer reflexionar sobre la búsqueda de la condición humana, de poner a prueba la doble moral del juez, y al mismo tiempo querer explicitar “el arca de Noé”. Ése es el origen de todas las problemáticas de esta cinta. Y por eso no comulgan las dos líneas discursivas -la reflexión y la épica-, porque no puedes reflexionar sobre la metáfora del arca explicitándola.

También es desconcertante las vueltas que da la película en esta búsqueda de los conceptos que “El Creador” trata de inculcar a Noé, o los secretos que Noé intenta encontrar en su interior, para que al final todo quede en un mensaje dolorosamente simplista o, por lo menos, trasmitido con una simpleza molestamente didáctica. Y esto, además, es apoyado por la propuesta formal, dándole un tono “de cuento” que nada tiene que envidiarle a las biblias infantiles de dibujos.

La Dinastía de Caín
Y por último, la película no funciona en lo narrativo porque, probablemente, la historia de Noé no sea especialmente cinematográfica. Dicho a grosso modo: no da para tanto. Es por eso que incluyan la “épica” batalla -aunque bien sembrada, todo hay que decirlo, por el prólogo que habla de las dinastías de Set y Caín- o predecibles tramas de todos los personajes secundarios, tan bien construidos que con solo verlos la primera vez, ya sabes qué función va a cumplir cada uno de ellos. Al menos eran buenos actores.

Esta cantidad de dificultades narrativas hace que, a ratos, la película sea incluso aburrida. Sobre todo a partir del Diluvio, donde asistimos a la asfixiante estancia de Noé y su familia -y el villano convertido en polizón- y su transformación moral que, siendo el tipo de producto que es, no había espacio para la incógnita.
Connelly y Crowe, célebre pareja de baile
No todo es negativo. Como hemos dicho, el adjetivo “fallida” no tiene por qué ser peyorativo aquí. Lo cierto es que la película tiene gusto y tiene personalidad. Tiene buenos actores y buenas imágenes, pero difícilmente emociona y deja la sensación de estar todo cogido con pinzas: desde la idea de enlazar la “forma Hollywood” con el discurso “independiente” hasta la narración de una historia, creo, muy poco cinematográfica, por lo menos en los términos que Aronofsky ha planteado.

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