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Posted by : El día del Espectador
junio 26, 2013
HIMAR
R. AFONSO

La
guerra moderna se desarrolla así, mediante el espionaje, la
infiltración y la información. La guerra contemporánea se lleva
desde el “campo de batalla” y desde las oficinas.
Así,
el cine también ha cambiado su panorama bélico y ha transformado el
género. En el momento en
que el presente cobra mayor relevancia que el pasado, resulta más
pertinente (y más interesante) hablar de Irak, Irán, Afganistán,
Siria o Jordania antes que de Stalingrado o Normandía.
La II Guerra Mundial nos queda ya muy lejos como para dedicarse a
ella antes que a los conflictos actuales, aunque también es cierto
que desde Salvar al soldado
Ryan (Saving Private Ryan,
1998, S. Spielberg) cualquier película del “género”
-permitiéndonos la licencia de que esta guerra, en concreto, y dadas
las numerosas obras al respecto, conforma un género por sí misma-
se torna irrelevante. Lo que
sí es evidente es que el género bélico se ha adaptado, en términos
generales, al cambio palpable que ha tenido la propia guerra
en términos absolutos. Y
resulta interesante en estas películas sus diversos focos de
atención: por un lado, la
rabiosa e impersonal estandarización de sus mecanismos formales y
por el otro, sus limitados circuitos discursivos,
ya sea a través de líneas argumentales basadas en hechos reales o a
través de ficciones integrales.
De
esta manera, nos encontramos con un listado considerable de películas
y series en la última década que encajarían en un amplio género
que incluye, según el caso, el bélico, el thriller o el drama. Por
el tema que tratan y el ámbito, son películas bélicas. Pero
precisamente por el tipo de guerra, a menudo hablamos de thrillers
bélicos o de otras
hibridaciones de géneros. En
cualquier caso, tanto en cine como en ficción televisiva han surgido
títulos muy significativos en este cambio que, además, de alguna
manera, ha sido progresivo.
En 2001 Dreamworks estrena la aclamada Hermanos
de sangre (Band of
Brothers) y ese mismo año, Ridley Scott estrena en cine Black
Hawk derribado (Black Hawk
Dawn), una película muy comparable a Salvar
al soldado Ryan, pero
desarrollada en Somalia, una de las primeras “intervenciones
pacíficas” del ejército norteamericano y la ONU; en 2005 se
estrena Syriana,
de Stephen Gaghan, una película basada en la historia real de un
agente de la CIA que trabajó en Oriente Medio, y Munich
(Steven Spielberg), la cual narra las medidas tomadas por el gobierno
israelí tras el atentado de los Juegos Olímpicos de 1972, un
thriller en todo caso, pero del que hablaremos; en 2007, Expediente
Anwar (Rendition, G. Hood)
y La sombra del reino
(The Kingdom, P. Berg); en 2008 Red
de mentiras (Body of Lies,
R. Scott), En
tierra hostil (The Hurt
Locker, K. Bigelow) y la mini-serie de David Simon, Generation
Kill; en 2010 se estrena en
TV también The Pacific
(segunda producción de los responsables de Hermanos
de sangre) y en cine Green
Zone: Distrito Protegido
(Green Zone, P. Greengrass); en 2011 encontramos Homeland,
que ha llegado ahora a España; y el año pasado, Argo
(B. Affleck) y la citada La
noche más oscura.
Parece
evidente que el género bélico, en una concepción amplia (e
incluyendo títulos no citados), ha tenido un importante testimonio
en la última década y sigue teniéndolo.
Y lejos de buscar comparación alguna con el cine bélico del
Hollywood clásico o con el periodo del modernismo, pienso que los
resultados de esta nueva era del género bélico son dignos de
análisis, en la medida en que desde
Black Hawk derribado
(por poner un punto de partida) hasta La
noche más oscura y
Argo,
hay un cambio evidente y significativo en el discurso, si bien no
tanto en el estilo formal.

Así,
desde que Black Hawk
derribado facilitara un
salvoconducto entre el cine bélico clásico y la guerra moderna, en
una película contextualizada en la actualidad con una realidad más
violenta, parece que el cine del género se ha interesado más por
los nuevos procedimientos de
acción y cómo afectan a
los protagonistas. En mi opinión, la película cumbre en este
sentido es Munich
que, si bien está configurada como un thriller político o de
espionaje, no deja de ser una
nueva concepción de la guerra concebida desde la venganza y, por
tanto, desde la ilegitimidad;
como dice Golda Meir (Lynn Cohen) en los primeros compases de la
película: “olvidemos la
paz por el momento”. Y
olvidando la paz, esa manera que tiene de afectar la “nueva guerra”
a los personajes se contempla también en En
tierra hostil; mientras
que Munich
configura un escenario urbano
como entorno bélico -en el espionaje “artesano” de los setenta-
para presentar personajes, la película de Bigelow se sirve del
verdadero
campo de batalla para plasmar la dicotomía entre “héroe nacional”
y “adicto a la guerra”,
el punto de inflexión entre deber y necesidad. Previamente, en 2005
se estrenaba Syriana,
quizás el relato más extremo del panorama bélico “silencioso”,
si se permite la expresión, donde el trabajo de campo consiste en
moverse entre las sombras sin poder ver nada de lo que se está
haciendo. En Salvar al
soldado Ryan estábamos en
plena batalla viendo brazos, tripas y piernas por todas partes;
ahora, por lo general, no, salvo casos puntuales como Passchendaele
(2008), de Paul Gross.

El
hecho de que Oriente Medio sea el
escenario de la guerra moderna, hace que, como ocurrió con la II
Guerra Mundial, una película desarrollada en territorio árabe tenga
todas las papeletas de convertirse en una obra del género.
Algo así pasa con Expediente
Anwar o con Argo,
en la que un grupo de civiles es rescatado por un agente del gobierno
tratando de atravesar las líneas militares de Irán. ¿En dónde se
percibe esta adherencia al género bélico contemporáneo? En el
estilo formal.
Quizás
lo que mantiene este género en el gabinete de blockbusters
(con cierta vocación crítica a menudo) es su homogeneidad
estilística, su idéntico
procedimiento formal en cualquier relato pensado bajo los códigos
narrativos del género bélico (cámara al hombro, zooms, planos
cortos, música árabe…). Es
tal el abuso que se ha dado a estos recursos tan de moda que cuesta
diferenciar, en este aspecto, unas películas de otras.
Esa voluntad realista que atiende a la “simulación documental”,
como si de un reportero se tratara, se ha repetido tan a menudo y con
tanta falta de creatividad que, inevitablemente, rebaja de forma
considerable sus planteamientos críticos. Y los rebaja por una
pretensión de diferenciación a través de recursos más que
manidos, más que explotados. Lo que nos queda es preguntarnos qué
resultado global presenta esta nueva era del género: ¿Voluntad
crítica? ¿Variedad temática? ¿Tendencias formales?
La
profundidad crítica o dramática de estas películas suele ser (por
lo general) limitada, y sus diferencias temáticas (que las hay) se
ven reducidas a matices, a pequeñas pinceladas en otra dirección.
Formalmente son bocados de un mismo pastel; quizás la magistral
secuencia del final de La
noche más oscura
sea la máxima expresión de dicho estilo, alcanzando su propia
identidad pero, por lo demás, pocas diferencias. Lo que se puede
concluir es que el género bélico no ha cambiado su estructura y sus
procedimientos; lo que ha cambiado es la propia guerra.