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Posted by : El día del Espectador
octubre 20, 2012
HIMAR R. AFONSO
En el contexto económico actual
hay varias realidades a tener en cuenta: la primera es que el mundo, cada vez
más, está sometiéndose al sistema financiero; la segunda, que la sociedad no lo
entiende. Lo que ha implantado el Sistema es un conjunto de plataformas
informativas que mantienen al ciudadano medio desinformado, y al ejecutor
económico desubicado.
Algo así le ocurre al
protagonista de la novela de Don DeLillo, Eric Packer, un joven prodigio de las
inversiones y un especulador nato; en la nueva película de David Cronenberg
difícilmente se percibe algo tangible en el primer nivel narrativo, en el que
Packer apuesta por la subida del Yuan chino desde su limusina al mismo tiempo
que quiere ir a cortarse el pelo pero, por distintas razones, a su objetivo le
surgen complicaciones. Más que complicaciones, contratiempos: hay
manifestaciones que cortan el tráfico, la llegada del Presidente a la ciudad,
sus encuentros con su matrimonio de conveniencia y con varias personas que
mantienen conversaciones con él en la limusina, o su revisión médica diaria, en
la que le informan de que tiene la próstata asimétrica.

Para ello toma importancia la
puesta en escena, fría e inexpresiva, mezcla del mundo contemporáneo y las
nuevas tecnologías. A ello unimos el importante trabajo de los actores, frío
también (notable Robert Pattinson y la mencionada Samantha Morton), que desdeña
esa insensibilidad generalizada entorno a la Economía, manteniendo
conversaciones importantes, reflexivas, pero sin un atisbo de emoción. Es el
personaje de Paul Giamatti (la película incrementa exponencialmente su fuerza
con su aparición) el que contrasta esa frialdad, en una larga escena de una
intensidad sobrecogedora. Benno Levin (Giamatti) sería la antítesis de Packer,
el ciudadano medio, abandonado, fracasado. El final es emocionante, fuerte;
pero más allá de eso, la atención se debe plasmar en un conjunto que pueda
evocar a las distintas particularidades del filme, porque Cosmopolis es
dialéctica pero no literal, como los últimos trabajos de Cronenberg donde
dejaba a un lado la ciencia-ficción y la metamorfosis carnal de Scanners
(1981), Videodrome ((1982) o eXistenZ (1999); en esta película el
protagonista es un espectador consciente que, de repente, busca su propio
cometido existencial, pero sin dejar de mirar a su alrededor con la frialdad
del espectador despreocupado, interesado por ambas partes de la verdad, si es
que solo hay dos.
¿Qué es, pues, Cosmopolis?
En primer lugar, la película de Cronenberg más abstracta y profunda y,
probablemente, más importante de lo que pensamos al salir del cine. Es una
película que requeriría de varios visionados más, a parte de la posterior
reflexión personal que se haga de ella. No puede negarse que es complicada,
incluso molesta en ocasiones, pero el resultado global es sorprendente, la
interacción entre lo abstracto del planteamiento y lo explícito de los diálogos
desemboca en un híbrido imponente y, en celebrados momentos puntuales,
sobrecogedor.