Archive for diciembre 2012

Los Miserables: o como mi ciega mente no me deja ver más allá de Tarantino.

By : El día del Espectador


NÉSTOR SÁNCHEZ

Es muy difícil escribir una artículo, como éste, para mi. Mi mente, perturbada con sangre y saltos narrativos, me impide apreciar y ver con claridad películas que se acercan a un estilo clásico o que simplemente se alejen de mis gustos. Me llevan por caminos que yo no quiero ir, me hacen decir cosas que yo no quiero decir, como que “Los Miserables es y será una película sobrevalorada”. ¡Dios mío!, pero que he escrito, lo juro que no he sido yo, es mi mente, yo de corazón se que es buena. El estilo del director me gusta, se aleja de lo convencional, es decir, se acerca a mi mente, entonces, ¿por qué no me ha gustado?


Es una difícil pregunta, que no requiere explicación alguna, porque no lo se, llámalo “X”. Mi corazón, mi pasión, me proporcionaba muchas ganas de verla. El trailer me ofrecía imágenes épicas, que serían recordadas, canciones que me ponían los pelos de punta, pero al ver el film no paso nada de eso. Mi mente no paraba decirme: “menos mal que está en color, que si no…” o “por lo menos hay saltos temporales…” el film no llegó a tocar mi corazón, para ello hay que a travesar mi cabeza.

Vi dos horas y cuarenta minutos de insulsa y aburrida historia de un hombre que robó una barra de pan (no tengo nada en contra de la narración por cosas más pequeñas se han iniciado las más grandes epopeyas). No voy hablar de los personajes, ni de la historia ni nada que tenga que ver con lo narrativo, ya que ello me induciría a un error, al no haber leído la obra. Me voy a centrar en el apartado técnico, en lo meramente audiovisual.

El estilo del director, como he dicho, es peculiar. No estamos acostumbrados a ver planos aberrantes, o que nuestra mirada se dirija a otro lugar, que no sea el centro de la pantalla. Pero este estilo tiene un inconveniente, no sirve para musicales. Supo usarlo con una belleza majestuosas, en su anterior película, pero no en ésta. Mi pasión habla sobre la preciosidad de estos, pero mi razón se niega a verla. El principio básico de toda obra musical, en teatro, es el plano fijo (todo depende donde estés sentado). El cine va más allá, te ofrece distintos planos y Tom no ha sabido sacarle el máximo provecho posible a sus decorados. No se ha atrevido a mostrar a la Francia del Siglo XIX. Es una película llena de primeros planos de gente llorando y cantando a cámara. Te obliga llorar tu también, aprovecha la debilidad humana de la empatía para atacar al espectador, pero a mi no me funcionó, mi mente tiene un cortina de vísceras delante, no se emociona con cuatro lágrimas.

Otro de los fallos es su extensa duración, un musical o cualquier otra película no cantada puede durar eso y más, pero Tom no sabe como mantener el ritmo. Comienza con una impactante escena de un barco siendo arrastrado, pero a partir de ello pierde gas. No consigue retomar el vuelo y se queda dos horas de aterrizaje forzoso. Otro elemento relacionado, y no tan malo, casi gracioso, es que cantan por todo, hasta cuando alguien se tira un pedo. A mi no me molesta, me gusta, pero no está bien usado. Perdón ese era mi corazón, en verdad no me gusta (mi mente es poderosa).

No todo es malo en la película (ahora sí que es mi mente) el casting es esplendido, las actuaciones dignas de un Oscar. Lo que nos lleva a pensar, que si no fuera por los actores esta película seria mala, ya que el director no ha sabido, y no creo que nunca lo consiga, captar la esencia de la puesta en escena. Se centra demasiado en los actores.

No quiero acabar sin (CUIDADO SPOLERS) comentar la vergonzante muerte y suicidio del personaje de Rusell Crow. En uno de los momentos más emotivos y donde el personaje ha perdido su fe en la vida, donde no distingue el bien del mal. Te cortan la emoción con una caída, que bien merece estar en cualquier video de Youtube con el nombre de “epic fail”.

Se que me quedo corto, que no he podido escribir más “críticas vacías”, ya que mis “frágiles argumentos” que Tarantino me ha dado, no sirven de nada. Hasta aquí, mi tarantiniana (si esa palabra existe) opinión del film. Con ello no quiero decir que sea la definitiva, ni la que tengáis que hacer caso. Es más, no creo que halla entendido, o saboreado, en profundidad lo que el film transmite. La tendré que volver a ver, y esta vez, dejando a la razón en casa. Bueno mejor no, es gracias a ella, que he podido descubrir mi pasión por el cine y por las cosas raras que me gustan ver. En un acto de rebelión, sobre la barricada más grande, ondeando una bandera grito: “¡Viva la libertad, viva mi mente!”

P.D.:
Rompe Ralph mola más. En este caso, es mi infantil y friki mente, la que os la recomienda.

"LOS MISERABLES" (2012), LA ETERNIDAD DE UNA HISTORIA

By : El día del Espectador

HIMAR R. AFONSO



No he leído aún la obra de Victor Hugo, aunque siempre escuché que el musical no reflejaba exactamente el espíritu del libro. Lo que sí puedo decir es que la película es una adaptación fotográfica del musical. Esto trae consigo una serie de implicaciones que dotan de algunas novedades a la estructura narrativa del musical clásico de Hollywood, empezando por el vehículo narrativo, los diálogos: en Los miserables (Les Misérables, 2012), de Tom Hooper, prácticamente no hay diálogo, casi todo es cantado.

Esta decisión (porque se trata de eso, de decidir hasta qué punto se va a adaptar al cine un musical de teatro) supone el segundo riesgo de la película; el primero es, directamente, apostar por el género musical en una época en la que el arte está desquiciado de las “grandes obras”, el postmodernismo se burla de los viejos valores y la crisis económica y social se trasluce en medios como el cine a través de “tendencias del desencanto”, interesantes obras con discursos irónicos o de denuncia. El lugar que ocupa Los miserables es, aunque no quiera, el de esa amalgama de grandes producciones cuyo objetivo industrial (industrial) va encaminado a difundir una serie de mensajes de esperanza por parte de infraestructuras políticas concretas en tiempos de decadencia social (las cansinas pero innegables teorías conspiratorias). Más allá de esta función industrial de la que creo no es responsable la propia película, parece que la cinta de Hooper no ha fracasado, ni mucho menos, en esas decisiones que fue tomando, pues la taquilla está siendo realmente buena y pocas películas pueden presumir de levantar a los espectadores de sus asientos y romper en aplausos. Pocos pueden decir eso.

Y pensar en la obra como un ejercicio de intelectualidad en cuanto a recursos estilísticos (no se me ocurren otros) no solo supone un piropo para ese gran elenco de espectadores que está pagando en el cine, sino una incoherencia importante si observamos la cantidad de números musicales y explosiones interpretativas por parte, esta vez sí, de todos los personajes de la película, que no son pocos. Lo cierto es que la estética feísta que practica Tom Hooper le convierte en el director idóneo para esta nueva elaboración del musical cinematográfico, a través de una historia como Los miserables, fácil de descontextualizar para servir de narración contemporánea de cualquier época de la Historia. Totalmente encajada en nuestro momento y con una propuesta formal diferenciada, solo me queda rendirme ante su majestuosidad, dejo las críticas vacías para mi querido colega Néstor Sánchez, quien sin duda destripará la película con todos los frágiles argumentos que su tarantiniana imaginación le proporcione.

En cuanto a la película, lo más destacable con diferencia es el trabajo de los actores. Salvo Russell Crowe, el más grande monstruo interpretativo de nuestra época y de quien no se esperaba menos en su encarnación de Javert, muchas expectativas se habían puesto en el resto de actores y actrices, por ser debutantes en obras dramáticas más cercanas al teatro (en cuanto a interpretación) que al cine sensacionalista al que nos tenían acostumbrados. Destacable por encima de todos, parece poco discutible que está Hugh Jackman, no tanto por su voz, que también, como por su papel protagonista y sus soberbios monólogos. Evidentemente, una gran sorpresa ha sido Anne Hathaway, cuyo número de I dreamed a dream sea, probablemente, el más emocionante y más íntimo de la película; papeles sorprendentes también los de Eddi Redmayne, Samantha Barks y Aaron Tveit, siendo, quizás, el de Amanda Seyfried el único que plantea alguna pega, quizás por su extremada pureza y perfección; pero no deja de realizar un trabajo formidable y no deja de ser una actriz perfectamente bien elegida para el personaje.

En la línea estética, es necesario hablar de Hooper como el máximo responsable del universo de Los miserables, donde ha recurrido como en su exitosa El discurso del Rey (The King´s Speech, 2010) o su impresionante mini-serie John Adams (2008), a los planos imperfectos, los saltos de eje y los primerísimos primeros planos para intimar con los personajes. Es en estos recursos de puesta en escena en los que se aleja del musical clásico, pasando en varias ocasiones de los números musicales grandilocuentes a los intimistas de Jackman o la citada Hathaway. Y el hecho de que el 95% del filme sea cantado supone que cualquier tipo de diálogo es otra canción, y esto permite alejarse definitivamente de conceptos sobre el realismo más o menos convenidos.

A parte de esto, la música que compusiera Claude-Michel Schönberg y la letra de Alain Boublil y Jean-Marc Natel conforma el auténtico ADN tanto del musical como de la película, y constituye el eje de unión entre ambos universos, permitiendo establecerse entre los signos identitarios de una y otra manifestaciones artísticas. Ante las evidentes limitaciones que tiene el teatro frente al cine, su puesta en escena no deja de ser espectacular y su condición de espacio físico único le permite adquirir un espíritu dramático desprovisto de cadenas realistas, algo de lo que el cine, en su concepción ontológica, se ve atado y preso sin opción alguna. La fábula que se genera en torno al musical de teatro le otorga ese signo distintivo (además de contar con cantantes profesionales); y por su parte, el cine se ve incapaz de lograr esa “magia del directo”, esa fábula clásica basada en el imaginario del teatro como arte espacial, pero le permite otras muchas posibilidades diferenciadoras, empezando por la extensión espacio-temporal y los límites traspasables de los efectos visuales. Y aún así, la maestría de Hooper y de la obra está en su apuesta por la teatralidad, precisamente. A pesar de la puesta en escena ambientada en la Francia postrrevolucionaria, no deja de percibirse tanto en los actores (que cantan en directo, por primera vez) como en los escenarios, cierta vocación teatral en cuanto a la narración.

Y en esta base teatral que se construye, a través de monólogos musicales cuasi-shakespearianos (que, representados en cine, evocan a los ideales de la dramaturgia), los principales protagonistas adquieren una profundidad realmente emotiva, empezando por Jean Valjean y su tragedia simbólica en cuanto a “la voz del pueblo”, sus fantasmas del pasado y la carga imperdonable de la que su propia alma le responsabiliza; Javert como el villano perfecto, cuya diversidad de dimensiones le convierte en uno de los más interesantes que puedan verse, dadas sus convicciones y su conflicto interno, algo que solo la mirada de Crowe podía expresar.


Sin olvidar la propia historia y la épica que tanto tedio parece producir según en qué momentos, Los miserables no solo es un trabajo impecable, es, a mi juicio, una de las mejores películas del año. Tras los grandes estrenos esperados para 2012 desde Hollywood El caballero oscuro. La leyenda renace (The Dark Knight Rises, C. Nolan), Prometheus (R. Scott) y El hobbit: un viaje inesperado (The Hobbit: An Unexpected Journey, P. Jackson), creo que la gran sorpresa la ha dado Tom Hooper y “sus miserables”.

"En compañía de lobos": Un cuento perverso

By : El día del Espectador

ÁLVARO TEJERO

Los década de los 80 del siglo pasado es considerada como una de las más pobres de la historia del cine, la consolidación del cine vacío y de espectáculo que domina Hollywood en la actualidad. Spielberg, Zemeckis o Lucas como destructores del buen cine para muchos intelectuales. Pero también es la época en que la fantasía vivió su apogeo con una gran cantidad de obras que se instalaron en nuestro imaginario: Willow, La princesa prometida, Lady Halcón, Legend o La historia interminable.

En ese ambiente surgió un director y guionista irlandés que con el paso del tiempo se ha convertido en uno de los mejores cineastas vivos y que espero el tiempo ponga en el lugar que se merece. Se trata de Neil Jordan, dueño de ese cine tan turbador y sensible, lleno de ambigüedad y claroscuros.

Había debutado en 1982 con Danny Boy a la vez que ayudaba a convertir Excalibur en una de las obras de mayor poder visual que se han hecho. Y ya en 1984 se atrevió con la arriesgada tarea de llevar a la pantalla una reinterpretación moderna de Caperucita Roja. Una labor completada con éxito que le abrió las puertas de USA a la vez que le convirtió en un director maldito.
El resultado fue En compañía de lobos, la mejor y más pura adaptación de un cuento que se ha realizado. Entendiendo lo que significa los cuentos clásicos, huyendo de la lectura auspiciada por Disney y la cultura occidental durante el último siglo; recordando el carácter gótico, moralista, oscuro y adulto que les rodeaba. Y por supuesto todo lo contrario a la última versión de Caperucita Roja perpetrada por Catherine Hardwicke, esa visión hipervitaminada, videoclipera y con erotismo de parvulario.

Neil Jordan y Ángela Carter (co-guionista y autora del relato en que se basa la película) comprenden la esencia del cuento de Perrault y lo adaptan a los nuevos tiempos. Caperucita sigue siendo una historia sobre el despertar sexual, sobre el paso de la niñez a la pubertad, de entrada en lo desconocido, a la vez que un aviso de los peligros de salirse de la seguridad del camino marcado.

Pero Jordan y Carter añaden un feminismo latente a lo largo de todo el metraje, una fascinación por lo diferente, la necesidad y los peligros de desviarse del camino y una dura visión sobre el ser humano, más cerca de lo animal de lo que podríamos pensar; escogiendo al licántropo como símbolo.

El hombre lobo como eslabón que une lo animal con lo humano, el salvajismo y la civilización en el mismo cuerpo. Maldito y perseguido para siempre, obligado a vivir entre el cielo y el infierno.

Sarah Patterson
Y como compañera  final del licántropo aparece la Caperucita protagonista del cuento. Interpretada a la perfección por la angelical y provocadora Sarah Patterson, capaz de convertir a todos los hombres en lobos hambrientos deseosos del trofeo que se esconde tras el pecado. Representación de la virginidad y el despertar sexual, excitadora en su curiosidad y atrevida en su timidez.

La cinta está llena de símbolos y momentos de abstracción que darían para toda una lección de psicoanálisis (la capa roja, la rosa, el cuchillo) que no me corresponden, y que en todo caso serían más propicios para el experto en simbolismo del blog, Himar Reyes.

Si por algo destaca En compañía de lobos es por su apartado estético. Jordan consigue como siempre una atmósfera inquietante a través de los elementos básicos de la puesta en escena (decorados, vestuario, maquillaje o fotografía) y unos impresionantes efectos especiales para la época (si bien ahora se han quedado un tanto atrasados) que consiguen crear una estética de cuento propia de las ilustraciones que los decoraban. Escenarios acartonados, fondos pintados, barroquismo visual,  interpretaciones ingenuas, banda sonora sencilla pero mágica y una impresionante labor de fotografía de Bryan Loftus hacen el resto: un cuento puro y oscuro.

Es una película salvaje, animal, llena de momentos perturbadores y sensuales que provocan no saber si se trata de realidad o fantasía, si nosotros estamos soñando o son los personajes. Llena de momentos oníricos que transcienden el propio cuento e impregnan la narración.  Jordan refuerza estas sensaciones mediante un malabarismo narrativo que resuelve con maestría: construye tres niveles narrativos (realidad, sueño y cuentos dentro del segundo) que se mezclan a la perfección simplemente a través de elementos visuales, sin necesidad de transiciones.

Una película hipnótica y olvidada en la que destaca a parte de la protagonista la encantadora abuelita interpretada por Angela Lansbury y que demuestra el poder de la artesanía frente a lo digital. No es perfecta pero de gran influencia posterior (el Drácula de Coppola no existiría sin ella), reutilizada posteriormente por Jordan para realizar posiblemente su obra maestra absoluta: Entrevista con el vampiro.

Y que por último ofrece una doble interpretación final si cabe más problemática con esa adolescente que llora sus pesadillas en la cama: bien por todo lo que su cuerpo y mente están experimentando o por haber sido forzada la noche anterior por algún lobo humano.


LA MEJOR PELÍCULA EXISTENCIALISTA EN AÑOS:¡ROMPE RALPH!

By : El día del Espectador

DIEGO REAL

Ni voy a explicar la película, ni voy a destriparla, más bien voy a masturbarme ante ¡Rompe Ralph! y es que en una época en que entre los entendidos está de moda desprestigiar a Disney (sí, esos genios que han cimentando nuestra cultura, qué coño, nuestras vidas), hay que darle al César lo que es del César.

Hype y más hype es lo que rodeaba a la película que nos concierne.  Tenía tremendas ganas de ver como unos magos del cine hacían su particular homenaje al mundo de los videojuegos y es que las noticias, imágenes y vídeos que aparecían no dejaban de aumentar mi curiosidad y mi erección ante lo que parecía el Toy Story de los videojuegos, ¿lo es? Un rotundo SÍ.

¿Qué es ¡Rompe Ralph!? Es una película existencialista que toca un complejo tema: el equilibrio del bien y el mal y como el hecho de que el uno no existiría sin el otro, es más; cuanto peor sea ese mal, mejor será el bien. Mejor dicho, cuanto mejor sea ese mal, pero será ese bien, un tema complejísimo que puede recordar a esa naturaleza del monstruo que ya se trato en esa obra maestra que es Pesadilla antes de navidad. Pero hay que desentrañar aún más la filosofía que contiene. Al estar previamente programados, sus mundos y ellos mismos están predeterminados, no son libres y son autoconscientes de ello. Su libertad está limitada según hayan sido creados y, ¿se puede ser feliz así? Ralph intenta replantear su naturaleza, la existencia del personaje del videojuego y la del ser humano en general.

Como he apuntado, técnicamente es brutal. En una de las secuencias iniciales, la del shooter,  se muestra todo un portento visual que te deja pegado a la silla y que parezca que un clímax que parece del mejor de los finales, te lo planten al principio (el ritmo hace el resto) Un delirio visual para disfrutar en 3D y bajo los efectos del LSD a poder ser. Del shooter saltamos a los coloristas y bizarros videojuegos japos, esta vez bajo el título de carreras Sugar Rush. En este lugar se desarrolla la historia sentimental entre dos outsiders, el villano protagonista y una niña que es un glitch. ¡Un fallo! Una referencia más elevada y adulta, como la relación paternal de ellos, impecablemente narrada.

 En esta parte de la película viene el único pero. Si durante el resto del metraje el director (Rich Moore) muestra su amor por los videojuegos ofreciendo un guiño tras otro a todo tipo de juegos, en esta parte las referencias geeks dan paso a referencias pop (los guardias reales, la cueva o los perros son muestra de ello). Pero todos los fallos se olvidan gracias a todo lo demás, mención a parte a Félix, el supuesto antagonista de Ralph (le han programado para ser el héroe, lo que no significa que sea enemigo de Ralph, al contrario es lo que le hace ser lo que es). Félix proporciona los momentos más geniales del film, siendo uno de los mejores secundarios que he visto en los últimos años.

Lo dicho, no he visto El Hobbit, ni Los Miserables, pero ¡Rompe Ralph! debe ser la película de las navidades, una obra de amor al cine y a los videojuegos.

PD: No os perdáis el corto que antecede a la película, Paperman, ya que es cine en mayúsculas y en estado puro.

Por cierto: ¡AQUÍ TENÉIS EL FIX-IT FELIX!




OLIVIA MUNN: perdón por mis prejuicios

By : El día del Espectador

ÁLVARO TEJERO

The Newsroom es la mejor serie de este 2012. Junto a Mad Men y Boardwalk Empire conforman el podio de mejores series de la actualidad, muy por encima de las famosas Juego de Tronos o The Walking dead y ya no digamos de Homeland o Dexter.


Pero este post no es para alabar las virtudes de la serie creada por Sorkin (ya le dedicaremos un artículo en otro momento) ni para quejarme de las siempre injustas nominaciones a los Emmy. Es para hablar de la señorita Olivia Munn y expiar públicamente mis pecados (televisivos por supuesto).

Ya sabemos lo dañinos que son los prejuicios en cualquier ámbito de la vida y que diferente es la realidad en muchas ocasiones. Uno de los que más me avergüenzo de haber tenido en los últimos meses concierne a Munn. Y si necesito sacarlo a la luz no es por motivos morales, sino porque me he tenido que comer mis palabras y Olivia Munn se ha convertido en mi personaje favorito de The Newsroom, demostrando que es una extraordinaria actriz.

¿Pero quién es Olivia Munn? Olivia Munn es una actriz, escritora, presentadora y modelo estadounidense de 32 años cuya carrera está empezando a despegar a la vez que adquiere respeto por su gran labor en The Newsroom.  En USA ya era una personalidad televisiva pero en el resto del mundo únicamente la conocían unos pocos, en su mayoría hombres.

Cuando oí el nombre de Olivia Munn entre los protagonistas de la nueva serie de HBO puse cara de asombro. Pensé que Sorkin se había vendido para lograr audiencia y notoriedad, que formaba parte de una estrategia comercial de la cadena. Me alegraba de que el cuerpo de Munn se paseara por la serie pero no entendía que hacía allí una protagonista de portadas de revistas como FHM o Maxim y habitual de páginas web como Egotastic o Popoholic. No cuadraba con Sorkin. Estúpido razonamiento, sí.


Pero todo cambio desde la primera aparición de Munn en la serie como la analista económica Sloan Sabbith. Al principio en pequeñas píldoras y posteriormente como personaje relevante, pero siempre dejándome con ganas de más. Podríamos decir que es muy fácil destacar con los personajes que crea Aaron Sorkin, pero después hay que darles vida y aguantar el tipo y el ritmo al lado de monstruos como Jeff Daniels, Emily Mortimer o Sam Waterston en escenas de tal intensidad.


Ha conseguido evolucionar junto a su personaje y encontrar su lugar en la redacción de The Newsroom, superar tanto en la realidad como en la ficción los estúpidos prejuicios de espectadores y compañeros. Claro que está buena, lo acepta y hasta permite bromas en la serie sobre su pasado, su estereotipo (con el personaje de Dev Patel) y su culo.

Hasta tal punto llega su talento que ha conseguido que me enamore de Sloan Sabbith: de sus cambios de humor repentino, de su inteligencia, de su honestidad y de su lucha por hacer la economía entendible; de sus cagadas, su determinación y naturalidad  y de su idealismo desenfrenado. Capaz de protagonizar uno de los mejores momentos de la temporada y hacerme considerar mi abandono de la serie si ella llega a dejar la redacción de The Newsroom como se plantea en el último capítulo.


Afortunadamente, la bella Olivia Munn seguirá en el programa de noticias ideal en su segunda temporada mientras su carrera sigue avanzando. Aprovechando su mezcla de culturas y sangres (la japonesa la utiliza en The Newsroom) y haciendo gala de su simpatía a la vez que demuestra su extraordinaria dicción.

Saltó a la fama presentando durante cuatro años el contenedor televisivo sobre entretenimiento digital Attack of the show!  y con algunas actuaciones llamativas en el Comic-Con (atención a sus fotos como princesa Leia), comenzó a participar en diversos programas, tuvo pequeñas apariciones en comedias y series de tv (Perfect Couples fue su primer fracaso) hasta llamar la atención coprotagonizando la comedia The Babymakers y mostrar sus encantos en el Magic Mike de Steven Soderbergh.

Actualmente podemos disfrutar de ella en New Girl y The Newsroom. Pero después de todas estas líneas no olvidemos algo esencial de Olivia Munn: ¡Joder! está tremenda.




PETER JACKSON, LA PELÍCULA. Capítulo 5: el sueño de King Kong

By : El día del Espectador
HIMAR R. AFONSO




Una semana después del estreno del año, El hobbit, terminamos nuestro particular homenaje a Peter Jackson con King Kong (2005) pues, como dijo Nestor Sánchez en el primer capítulo, varias veces ha dicho el director de El señor de los anillos que la película original de 1933, de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, fue la que le hizo soñar con dirigir sus propios filmes.

Así, el director neozelandés, tras consagrarse con la trilogía del anillo, decidió homenajear al gran gorila y realizar no un remake exactamente, sino una reinterpretación de la aventura de su infancia. Porque King Kong no puede rehacerse, ni mejorarse, y eso lo sabía Peter Jackson, simplemente volvió a contar la historia a nuevas generaciones que no podrían sobrecogerse con la maqueta del gorila de 1933 y que quizás lo disfrutarían con los efectos especiales del siglo XXI. Suficiente tiempo había pasado desde la última película que se hizo sobre el rey gorila como para permitirse el lujo de darle vida una vez más.

Cabe pues, analizar de forma comparativa la obra que iluminó a Jackson con la suya propia, cerrando su deuda particular como cineasta. Es imposible, en mi opinión, superar de modo alguno la película de Cooper y Schoedsack, pues ni de lejos la de Jackson ha tenido la repercusión que tuvo en 1933, y tampoco puede competir con el encanto nostálgico que desprende hoy ese gorila de ojos saltones, articulado y en blanco y negro. Pero lo cierto es que Peter Jackson logra darle un nuevo carácter tanto al animal como al resto de personajes, si bien a veces parece no tener claro su propia propuesta. Realmente, a la película le falta tener línea a seguir en cuanto a planteamiento; mientras que una de las mayores virtudes de El señor de los anillos es su clara y firme propuesta por realizar un cine de aventuras que se toma en serio el género, King Kong pierde fuerza en demasiados momentos, tanto en la aventura en sí, como en elementos concretos como la nueva tribu, más cercana a los Huruk Hai que a los seres humanos; todo el prólogo en su doble pretensión de conocer a los personajes y contextualizarlos en la Gran Depresión antes de emprender la aventura, y retrasar todo lo posible la esperada aparición del gorila; y, por encima de todo, la duración de la cinta: más que excesiva.

Este último punto hay que recalcarlo, pues la extensa duración genera una inercia que se traduce en “exceso constante” a todos los niveles: mientras que la película de 1933 comienza con los personajes ya en el barco de camino a esa isla misteriosa, Peter Jackson nos “regala” una hora de metraje antes de empezar la aventura, una hora que, además, no aporta gran cosa ni a nivel narrativo ni a nivel emocional, salvo descubrir sin necesidad de demasiado ingenio y sin necesidad de haber visto la obra original, que Jack Black no es el verdadero protagonista. También hay un exceso importante en las escenas de acción y en los límites que la película decide cruzar, como el salto de pértiga supraolímpico de los indígenas o el tiroteo en lianas de los tripulantes del barco, de los cuales alguno jamás había tocado una Thompson. Impresionantes escenas como la icónica pelea de Kong y el T-Rex (en plural aquí) o la persecución de los velociraptors y los diplodocus, resultan demasiado largas también. Todo esto convierte a menudo la película en una devastadora montaña rusa que te deja exhausto, y perjudica bastante al tercer acto, el que se desarrolla en Nueva York, pues es otra hora de película en la que vuelve a haber más acción y más acción, y el espectador quizás ya está cansado.

No obstante, a pesar de todos sus excesos (algo en lo que Jackson ha caído más de una vez), la película tiene muchas virtudes, empezando por la renovación de la empatía con el gorila. Consigue adaptar a nuestro tiempo el personaje de King Kong para conectar con el espectador contemporáneo (incontestables los movimientos de Serkin, como siempre), mejorando con creces la dramática caída final desde el Empire State, mucho más trágica y, evidentemente, más lograda. Además, coloca ese antiguo proverbio árabe en el momento que considera oportuno y respeta la potente banda sonora original a pesar de los arreglos del gran James Newton Howard.



El resultado es bueno, una película muy entretenida y bien realizada. Evidentemente, después de El señor de los anillos, nadie esperaba algo especial de esta película, y no lo es, salvo por el hecho de que tenga tanto significado para Peter Jackson. Desde luego, es otra prueba más de lo capacitado que está este director para realizar grandes aventuras fantásticas, siendo un referente en este tipo de superproducciones con otros directores como James Cameron, Ridley Scott, Christopher Nolan o Steven Spielberg, quien le pasará el relevo para la próxima aventura de Tintín.

Para terminar, personalmente le doy una buena nota a El hobbit, algo irregular, pero una aventura en toda regla, como el gorila de Hollywood. ¡Larga vida a King Kong!

El molino y la cruz: Bruegel, el molinero y Lech Majewski

By : El día del Espectador

MARCO BARADA

            Para quien no lo sepa, Lech Majewski empezó como poeta y pintor y más tarde se sintió atraído por la imagen en movimiento. La poesía y la pintura son dos artes que, combinadas, pueden dar lugar a obras trascendentales. Y si además se combinan con éxito con el cine, se obtiene arte en estado puro. Hablamos de El molino y la cruz, la adaptación al cine del ensayo homónimo de Michael Francis Gibson. Nos encontramos ante la versión en movimiento del cuadro de Pieter Bruegel Camino al calvario (1564) en el que se basa el ensayo de Gibson. Sin embargo, es importante tener en cuenta que la película no es narrativa en un sentido convencional, si no que transmite una serie de ideas: habla de cosas pero no cuenta.

Para entender la película, primero hay que entender el cuadro. Bruegel traslada la Pasión de Cristo al Flandes bajo la dominación española en el siglo XVI: los soldados romanos son ahora soldados españoles y los crucificados son protestantes considerados herejes. A partir de esta premisa, Majewski muestra, como si de un estudio sociológico se tratara, la vida de algunos de los mas de quinientos personajes que pueblan el cuadro. La película empieza al amanecer y termina al anochecer. A lo largo de ese día vamos viendo como es la vida de los ricos, sin quehaceres y pudiendo dedicarse a la contemplación. Pero sobre todo se ve la vida de los pobres, todo el día trabajando y sujetos a las injusticias de la vida. Y sin embargo, a pesar de las diferencias sociales, hay algo que no cambia: los niños, no importa de que clase social sean, siempre están riendo y jugando, para ellos no existen las ataduras de la vida adulta. Sin embargo, por encima de estos personajes escogidos hay tres que sobresalen: Pieter Bruegel, su amigo Nicholas Jonghelinck y el molinero.


            Bruegel no sale en el cuadro, pero no se le podía dejar fuera de la película. Interpetado por Rutger Hauer, el pintor sirve como una lupa a través de la cual se estudia el cuadro. Bruegel explica aspectos de la pintura, como la organización de los elementos en el lienzo (como una telaraña) o qué significado yace bajo cada elemento. Su personaje señala aspectos del cuadro y explica el porqué de trasladar el calvario de Cristo al presente. Su amigo Nicholas Jonghelinck (Michael York), indignado por la brutalidad y las injusticias de los españoles, incita indirectamente a Bruegel a hacerlo. Él es su mecenas y sirve como canalizador de la crítica política del filme. Su personaje presencia la brutalidad de los españoles y al ser un hombre instruido es, junto al pintor, la única oposición al régimen con cierto poder. 

En contraposición a Jonghelinck está el molinero, quien juega el papel poético de la película. Desde las alturas es capaz de verlo todo y él es quien proporciona el pan al pueblo. Majewski muestra una gran sensibilidad respecto a la figura del molinero, representante a la vez de la de dios y del pintor. La película empieza con una secuencia impresionante de las entrañas del molino en la que se muestra como es su funcionamiento: ruedas dentadas, ejes, muelas… El molino es muy complejo, pero el molinero lo entiende a la perfección, igual que dios entiende el mundo. El plano en el que pone su mano sobre la gran rueda dentada, sintiendo su obra y satisfecho por su funcionamiento, contiene una enorme carga poética y demuestra un gran amor por su obra. El molinero es omnisciente gracias a su posición elevada. Casi desde las nubes observa en silencio la vida de las personas. Fue Bruegel quien hizo del molinero la encarnación de dios en el cuadro, pero es Majewski quien convierte al pintor en el molinero de la realidad del cuadro. Bruegel, en calidad de pintor, tiene el poder de detener el tiempo, congelando a todos los personajes para pasear entre ellos. No hay que olvidar que en última instancia, todo lo que pasa en el cuadro (y por tanto en la película) sale de su mente, por tanto él es todopoderoso sobre su creación. Y para parar el tiempo le hace un gesto al molinero, quien detiene las aspas del molino deteniendo efectivamente el tiempo.

            Toda esta parte poética no sería posible sin la parte visual de El molino y la cruz. Realmente estamos ante un cuadro de Bruegel ya que Majewski consigue las mismas texturas, la misma luz y las mismas composiciones pero con elementos vivos. Estamos ante un juego con la realidad para asemejarla a la pintura. El propio Majewski habla de un “tapiz digital” en el que se pintó durante tres años para conseguir el resultado final. El juego de luces a lo largo del día que dura la película es impresionante aunque le falta verosimilitud en el momento álgido (la crucifixión). Estéticamente la película es impresionante y la fotografía es fascinante. Tiene mayor mérito cuando se representan imágenes ajenas al cuadro, como los hijos de Bruegel o el interior de las casas, aunque se nota con demasiada evidencia cuando hay un tratamiento digital y cuando no.

Camino al calvario (1564)
            La única conclusión posible para este artículo sería una invitación a ir al cine a disfrutar de esta maravilla visual y disfrutar de la pedagogía que contiene. Hay que tener en cuenta que no es una película para todo el mundo pero si se aprecia el arte no decepciona. El molino y la cruz es una joya de la pintura y una declaración de amor hacia Brueghel.

NOTA: 8

EL HOBBIT, EL INICIO DE UN VIAJE MÁS QUE ESPERADO: Peter Jackson vs. Tolkien y las expectativas.

By : El día del Espectador

 HUGO MUGNAI

Un anillo inalcanzable
El Hobbit: Un viaje inesperado se nos presenta como una película más que esperada desde su anuncio y que llegó a parecer imposible en ciertos momentos de la preproducción (especialmente con los problemas planteados durante la presencia de Guillermo del Toro como director). Se trata de la primera de una trilogía capitaneada de nuevo por el incombustible Peter Jackson, que se termina perfilando como el director con el perfil ideal para hacer de El Hobbit una gran trilogía, tanto por sus cualidades como director como por su garantía como creador de la Trilogía del anillo.

Y uno de los principales problemas con los que se enfrentan Jackson y el equipo de guión es ese mismo, luchar contra el precedente, enfrentarse a la referencia previa que ellos mismos crearon, que no es sino el hito de la trilogía El Señor de los Anillos. Se enfrentan a su propia creación y a hordas de fans, con el abismo del fracaso (tomando por ejemplo como referente a Star Wars y el aguillotinamiento de Lucas por sus propios fans). Y lo cierto es que consiguen realizar un gran trabajo, que convence y gusta, aunque no llegue a alcanzar en ningún momento el nivel narrativo de las películas previas.

Aunque cabe destacar que la tarea era muy difícil si no imposible, debido a varios hechos; el primero, una cuestión de duraciones. Jackson tiene que conseguir realizar tres películas sobre un libro de una trescientas páginas, mientras que la Trilogía del Anillo era la adaptación de tres tomos considerablemente mayores, que incluso deberían ser considerados como seis libros, debido a que cada tomo está dividido en dos novelas por el propio Tolkien. Eso constriñe seriamente las posibilidades de la narración principal.


Tolkien no lo pone fácil
Y el segundo punto es el hecho de que la novela El Hobbit es una novela mucho más descafeinada que la trilogía de Tolkien, con un tono bastante más infantil, y que siendo una gran novela carece de ese punto de interés, de ese objetivo y ese antagonismo que contenían La Comunidad del anillo, Las dos Torres y El retorno del Rey, haciendo de la expectativa un listón infranqueable.

Es ese efecto light del libro lo que hace de la película lo que es, una gran cinta de aventuras y fantasía en la Tierra Media que sólo dejará de serlo si se la compara con su precedente. Y es que ya de primera mano, el protagonista de El Hobbit: Un viaje insperado, Bilbo Bolsón, no tiene el mismo carisma que su sobrino Frodo, lo cual hace que el interés sea menor. No es esta una consecuencia de la novela, ya que el personaje de Bilbo en ésta si es una de sus principales bazas, sino que es una cuestión de adaptación, una adaptación en la que el personaje gana fuerza y profundidad a partir de la segunda mitad (como toda la película en general).

Tal vez uno de los mayores aciertos de Jackson sea la referencia a La Comunidad del Anillo con la escena inicial de Frodo y un maduro Bilbo, que hace comenzar la proyección con una sensación de familiaridad y recuerdos en el espectador muy acertada. No es el único caso de referencia durante el metraje, ya que éste está plagado de otras menores (que omitiré por evitar Spoilers) que buscan (y logran) la complicidad de su espectador más fiel.

Por otro lado, el grupo de enanos protagonista colectivo del film es otro gran acierto de guión, pues está compuesto de tal manera que el hecho de que sean trece no impide al espectador entenderlos como entidad en ningún momento, sabiendo también discernirlos sin problemas a pesar de que no haya una aburrida presentación explícita en el planteamiento. Y es curiosamente (o no tanto) Gandalf el personaje que menos complace al espectador por su distanciamiento con el Gandalf que ya todos conocíamos; y es que el mago de El Hobbit es un personaje muy activo físicamente, que actúa como continuo motor de la acción, como un ‘luchador’ más, y no tanto como el viejo sabio y reflexivo que guía a Frodo. Pero no se debe culpar de esto a Tolkien y a la cronología de la Tierra Media, pues no deja de ser lógico que Gandalf, más de sesenta años antes del comienzo de La Comunidad del Anillo, sea un personaje más jovial y activo; aunque cueste aceptar el cambio en un personaje tan referencial.


¿Pero aquí quién es el malo? Una narración algo atascada
Uno de los principales problemas de El Hobbit: Un viaje inesperado como historia es la falta de un claro antagonista, un enemigo a batir, lo que todos conocemos como “El malo final”; y es que la novela de Tolkien no tiene una fuerza negativa clara contra los protagonistas, excepto tal vez Smaug, y no la requiere tanto como la exige la película. Y ahí aparece Bolgo, el líder de los orcos, que se postula como antagonista de la trilogía, pero que aún así, si se compara con Sauron o incluso Saruman sabe a bastante poco. Otra de las razones por las que comparar el film con su precedente no hace sino restarle mérito.

Incluso antagonistas secundarios, como el repugnante jefe de los trasgos, quedan algo disminuidos por su actitud simplista, a veces casi infantil, que le resta oscuridad al conflicto. Sin embargo, en el mismo tramo de la historia nos encontramos con un viejo conocido, Gollum, que en uno de las escenas más brillantes del film nos saca de la trama principal para recordarnos lo grande que es Tolkien y lo mucho que Jackson cuida su obra, introduciendo además el elemento “por todos conocido” (que no nombraré por si hubiera algún despistado).

Smaug el dragón, por último, que en teoría debería haber sido uno de los obstáculos principales  queda relegado a un estado latente, preparando al espectador para su presencia en las próximas entregas.

Esa ausencia de antagonistas con interés que representen una verdadera amenaza, hace que la historia de El Hobbit empuje a Bilbo, Gandalf y los enanos hacia abajo, en una escalera de pequeños conflictos, de pequeños obstáculos, que sin suponer prácticamente ninguno de ellos una verdadera amenaza, impiden su avance. Es por ello que la primera mitad del film se hace pesado, porque no entra en el tema principal, sino que se encuentra con vallas en medio de la pista, que los héroes saltan sin despeinarse demasiado. También es cierto que en la primera mitad del metraje existe un aura de inocencia e infantilismo tal vez excesivos, que hacen que el espectador más maduro (o más exigente, según se mire) sienta ganas de mirar el reloj pensando en cuánto tiempo faltará para que la cosa ‘se ponga seria’.

Todo esto queda perfectamente reflejado en las escenas del mago Radagast, que en ciertos momentos (léase el ‘momento erizo’) roza el sello Disney, buscando un ‘pastelismo’ impropio de este tipo de películas. Por momentos, la sombra del efecto de La amenaza fantasma se cierne sobre el espectador, que ve como la precuela de la Trilogía del anillo puede caer sobre sus ilusiones como jarro de agua fría. Pero el miedo se diluye a partir de una escena vital, tras pasar el ecuador de la película, cuando tras una profunda conversación entre Gandalf y algunos viejos conocidos en un sitio más que familiar (y hasta aquí puedo leer) ‘la cosa se pone seria’ y la película entra en un in crescendo imparable hasta su final.

Otro de los problemas de los que adolece El Hobbit: Un viaje inesperado es la cuestión de que el espectador es consciente previamente de que lo que está viendo es el primer episodio de una trilogía, por lo que el film no va a acabar con el final de la historia, sino a medio camino, si no antes. Eso, sumado al hecho de que la película dura casi tres horas, produce un efecto curioso en la audiencia, y es que en varias ocasiones da la sensación de la escena que se está presenciando es la conclusión de este primer episodio de la trilogía, creando una sensación cuanto menos curiosa. Y cuando uno se acomoda para esperar el fundido a negro con algo (o más que algo) de decepción, la trama se retoma con mayor fuerza y ganas; lo cual se agradece, porque una vez terminada la película uno se da cuenta de que el momento en el que acaba era, con diferencia, el mejor de entre los posibles.


HFR, 3D, LSD y otros psicotrópicos
Con respecto a cuestiones técnicas, cabe destacar el famoso HFR o High Frame Rate. Para los que anden cortos de inglés o simplemente no sepan esto ‘qué es lo que es’, no es sino duplicar el número de imágenes por segundo que se proyectan. Frente a los 24 fotogramas por segundo del cine ‘de toda la vida de dios’, El Hobbit tiene 48, es decir, el doble. ¿Esto qué le supone al espectador aparte de otro golpe para el bolsillo? Pues teóricamente la sensación de fluidez de la imagen debería ser mayor, transmitiendo mayor sensación de realidad. Y realmente... realmente las sensaciones son curiosas; al principio uno siente que los personajes van como acelerados, ‘que se mueven raro’, porque no estamos habituados a esa fluidez, y con el paso de la película uno deja de percibirlo, y simplemente se olvida.

Por otro lado está el denostado 3D, siempre en el centro de la polémica, ¿Compensa el 3D?¿Es una nueva forma de narrativa? ¿Es un sacacuartos? Pues cada uno tendrá su opinión, pero lo que está claro es que Peter Jackson cabe como rodar con cámara estereoscópicas como el mejor, y  consigue rodar de forma que aprovecha la tercera dimensión de manera magnífica, sin poner nunca la historia al servicio de la imagen. Probablemente estemos ante la película mejor rodada en 3D desde Avatar (y es que, guste o no, a Cameron, papá del nuevo sistema estereoscópico, no hay que le quite del trono). Se puede decir que es de las pocas películas por las que compensa pagar ese extra sobre el ya desmedido precio de las entradas en nuestras salas.

Probablemente la técnica usada en El Hobbit sea un paso más en el desarrollo audiovisual hacia una narrativa de hiperrealidad (que no hiperrealismo), en la que la imagen supera a la realidad en todos los aspectos, generando un mundo más tallado y detallado que el mundo que conocemos (a pesar de lo imposible de la tarea). Pero es un futuro que aún está por llegar...


A lo que íbamos, ¿Me merece el pastón de la entrada?
En resumidas cuentas, se puede decir que a pesar de todo El Hobbit: Un viaje inesperado es una gran película, en la que lo mejor que se puede hacer es sentarse a disfrutar en la sala sin prejuicios de ningún tipo, evitando a priori todo tipo de comparaciones que no hagan sino amargarnos. Se trata de una historia bien contada, que va de menos a más y deja al espectador con ganas de más.

Por todo esto podemos decir que Peter Jackson vuelve a cumplir con creces (aunque el marco que Tolkien le plantea sea bastante más accidentado), y que la gran mayoría de los espectadores probablemente correrán a las salas cuando se estrene la segunda edición de El Hobbit.


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