Archive for abril 2013

EL CÓMICO STARK JUEGA AL ENGAÑO

By : El día del Espectador

HIMAR R. AFONSO



La tercera y, presumiblemente, última entrega de la saga Iron Man es, cuanto menos, novedosa. En una época en la que los superhéroes están en su “Edad de Oro” y no es difícil confundir unas películas con otras, en Iron Man 3 han jugado al despiste, al engaño. Como si de una conspiración se tratase, toda la fase de promoción ha servido para prometer un producto que, finalmente, es todo lo contrario; algo arriesgado, cierto es, pero aparentemente efectivo. Desde luego, no parece que la taquilla vaya a resentirse de ningún modo.





Esta “novedad” tiene que ver con una decisión: acercar al personaje, Tony Stark, a la oscuridad o “seriedad” (si se quiere) de las últimas películas del género, o explotar del todo su parte cómica, extendiéndola al resto de personajes y a la estructura del relato, en un desarrollo peligrosamente parecido al Sherlock Holmes de Guy Ritchie. En este caso, se ha optado por la segunda opción. ¿El resultado? Una parodia de Marvel, una comedia de acción con momentos tan absurdos que cuesta creer que hicieran los trailers que hicieron para presentarnos este filme. No es un nefasto resultado, ni mucho menos; consigue lo que busca: entretener y vender.

Pero cuando tomas una decisión, desechas otras. Es en este punto donde cabe mencionar lo que la película pierde. La construcción de un villano tan potente (con Sir Ben Kingsley no podía ser diferente) garantizaba una solidez importante en los conflictos a los que el protagonista se tendría que enfrentar, pero el aspecto rabiosamente cómico coarta todas sus posibilidades (las del villano) y por consiguiente, las del resto de subtramas. Esto supone un ejercicio narrativo francamente extraño, en el que se intenta dar mucha información en no menos tiempo pero con un estilo directo, demasiado directo, y poco desarrollado. No se ve un discurso claro en el devenir de la historia, en cuanto a los motivos de los personajes. Lo único claro de la película es su vocación cómica que, por otro lado, sirve para tomarse la historia como lo que es: una película de superhéroes. Quizás no esté de más plantearlo como un mero entretenimiento sin mayor importancia; lo interesante ha sido ese engaño premeditado para crear cierto impacto. Y lo que parece evidente es que con la primera película hubiese bastado.

En cualquier caso, el resultado es más bien flojo, da para unas cuantas carcajadas, algún guiño ventajista al “fenómeno Vengadores” y poco más. Probablemente eso sea lo que se deba esperar de ella y probablemente, el hecho de apostar por esa decisión hasta sus últimas consecuencias, sea su mayor virtud.

"Ayer no termina nunca". Las posibilidades del cine, tampoco.

By : El día del Espectador

HUGO MUGNAI

La crisis. La crisis en todos sus contextos y posibilidades es el tema de Ayer no termina nunca, la última película de Isabel Coixet. Y es que el halo de conflicto personal, social y emocional guía esta historia (si se la puede llamar así) entre los dos miembros de una pareja destruida por una de esas crisis.

La película, una de las grandes triunfadoras del reciente Festival de Málaga, se basa en un enfrentamiento, en un duelo interpretativo entre Javier Cámara y Candela Peña, que encarnan de forma cruda pero magnífica dos caras de una moneda, dos formas de enfrentarse a la realidad; en especial esa realidad que nos pone frente a nuestros miedos y errores.


Y es que Ayer no termina nunca se presenta de una forma poco convencional, fuera de los estándares, con un estilo cercano al del teatro más contemporáneo aplicado a la gran pantalla. De forma casi claustrofóbica, la acción se desarrolla en una España que se cae a pedazos por la crisis en un no tan lejano 2017, más específicamente en una suerte de búnker, de esqueleto abandonado de hormigón en el que las circunstancias o el destino juntan de nuevo a J. y C. (nombres ficticios de la pareja que dan clara muestra de lo minimalista de la propuesta).

Insertos en blanco y negro, desenfoques, planos que tiemblan, voces en off, una fotografía poco común...Coixet no escatima en herramientas audiovisuales de todo tipo para dar a su última película un ambiente enrarecido, fuera de lo común, que primero confunde al espectador para después hacerlo partícipe directo de la batalla emocional. Cabe destacar que, si bien el teatro ha sido llevado en múltiples ocasiones al cine de manera correcta, incluso muy efectiva como en los casos de Un Dios Salvaje (Roman Polanski, 2011) o Closer (Mike Nichols, 2004), es posible que ambas artes no se hayan visto hasta ahora involucradas a este nivel en un ámbito tan contemporáneo, siendo posiblemente con la que tenga más similitudes Las maletas de Tulse Luper (Peter Greenaway, 2003).

Así, si algún espectador despistado o curioso busca en lo último de Isabel Coixet algo similar a otras creaciones suyas como Mi vida sin mí o La vida secreta de las palabras que se lo piense antes de entrar a la sala, pues el visionado de Ayer no termina nunca es una experiencia dura e intensa pero que como espectador maduro de cine puede resultar profundamente rica.

Tierra Prometida. Promesas incumplidas de la mano de Gus Van Sant

By : El día del Espectador


HUGO MUGNAI


La extracción de gas natural mediante la técnica del fracking o fracturación es una técnica muy habitual en gran parte del mundo y especialmente en las áreas rurales de Estados Unidos.

Tierra Prometida, la última película de Gus Van Sant, relata la historia de Steve Butler (Matt Damon), un empleado de Global, una de las mayores empresas americanas dedicadas al fracking. El film arranca con la llegada de Steve y su compañera Sue (Frances Mcdormand) a uno de los miles de pueblos hundidos en la pobreza por la decadencia de la actividad rural en el medio oeste. Su misión: convencer a la población de que el fracking es la solución a todos sus problemas y que permitan la extracción de gas en sus terrenos a cambio de más dinero del que jamás han visto juntos. Todo arranca de forma rutinaria, los pueblerinos se dejan convencer con facilidad ante la perspectiva de un buen fajo; e incluso Sue llega a afirmar que “es tan fácil que se hace aburrido”.  Pero cuando todo va sobre ruedas, la aparición de un profesor de escuela y un ecologista que plantean la posibilidad de que el proceso tal vez no sea tan rápido y limpio como lo venden.

Pero Tierra Prometida no pretende ser una película sobre el fracking, sobre el impacto ambiental de las nuevas tecnologías o sobre cómo las grandes corporaciones se aprovechan de la ignorancia de la gente para obtener beneficios económicos. El film busca ahondar en el conflicto interno de alguien que se gana la vida de forma poco honesta. Y es que si algo bueno tiene Tierra Prometida no es la historia en sí misma, sino cómo el personaje protagonista representa los intereses de una de esas grandes empresas (consideradas hoy día casi como demoniacas) encarnados en una persona con la que el espectador puede identificarse con facilidad.


Si bien puede que el argumento no sea precisamente novedoso y el dilema moral pueda estar algo manido, es de agradecer el planteamiento de este tipo de situaciones dado nuestro estado actual, tanto económica como socialmente. Tratando de evitar caer en la casposidad ética habitual del cine americano, la película transcurre con una acción algo lenta para el estilo Hollywood, tal vez por eso recuerde a films europeos como En un mundo libre (Ken Loach, 2007) con el que comparte el estilo crítico aunque sin acercarse ni de lejos a la crudeza del británico. Así, lo interesante de Tierra Prometida es la tesitura en la que pone al espectador, que, habituado a la polarización de las partes de un conflicto en buenos y malos, ofrece perfiles humanos complejos, sin grandes convicciones éticas y repletos de dudas, como cualquier persona normal. No hay corporaciones malvadas compuestas por pérfidos hombres trajeados ni pobres y bondadosos granjeros oprimidos por éstos; hay personas, de ahí su virtud.

Aunque por otro lado no es oro todo lo que reluce, y si bien es cierto que el film alcanza momentos muy interesantes hacia el final de la primera hora, el guión escrito por Matt Damon y John Krasinski se hunde en un giro final sorprendente y algo decepcionante. Así, lo que podía haber sido una gran muestra de cine social se queda en agua de borrajas, en algo fácil de olvidar.

El elenco está encabezado por un polivalente Matt Damon (también coguionista) tal vez algo plano para las exigencias de un papel como el que se le presenta y magistralmente acompañado por la siempre cumplidora Frances McDormand. La que fuera habitual del os Coen plasma a la perfección a una secundaria de lujo, la irónica compañera de Steve, que desgraciadamente queda algo relegada al olvido en el último tercio del film.

Así, el decimosexto film de Gus Van Sant pasa sin pena ni gloria, sin el éxito que le reportó su otra colaboración con Damon en El indomable Will Hunting (Gus Van Sant, 1997). Una película bastante olvidable que tal vez deje decepcionado al espectador que tenga más expectativas de uno de los cineastas americanos que más saben escapar de las decadentes garras de Hollywood.


NOTA: 6,5

EL FRACASO DE LA CIENCIA-FICCIÓN: “OBLIVION”

By : El día del Espectador

HIMAR R. AFONSO



Diría que una de las fortalezas de la ciencia-ficción está en su posibilidad, frente a otros géneros, de sugerir explícitamente el fin de la Humanidad, el fin de nuestros días y de la especie, en la medida en que puede crear distopías de diversa índole, presentando mundos decadentes, apocalípticos. Es un recurso ultraexplotado, pero ciertamente no dejan de ser interesantes las reflexiones que permiten plantear en referencia a nuestro comportamiento global. Por ello, parece que es de esos recursos -el fin del mundo- que no termina de secarse. En Oblivion, de Joseph Kosinski, se recurre a la amenaza externa, por lo que se libera al Hombre de toda responsabilidad y se genera otro tipo de discurso, más relacionado con la nostalgia, la identidad o la patria (entendida como el hogar, como la Tierra). Es otra opción.

Cuando estas sencillas ideas establecen el punto de partida de un relato, las expectativas son altas, por lo que es interesante plantearse en qué momento el guión de Oblivion perdió el norte. No es simplemente que haya decidido complicar tanto la historia para pretender, en la última media hora, resolverlo de forma satisfactoria; el gran problema de la película es que sustenta sus altas (altísimas) pretensiones en diálogos y acciones extremadamente superficiales. Es ese momento en que una película se olvida de contarnos algo para preocuparse más por conseguir encadenar una serie de “frases perfectas”, las temidas “frases perfectas” de Hollywood. Deja esa sensación de estar ante un guión cuyo embrión ha sido alguna escena concreta y que pretende justificar el resto de la historia en esa idea, frase o momento que pone la guinda del pastel, como el bochornoso “comandante” que Morgan Freeman suelta así, como si lo estuviésemos esperando, acompañado de una música empalago-penosa (gran Freeman, por cierto, cuya presencia en la pantalla es incuestionable). Pero este es un ejemplo de tantos que hay en la cinta. Esa frase que pone la guinda debe salir sola como inercia de un guión sólido, y no al revés, pretendiendo eso: sustentar todo el relato.

A esto añadimos la ya insufrible “estética Nolan”. La propuesta del director de Origen (Inception, 2010) no solo ha influenciado el “arte del trailer” (como diría Alvaro Tejero) en Hollywood, con una misma estructura musical y una oscuridad palpable, sino que ahora parece que su cine es una tendencia visual en todas las películas comerciales. Es un poco ridículo tener que hablar de referente con un director al que le queda tantísima carrera (por suerte, dicho sea de paso).

Por último, es destacable también la faceta sobreactuada del irregular Tom Cruise, o más bien, del polivalente. No cabe duda que es un valor seguro para el cine de acción, pero resulta mucho más reconfortante el Tom Cruise de Jerry Maguire (1996, Cameron Crowe), Algunos hombres buenos (A Few Good Men, 1992; Rob Reiner), Collateral (2004, Michael Man) o Nacido el 4 de julio (Born of the Fourth of July, 1989; Oliver Stone), que el Cruise de cualquiera de sus películas de acción. Y en este caso, complementa en la misma línea el frágil producto que podemos encontrar hoy en cartelera.

MEMORIAS DE UN ZOMBIE ADOLESCENTE: Cómo ser un zombie y no morir en el intento.

By : El día del Espectador

Néstor Sánchez

Aaaaaaaagghhhh, uuuuuugghhh… ésto es todo lo que alguna vez nos diría un zombie si no lo encontráramos por la calle. El resto de lo que nos quisiera decir, no lo sabríamos, porque ya estaríamos a kilómetros de distancia o soplando el cañón de nuestro revolver. Lo mucho que sabemos de zombies nos lo ha enseñado el cine y en menor medida, las otras artes. Pero actualmente sufrimos toda una invasión de estos seres… hasta en la sopa. Y a la vez que más van saliendo, se ha ido generando ramas y diferencias entre ellos: lento vs. rápido, muerto vs. infectado… y así una lista enorme. Mucho estaba tardando para que este “ser” se viera afectado por la onda expansiva de “Crepúsculo”. La cual transforma a todo monstruo en un joven adolescente, guapo y buenorro. Por lo tanto si sumamos Zombie con “Crepúsculo”, nos sale “Memorias de un zombie adolescente”.

Aunque parezca que lo anterior sea algo malo, no quiero que lo sea. La película de la que vamos hablar intenta alejarse de “Crepúsculo”, es más, en ocasiones parece parodiarla. Desde un primer momento, sabes que lo que vas a ver es de “coña”. El propio título: “Memorias de un zombie…” tiene una incongruencia, la cual es el motor del film. Los zombies no piensan y por lo tanto no recuerdan. Pero que pasa si no fuera así. Lo que obtendríamos es un gran comienzo de película, donde veremos a nuestro protagonista, R, el cual deambula torpemente por un aeropuerto, pensando sobre su existencia. Sus pensamientos asombran tanto que te hace replantearte ciertos aspectos de tu vida, ya que como el director deja entrever, no hay mucha diferencia entre ellos y nosotros.


Visto el comienzo y su primer desarrollo, la película coge un buen ritmo, con una banda sonora muy alegre y unas escenas más que graciosas, hasta llegar al momento en que los productores metieron mano. Ese momento que sabes que la película tiene que acercarse a “Crepúsculo” para triunfar, y acaba por convertirse en un romance imposible entre dos seres. Pero no desesperemos, a lo largo de la película podremos ir encontrando pequeñas escenas muy bien traídas (aunque estemos en el momento “Crepúsculo”) que harán que te rías o que te hagan pensar sobre tu existencia.

 Uno de los elementos más llamativos es la voz en off del zombie, la cual nos narrará la historia y sus pensamientos. Lo primero que piensas al escucharla es la regla básica de todo guionista: nunca uses voz en off, deja que las imágenes hablen por si solas. Pues en éste caso esta regla debe romperse, ya que sin sus pensamientos no entenderíamos nada. Gracias a ellos se desarrollará la película, ya que si no estuviéramos ante un zombie trascendental, veríamos un simple documental de la vida salvaje de los zombies. Para acabar ,resaltar y aplaudir, la magnifica explicación que dan para el motivo de porque los zombies comen cerebros (no os la cuento porque merece ser vista), y además es el mejor momento visual de toda la película.

En conclusión, es una buena película que te hará pasar el rato, te hará reír y pensar, pero que desgraciadamente ha caído bajo la fuerza de los “vampiros”. Ir a verla antes de quansofhas fas..a.sf aaaaaagghhhhhh uuuuuuughh cerebrossssgsgs

CINES RENOIR: NOSTALGIA Y REALIDAD

By : El día del Espectador
ÁLVARO TEJERO

6 de Octubre del año 2002. Ese día mi padre me llevó por primera vez a un cine de versión original subtitulada después de que llevara insistiéndole varios años para que me dejara acompañarle en sus escapadas cinéfilas. Me había acostumbrado en casa al cine en versión original, y así es como nacen los aficionados que permiten la supervivencia de estas salas. Desgraciadamente, esto no es algo generalizado. Por cierto, la película elegida fue Camino a la perdición. Salí encantado. Y hasta aquí la parte sentimental.


Ayer conocimos la triste noticia del cierre de la gran mayoría de salas de la cadena de cines Renoir y también la herida de muerte que sufre la productora de cine independiente  Alta Films. Nada más conocerse la noticia empezaron los lógicos comentarios de tristeza e indignación. Por supuesto, "la cultura está muerta" y "en este país no se defiende". Y como no, "el gobierno en el poder es el principal responsable", para el mundo de la cultura. Pero seamos serios, las causas de este suceso esperado son múltiples. Intentaré desde aquí comentar varias ideas sobre el tema:

-Se acabo el cine de autor independiente: está afirmación ya provoca un error de valoración reduccionista. Me cansa escuchar siempre la diferencia entre cine comercial e independiente. Desde los círculos cinéfilos progresistas se sataniza al primero y se glorifica al segundo. Hay cine bueno y cine malo. Sin más. Para mí, son igual de aburridas Melancholia como Los vengadores; y disfruto de la misma manera con Take Shelter y Prometheus. Y además Alta Films y sus compañeras temáticas también dejan en el tintero mucho tipo de cine sin estrenar. ¿Dónde acaban muchas películas de Neil Jordan, John Sayles o maravillas recientes como Black Death? El problema está en la distribución en general y las abusivas estrategias de venta, no en una estúpida diferenciación entre cine comercial e independiente.

-Lo que verdaderamente está tocado de muerte es la exhibición de cine en versión original. Porque no lo olvidemos, a mi me gustaban los Renoir no sólo porque estrenen lo último de Cannes, sino por la posibilidad de ver las películas de los grandes directores en su lengua original (allí he visto a Fincher, Eastwood, Mann, Cronenberg o Darabont). Lo gracioso es que varios de los que defienden estos cines luego se posicionan en contra de la eliminación total del doblaje defendiendo el noble arte del doblador español (que ha sido de gran calidad, eso no se discute). Somos uno de los pocos países con doblaje en nuestras salas, siendo además una norma proveniente del régimen franquista. No hay cultura de versión original a pesar de que los adolescentes leen subtítulos en los videojuegos y muchas personas ven su serie preferida con subtítulos para no esperar ni un día.

-Era una noticia esperada, y quién afirme lo contrario creo que se tapa los ojos ante una realidad aplastante. El cine tal como lo conocemos en su forma tradicional de exhibición está en vías de extinción. Las razones son variadas: crisis económica, piratería, el devenir de la sociedad en que vivimos, la discutible educación de varios de sus asistentes...cada son menos los que van AL CINE como elemento único y más lo que van al cine como parte de su ocio social. Yo voy al cine para ver una película, no para ocupar un sábado por la tarde, quedar en grupo y después cenar en el centro comercial. El cine ya no es tan importante como en el siglo XX. Admitámoslo.

-Centrándome más en los Renoir: claro que le ha afectado la disminución de ayudas gubernamentales, claro que el salvaje IVA del 21% le hizo un gran daño y por supuesto que la crisis económica ha hecho imposible su supervivencia. Pero igual de importante ha sido la piratería, la falta de educación de España y su propia falta de iniciativa.

-Seamos claros: la condiciones de confort y visibilidad de los Renoir (los que frecuento son los de la zona de Princesa) eran limitadas (formaba parte de su encanto) y sus instalaciones necesitaban una remodelación similar a la sufrida por los cines Golem, que en ese sentido se habían adaptado mucho mejor y ofrecían una mejor imagen exterior.

-Luego está el tema del nicho de espectadores. Los Golem tiene definido claramente su target con cine de nacionalidades exóticas  y claramente de festivales; los Verdi realizan constantes proyecciones especiales, mientras los Renoir combinan cine más minoritario con las grandes películas de los grandes directores de Hollywood. Y esa opción, aunque loable y deseada es muy difícil de sostener en estos tiempos de absoluta individualización del público.


-Y la piratería, por supuesto. Nadie todavía ha medido exactamente todo lo que ha significado Internet. La red está destruyendo el sistema capitalista que conocemos acabando con las estructuras vigentes y provocando la pérdida de millones de puestos de trabajo en todo el mundo, que no sabe cómo adaptarse. Vivimos la época de mayor consumo de la historia, pero también la época en que estamos menos dispuestos a pagar el precio de cualquier producto. Internet nos ha dado la creencia de que tenemos el derecho a disfrutar el trabajo de los demás de forma gratuita después de una época de gran servicio público. La gente se descarga las películas por no poder esperar 1 mes para ver un estreno en su país (pobres, antes se esperaban años), pregonan en las redes sociales que ya han visto Lincoln en vez de ir al cine (y si tu economía no lo permite habrá que esperar) y cuando llegan los Oscar hay que ver todas las nominadas para estar a la moda. Y cuidado, yo también descargo películas, pero aquellas que no se estrenan ni puedo ver de forma legal. 

-La industria del DVD también está moribunda, Alta Films lo sabe y lo sufre. Y la asistencia al cine en caída libre, las últimas veces que fui a los Renoir estuve con 10 personas en la sala. Eso sí, la sala de Tarantino llena.

En definitiva, una auténtica desgracia la noticia del cierre de una cadena de cines clave para el séptimo arte en nuestro país. Pero no debemos dejar de ver todas las consecuencias asociadas y centrarnos únicamente en quejas reduccionistas. Al menos siempre me quedará el recuerdo de cada una de las películas que vi en sus salas.



To the wonder: a la búsqueda del paraíso perdido

By : El día del Espectador




            Se ha creado la opinión generalizada de que si crees que Terrence Malick te toma el pelo eres normal y si te gusta eres un esnob. Tras El árbol de la vida mucha gente quedó espantada y no ha ido a ver To the wonder por considerarse “normal”. No seré yo el que juzgue quién es normal y quién no en función de si te gusta o no Malick. Yo mismo quedé espantado al ver a aquellos dinosaurios, pero La delgada línea roja me llegó muy hondo y decidí darle una oportunidad a su sexta película en 30 años. Desde aquí quiero defender su forma de hacer cine, sin intentar parecer esnob y sin menospreciar a aquellos a quienes no les guste. Y quiero hacerlo intentando entender la obsesión que tiene Malick por un tema concreto: la búsqueda del paraíso perdido. Y es que la palabra “paraíso” no es casual, ya que incluye una serie de connotaciones espirituales, religiosas, panteístas y estéticas.

            Empecemos por las espirituales. En To the wonder tanto el personaje de Ben Affleck como el de Olga Kurylenko y Rachel McAdams buscan ese lugar en su interior en el que por fin puedan estar en paz. En distintos momentos de la película se encuentran en ese sitio y su felicidad suele ser plena, como pasa con Jim Caviezel en aquella isla del Pacífico (La delgada línea roja). Sin embargo esa plenitud deja paso a la desolación en la que los personajes vagan sin rumbo hacia lo desconocido. Malick se pregunta cómo podemos estar en paz con nosotros mismos, como podemos amar y ser amados sin sufrir, cómo disfrutar de la vida con lo que tenemos o si podemos aspirar a más…


            Ese “más” al que aspira Malick es también un paraíso religioso. El claro ejemplo en To the wonder es nuestro compatriota Javier Bardem, que interpreta a un cura que busca a Dios sin encontrarlo. Dios, o una divinidad genérica, es un anhelo de algunos personaje en las películas de Malick, como de Jessica Chastain en El árbol de la vida, es otra forma de encontrar esa paz interior y sentirse de nuevo plenos.

            Esa divinidad genérica a la que he aludido se puede confundir con el tercer paraíso perdido, el panteísta. La naturaleza es Dios, pero no el cristiano, si no una forma de trascendencia que va mas allá del monoteísmo. No hay una sola película de Malick sin descripción de la naturaleza: la casa árbol de Malas Tierras, el campo de Dias de cielo, la selva de La delgada línea roja, la América virgen de El nuevo mundo, el universo en formación de El árbol de la vida o el sol en To the wonder. El sol es uno de los grandes símbolos de este panteísmo, ya que con su luz ilumina todo y su ciclo es inmutable. El sol puede calentarnos y reconfortarnos, y Malick siempre nos lo enseña al anochecer, un momento de sosiego para los personajes. En esos momentos, encuentran su propio paraíso.

            El último que el director texano persigue es el paraíso estético. Malick concibe el mundo como un lugar hermoso, se mire por donde se mire y sea lo que sea lo observado. Sus películas rozan el video arte y con frecuencia son tachadas de mero esteticismo vacío, pero nada más lejos de la realidad. Sus cámaras liberadas de ataduras y con libertad de movimiento, combinadas con una fotografía siempre pasmosa y un montaje que solo permite estar atentos al flujo de imágenes crean un concepto hermoso del universo en el que somos afortunados de existir.

            Ahora bien, ¿qué Terrence Malick no es para todos? Sí. ¿Qué sus películas pueden volverse tediosas en ciertos momentos? Posiblemente. Lo que a este humilde crítico le fascina y apasiona de su cine es lo que pasa por la mente de este texano hermético, que no concede entrevistas y rehúye el contacto que él no pida. Su único medio de expresión es el cine, y los temas que plantea quizá carezcan de profundidad temática. El cine de Malick debe definirse como un flujo de sensaciones, es un cine muy visceral, que cuenta las historias a través de sentimientos. ¿Qué importa la historia si a través de sus imágenes te hace sentir cosas que no habías sentido antes? Unos conectan con su cine y otros no, es normal, los gustos de la gente son inescrutables. Desde aquí pido que se le de una oportunidad, que los espectadores vayan a sus películas sin prejuicios, sin ideas preconcebidas: dejaos impresionar. Eso es todo.


            P.D.: normalmente pongo una nota a las películas al final de mis críticas, pero To the wonder es muy difícil de reducir simplemente a un número entre el uno y el diez. Por tanto, me limitaré a decir que yo sí que la he disfrutado.

"Mi vecino Totoro" (1988-2013)

By : El día del Espectador

ALVARO TEJERO 


Tal día como hoy hace 25 años se estrenó en un pase conjunto en Japón Mi vecino Totoro y La tumba de las luciérnagas. Este hecho significó la consolidación definitiva del Studio Ghibli y el comienzo de su fama internacional. No solo artísticamente, también les permitió entrar en el mundo del merchandising con los adorables muñecos de Totoro.

Mi vecino Totoro fue mi primer acercamiento a la animación de Miyazaki y el descubrimiento de un mundo mágico. El genio japonés siempre ha sido conocido por sus temáticas fantásticas tan pegadas a la tradición cultural nipona. Pero su fuerza radica en la universalidad de sus mensajes por encima de las apuntes autóctonos. Utiliza ese mundo mágico y propio en el que habita para hablar sobre valores como la amistad, el honor, el respeto por la naturaleza o la familia. Casi siempre personajes femeninos de corta edad y perdidos en sus dudas, indefensos ante la vida.

Curiosamente, Mi vecino Totoro es una de las obras menos "fantásticas" por así decirlo (junto a Porco Rosso y Nicky,la aprendiz de bruja). A pesar de la presencia de Totoro o el Gatobús. Miyazaki nos habla de la importancia de creer, de aceptar nuestra responsabilidad en la vida, del fin de la inocencia; de la mano de esa pareja de hermanas que deberá unirse para superar las adversidades.

Hayao Miyazaki ofrece aquí su película más sencilla, de líneas claras tanto en la historia como en la animación. Llena de sutileza y con un ritmo narrativo común de los grandes maestros del cine de su país. No pasa nada pero ocurren muchas cosas. Miradas, sentimientos y la risa contagiosa de ambas protagonistas para hacer crecer las semillas.



También es una de sus cintas más personales, si en Porco Rosso nos habla de una de sus grandes pasiones (la aviación), aquí recuerda su infancia (su madre también tuvo tuberculosis durante varios años) y parte de lo que le tocó vivir.

Al igual que John Ford se servía del western para hablar de lo que le interesaba y sentía, Miyazaki utiliza la animación (el único género que le permite plasmar su gran imaginación sin restricciones). Si el primero rodó El hombre Tranquilo para retroceder a su querida Irlanda, Miyazaki le ofrece un homenaje a su madre y su infancia. Una película infantil de verdad. Una pequeña maravilla humanista. Mi vecino Totoro.

"La tumba de las luciérnagas" (1988-2013)

By : El día del Espectador

ADRIÁN GONZÁLEZ



Hay algo intrínsecamente mágico a la hora de crear universos ficticios partiendo de la nada. Entiéndase que esa nada, no es realmente tal, pues incluso la vertiente más personal de nuestra imaginación bebe de la cultura en la que nos desarrollamos y en el arte que conocemos. Pero aun así, cuando creamos esos universos y esos mundos, y participamos en ellos, surge en nosotros cierta sensación de pertenencia. Quizás por eso el género de la animación está tan de moda últimamente. Porque de algún modo u otro, ya sea por edad o nostalgia, nos sumergimos en esos mundos maravillosos creados por la mano de un puñado de artistas privilegiados, y recordamos y vivimos momentos que de otro modo no serían posibles.

Aun así, para sumergirse en el género de la animación hay que ponerse el “bañador”, y no todo el mundo está dispuesto a hacerlo. El gran estigma de este género es la relación inamovible que se ha establecido entre la animación y el público infantil. No es algo casual tampoco, porque el cine de animación ha tenido épocas de una infantilidad alarmante, que han logrado extender la falsa idea de que, en este caso, la forma da significado al contenido. Sin embargo, estaríamos cometiendo un error si generalizáramos este problema, porque si bien es cierto que el cine de animación occidental ha sufrido esta lacra, en zonas orientales como Japón y Corea, la animación siempre ha ocupado una posición privilegiada.

La importancia del manga como expresión artística y como medio para todo tipo de público y de edades, ha concedido un estatus muy remarcable al cine de animación. Si durante los últimos años hemos asistido a una progresiva maduración de este género en occidente, la realidad es que en Japón ya contaban con una filmografía abiertamente adulta dentro de este tipo de cine. Y posiblemente uno de los mayores referentes entre todas estas películas sea “La Tumba de las Luciérnagas”.

La Tumba de las Luciérnagas representa el periodo inicial del estudio de animación más famoso de Japón, Studio Ghibli, y es la primera película de Isao Takahata, cofundador del mismo estudio junto con el archiconocido Miyazaki. Su estilo “realista” y su temática, tan alejadas de la línea artística del estudio, la han convertido en una especie de “rara avis” fuertemente descontextualizada. Los pocos occidentales que conozcan Studio Ghibli tendrán como referencia films más modernos como El Viaje de Chihiro, y una ínfima parte de ellos conocerán “La Tumba de las Luciérnagas”. Lo cual es terriblemente injusto porque, digámoslo ya, La Tumba de las Luciérnagas es posiblemente la mejor película que se ha hecho en Studio Ghibli, y eso, caballeros, son palabras mayores.


Pocas veces en la historia del cine se ha visto una película antibelicista más humana. La Tumba de las Luciérnagas tiene una facultad especialmente brillante: pese a estar ambientada en la Segunda Guerra Mundial, (un escenario perfecto para dar rienda suelta al efectismo más espectacular), la trama se ciñe a un nivel extremadamente íntimo a sus dos protagonistas, dos hermanos que luchan por vivir.

No encontrarán escenas de batallas, no escucharéis discursos maniqueos y manipuladores, no se hablará de bandos, ni tan siquiera de guerra; en La Tumba de las Luciérnagas se habla de esa comida diaria que escasea, de enfermedades,  de la añoranza ante la pérdida de un ser querido, de la impotencia al no poder cuidar convenientemente a tu hermana pequeña. En definitiva, no se habla de soldados, se habla de inocentes.

Y la jugada sale perfecta, porque como film antibelicista que es, te das cuenta de algo que en películas afamadas como Salvar al Soldado Ryan, La Chaqueta Metálica, Platoon, etc, no está tan claro: que la guerra es un sinsentido absoluto, independientemente del conflicto que sea. Si el espectador sabe que le están hablando de la Segunda Guerra Mundial, no es porque se exprese explícitamente, sino por nuestros conocimientos de la historia moderna. Takahata no habla nunca del conflicto, ¿qué importa qué bando está ganando? ¿qué importan las batallas? Lo que importa realmente es que hay dos niños (y un pueblo), que están perdiendo la vivienda, la riqueza, la infancia, la vida…

Takahata logra todo ello al dar un protagonismo total y absoluto a sus dos protagonistas: Seita, un chico de 14 años, y su hermana Setsuko de 5. Es sobre ésta última sobre la que se construye la historia, y la que hace avanzar la trama; y como tal, es el verdadero elemento antibelicista de la película, pues ¿cómo le explicas a una niña de 5 años una guerra que por propia naturaleza es absurda? No hay manera, lo único que Seita puede hacer, es procurarla una infancia, una vida en medio de la hecatombe.

Es posible que el lector, llegado a este punto, piense que está ante una película que abusará de la llamada “lágrima fácil”. Nada más lejos de la realidad: durante buena parte del film asistimos a momentos verdaderamente divertidos y entrañables entre los dos hermanos, que construyen una especie de paraíso alejado de esa guerra sinsentido. El drama se construye sobre un espectador, que a diferencia de Setsuko, y en menor medida Seita, conoce la tragedia que subyace bajo la soledad de estos dos hermanos. Lo emocional no se expone de forma explícita, sino de una manera absolutamente implícita, sin necesidad de explicaciones o discursos vacíos; dejando que las risas se transformen en lágrimas.


Se habrán dado cuenta que no he hablado en ningún momento de la animación desde un punto de vista estético o técnico. Ni siquiera he hecho una referencia al apartado estilístico de la película. No quiero hacerlo, realmente. No quiero remarcar el hecho de que sea o no una película de animación, y estigmatizarla en el proceso. Da absolutamente igual. Si hay algo que tiene el cine (como arte), la historia (como cultura) y el drama (como sentimiento), es que son elementos comunes a todos. No importa cómo se nos trasmitan: su significado va más allá de la forma.

Y al final de La Tumba de las Luciérnagas, seas o no seguidor del género de la animación, te encontrarás aplaudiendo una película que transmite más humanidad y sentimiento que muchas de las películas que se ponen a sí mismas el cartel de “films antibelicistas”. Y todo ello sin echar mano de escenas de guerra, sin mostrar soldados cercenados, o maltratos en barracones. Takahata no necesita estos recursos: le basta con poner a una niña maravillada ante la luz de un grupo de luciérnagas, en medio de una noche sin fin.  

"Evil Dead": Adolescentes gritando

By : El día del Espectador

DIEGO REAL


Por fin me animé a ver el remake de Posesión Infernal. Tristemente, mis temores se han cumplido y puedo asegurar que: el cine de terror como género, ha muerto. Se ha convertido en un producto para niñas adolescentes

El género de horror es más antiguo que orinar y ha perdurado como uno de los reyes, y eso es porque todos tenemos miedo y si se adapta a la época que toca, existirá una audiencia fiel. Desde los monstruos clásicos Universal, pasando por el erotismo de la Hammer o el Fantaterror castizo. Por no hablar de las peliculitas japonesas o los ejercicios de found footage. Era divertido ver como las jovenzuelas se cagaban de miedo. Ahora las películas son directamente para ellas. Sin compañía del machito de turno que quiera pillar cacho.

Quería asegurarme de ello y lo confirmé con Insidious de James Wan. Buen público y buena acogida pero, ¿quién era ese público? Adolescentes de no más de quince años que, en una vena de valentía y posterior “postureo” entre colegas, se han visto atraídas por una peli con un tráiler “molongui” visto en la publicidad de Tuenti o de adelanto de Crepúsculo. Y Evil Dead está destinado a ello.

Este remake olía igual y me causaba extrañas sensaciones. Quizás los fans influyeron en mí. En un principio todo fueron críticas, yo el primer indignado. Después pasé a la rabia cuando me enteré de que una de las mayores farsantes de Hollywood, Diablo Cody, estaría pululando. Al final no fue así. Por último, sacaron un tráiler gracioso (que por cierto, desvela toda la peli) y todo fueron alabanzas. Y yo me he dejado llevar. Error.

El Evil Dead de Fede Álvarez es entretenido pese a todo, pero, ¿desde cuándo nos han importado los sentimientos de los protagonistas? ¿A qué viene el rollo de que las drogas son malas, la madre loca y la pelea entre hermanos? Son trozos de carne que van a morir y poco nos importan. ¿Dónde está el sano cachondeo de la primera? Hay vómitos (¡bien!), sangre (¡cojonudo!) ¿Tetas? No. Tampoco quiero que vuelva la gran etapa de las vampiras lesbianas que enseñan una tetilla pero es que se les ve el plumero a estos conservadores americanos. 

Pese a todo, el giro final de la “resurrección” es tan descerebrado que ni en la peor fantasía de un productor de serie B. Punto para ellos.

Desde aquí, Raimi, Campbell, haced de una puñetera vez Evil Dead IV.

- Copyright © El Día del Espectador - Date A Live - Powered by Blogger - Designed by Johanes Djogan -