Posted by : El día del Espectador diciembre 13, 2013

HUGO MUGNAI

Una vez que uno ha visto la nueva entrega de la forzada trilogía de "El Hobbit", es inevitable pensar en la primera entrega. Y es que La desolación de Smaug no sólo no aporta nada nuevo, no sólo no mejora, sino que su guión resulta más endeble e irregular que el de Un viaje inesperado.

Porque Peter Jackson nos lanza a la Tierra Media con una pequeña escena introductoria que confunde más que aporta, y a partir de ahí uno se encuentra de nuevo, un año después, acompañando a Bilbo y los enanos en un complicada odisea. Sin más presentaciones, el espectador que no haya visto la primera entrega no sólo tendrá el handicap habitual, sino que probablemente no entienda ni a donde vamos ni de dónde venimos. Frustrante, cuanto menos.

Y más frustrante aún cuando al terminar la película uno se da cuenta de que la película no tiene ni una mísera rama completa. Hay menos cierre que en el final de Lost, porque la mayor debilidad de La desolación de Smaug es que más que una película es una transición, un capítulo de relleno, más necesario que entretenido. Y el final, al que le cuesta llegar tanto o más que en Un viaje inesperado, deja al espectador frente a uno de los cliffhangers más evidentes y -si me permiten la expresión- cortarrollos que ha visto el cine de la última década.

Así puede sentirse algún espectador viendo La desolación de Smaug
Pero amén de un arranque abrupto y un final a machetazos, el nudo de la película tampoco destaca por su brillantez. Porque Peter Jackson se enfrenta, ésta vez con más flaquezas que aciertos, a la necesidad de engrosar y añadir tramas para sacar una trilogía de un libro que daba justa para una sola entrega. Así, la historia de los enanos en su retorno al hogar perdido gana interés, eso es cierto, pero adolece de una acuciante falta de antagonista. Si Frodo tenía su Sauron, Bilbo tiene a...¿Smaug?¿Azog? Lo cierto es que no son tan aterradores y no suponen la amenaza que quisiéramos sentir sobre el cogote de nuestro protagonista. Además, los conflictos, como sucediera en la anterior película, resultan pequeños y escalonados, como capítulos de una serie, sin el empaque de guión que cabría desear.

Por otro lado, la trama de Gandalf, separado de los enanos como sucediera en la trilogía del anillo, queda descuidada, interrumpiendo la historia interesante y desconcertando con sus continuos planteamientos sin desarrollar (haciendo incluso referencias a la trilogía original). Además, los orcos quedan descolgados, desperdigados por la película, haciendo que cada vez que aparecen uno se acuerde de que existen, pues su aportación es más bien reducida. Al igual que al resto, se los espera en la tercera; de nuevo, transición.

Y es Azog y sus orcos, con un protagonismo inexistente en el libro de Tolkien, no son los únicos personajes que quedan desdibujados o maltratados. Si bien Martin Freeman sigue encarnando con carisma a un Bilbo con algo menos de protagonismo (a pesar de tratarse de El Hobbit del título) y los enanos ganan fuerza como grupo e individualmente, los elfos -raza "estrella" de esta entrega- resultan planos y casi cariaturescos, muy alejados de los elfos que conocimos de la mano de Galadriel en La comunidad del anillo. La vuelta de Legolas (Orlando Bloom) resulta más decepcionante que familiar, pues el personaje parece muy diferente del símpatico y fiel elfo al que conocíamos. Pero probablemente el Razzie de la película deba ser para Evangeline Lilly -conocida por su papel de Kate en Lost- que interpreta a Tauriel, una especie de Arwen bastante tontorrona y completamente innecesaria.

Tauriel, un personaje tan innecesario como molesto
Sin ir más lejos, podríamos tomar como ejemplo Las dos torres para ver cómo debería ser la segunda parte de una trilogía como la que tratamos. Porque en esa ocasión Peter Jackson logró crear una historia completa interesante y completa, en la que los personajes crecían, no acercábamos al irremediable final y en la que un clímax épico como era la batalla del abismo de Helm tenía al espectador agarrado a la butaca casi tres cuartos de hora. Pero claro, En esa ocasión Jackson tenía una novela completa, una obra literaria en la que apoyarse y trabajar. Mientras que en este caso, trabaja sobre papel de fumar.

Así, sólo podemos concluir con que El hobbit: La desolación de Smaug es una decepción, que sin ser mucho peor que la primera, torna en tedio la ilusión de ésta. Porque por mucho que queramos El Hobbit sigue sin ser El señor de los anillos.

Leave a Reply

Subscribe to Posts | Subscribe to Comments

- Copyright © El Día del Espectador - Date A Live - Powered by Blogger - Designed by Johanes Djogan -